Pelea entre idiotas
Hace tres años, por miedo o por asqueo de la admiración universal que le proporcionó Rompiendo las olas, el cineasta danés Lars von Trier frenó el vertiginoso rumbo ascendente de su carrera, a la que con alarma notó demasiado escorada al éxito. Se dice de él que es un tipo escondido, que se siente perseguido por fantasmas de niño asustado, pero que desde su guarida, consciente de la fragilidad de la encerrona del artista, agita sus alrededores y los espanta como a moscas, para así proteger su castillo con un foso de silencio y vacío. El triunfo le daña físicamente. Al principio le causa mudez y luego le hunde en una náusea física, que perturba su estómago y amenaza su talento con la mediocridad encumbrada que es ley en su oficio. Dice Trier que no hay verdadero artista que no padezca alguna forma de idiotez. De esa idea procede su última película, Idiotas, en la que emprende el elogio de la condición indómita y subversiva del hombre idiota frente a la reaccionaria docilidad y rastrería del ciudadano normal.El idiota Trier hace su ley "decir más verdades que un tonto" y, desde que huyó de su conversión en cineasta rentable, está descolocando a muchos listos. En su panfleto Dogma 95, un manifiesto de aire ingenuo, pero irrefutable en lo que tiene de carga de ironía franciscana, un rizo utópico sobre lo que es y lo que debe ser el cine de ahora en Europa, un papel mojado que cualquier listo con dedos ágiles para contar euros tildará con razón de papel idiota, suelta entre ojo y ojo una zurra de verdades como puñetazos. Un papel idiota, pero a la manera que el cineasta maneja esta palabra, como metáfora que sirve en bandeja otra (ésta no metafórica) forma de idiotez al rostro de la listeza del cine, el cine que no importa, el cine que nada crea y nada trae, salvo vistosas chapuzas de moderneces destinadas a formar en las aceras de las ciudades colas que se tragan en un abrir y cerrar de ojos enormes trolas de colorines, calculados como pienso del olvido veloz.
Dice Lars von Trier algunas patadas donde duele: "La nueva ola francesa no era tan fuerte como creyó ser cuando surgió. Su cine antiburgués acabó siendo burgués porque se fundaba en teorías que se sostenían en una percepción burguesa del arte. Su concepto del autor es falso. En 1960 se decía que el cine estaba cosmetizado a muerte, pero desde entonces el uso de cosméticos ha aumentado de forma inusitada y está en medio de una tempestad tecnológica que eleva la cosmética al rango de dios. Pero una de las consecuencias de esta tempestad tecnológica es la máxima democratización del cine, porque ahora, por primera vez en la historia, hacer una película está al alcance de cualquiera".
Habla desde el ejemplo: Idiotas se rodó con presupuesto cercano a cero, y de las ¡ochenta horas! de cinta de vídeo trasladadas a celuloide de 35 milímetros manejadas en la moviola, se montaron tan sólo dos, proporción de "cuarenta por uno" inconcebible en la producción convencional, incluida la más cara. Ni Titanic se acercó a tal derroche de proporcionalidad entre lo rodado y lo montado. El idiota Trier no tiene un pelo de tonto: su filme, abrupto y duro de ver donde los haya, está recorriendo el mundo y, metidos en proporcionalidades, puede ser más rentable que ese Titanic. De casi nada, Trier saca un puñado de millones sin el menor riesgo, por lo que puede permitirse el lujo de poner en solfa al engreído gremio de sus colegas y carcajearse de los más solemnes: "Me dicen que el filme les parece completamente estúpido y, efectivamente, lo es. En algunos momentos es incluso desastrosamente tonto. Pero encuentro en él la ligereza y el placer de las películas de la primera nueva ola y del periodo del cine swing de Londres, incluido el de los Beatles. Y estas bocanadas de aire fresco me parecen reencuentros con la inocencia perdida".
La pelea entre idiotas organizada por Lars von Trier no ha hecho más que acabar su primer round. No hay todavía nadie noqueado, salvo algún eurócrata que haya visto lo que ha subvencionado y haya agarrado un mortal ataque de mosqueo, al comprobar que ha pagado a alguien que le siega, sin él darse cuenta, el césped que pisa.
Babelia
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