Veinte años de reinado del pragmatismo en China
Las veloces reformas en la economía conviven con la ralentización de cualquier apertura política
La mañana del 24 de diciembre de 1978 fue gris y fría en Pekín. Toda la prensa china resaltaba ese día de forma especial unos acontecimientos que iban a transformar China más de lo que sospechaba el hombre de la calle. Acababa de concluir el tercer pleno del undécimo Comité Central del Partido Comunista, que se había desarrollado del 18 al 22 de diciembre. Tras varios meses de batallas ideológicas, Deng Xiaoping acababa de imponer su línea en el comité central, un nuevo pragmatismo que iba a llevar a China por una vía de reformas económicas.El nuevo patriarca de la China moderna insistía por aquel entonces en el camino de la "apertura" y de la "emancipación de los espíritus". Algunos días antes, por la carretera de Chang An, al oeste de Yong Nan Hai, se había cubierto un muro, que más tarde sería bautizado como el muro de la democracia, en el que se podía leer un artículo, que se ha hecho famoso, firmado por un tal Wei Ying Sheng. El texto hacía un llamamiento a la quinta modernización de China: la democracia. Después de 10 años de revolución cultural, soplaban vientos de libertad. Y de esperanza.
La transformación de China se ha limitado al ámbito económico. Los primeros pasos fueron rápidos. En julio de 1979, el Gobierno dejó a las provincias de Guang Dong y de Fu Yian la libertad de implantar políticas que favorecieran las inversiones extranjeras. En mayo de 1980 se establecieron las cuatro primeras zonas económicas especiales de China.
Ese mismo año se creó la primera empresa con capital chino y externo que, después del viaje por el sur de Deng Xiaoping durante el invierno de 1992, se convirtió en el modelo que seguirían más de 300.000 empresas conjuntas. De este modo se abrieron las puertas de par en par a los inversores extranjeros, que se beneficiaron durante este periodo de un trato de favor -sobre todo fiscal- con respecto a las empresas locales.
Al mismo tiempo que se producía la apertura al extranjero, Deng Xiaoping devolvió la tierra a los campesinos. El resultado fue que hubo enormes mejoras de productividad y de ingresos, y unos 800 millones de campesinos se incorporaron a las reformas. Después, zanjando los planes grandiosos, se dieron facilidades para la creación de pequeñas y medianas empresas, que pronto iban a erigirse en el motor del crecimiento.
Después de casi 30 años de maoísmo puro y duro, el país tenía que entender que "la pobreza no es el socialismo, el subdesarrollo no es el socialismo y ni siquiera el igualitarismo es el socialismo". La consigna de Deng Xiaoping fue: "Algunos pueden enriquecerse antes". Una verdadera revolución cultural.
Lo cierto es que China ha alcanzado un crecimiento medio de un 9,8 % anual, lo que equivale al triple del crecimiento de la economía mundial. La renta per cápita en dólares estadounidenses se ha multiplicado por tres, llegando a 735 dólares en 1997. El objetivo que se marcó Deng Xiaoping de cuadruplicar en el año 2000 el Producto Interior Bruto (PIB) que tenía China en 1980 se alcanzó en 1995.
Las reformas han trasformado el mapa de la economía china. Ha surgido un sector terciario que, desde 1984, da empleo a más trabajadores que la industria. El comercio exterior ha desempeñado un papel cada vez más importante, pues representa actualmente la cuarta parte del PIB. A cambio, el sector agrícola ya no puede absorber, como lo hacía antes, las grandes bolsas de desempleo.
El sueño de la economía de mercado no ha hecho desaparecer las grandes imperfecciones ni, a decir verdad, las innumerables contradicciones de la fórmula. La aparición de una clase de nuevos ricos -se calcula que hay casi un millón de personas en China que tienen más de un millón de dólares- no ha frenado el aumento de las desigualdades entre las provincias del centro y las grandes ciudades de la costa. Más bien ha ocurrido lo contrario.
La locomotora económica ha sido frenada por la crisis asiática y por las propias imperfecciones del sistema chino. Además, la quinta modernización, la democrática, ha sido enterrada por el actual presidente, Jiang Zemin, que, aprovechando el vigésimo aniversario de las reformas, ha recordado que todavía no es la hora de las reformas políticas: "El sistema político chino no debe ser sacudido, ni debilitado, ni apartado", dijo el líder chino. "No debemos copiar nunca el sistema político de tipo occidental".
Si el mensaje no fue suficientemente claro, Zemin envió un contundente mensaje a los que defendían la legalización del recién desmantelado Partido Democrático Chino: "Debemos permanecer alerta en relación con las actividades subversivas y separatistas de fuerzas internacionales y nacionales hostiles. Cualquier acción desestabilizadora será abortada desde el principio". "La emancipación de los espíritus" que defendía Deng Xiaoping aún está lejos.
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