_
_
_
_

Una dignidad inapelable

JULIO A. MÁÑEZ

Olvidemos, aunque nos cueste, la enormidad de la creación literaria de José Saramago, tal vez el escritor más ruborosamente shakespeareano de la literatura de ahora mismo. Desdeñemos la circunstancia -es de esperar que transitoria- de que esa Esperanza Aguirre que hace de ministra de Cultura bajo el bigote arrocero de Josemari (o del Paquito el chocolatero que cumple funciones parecidas al servicio de la mirada bovina de Eduardo Zaplana, casi que da lo mismo) sea capaz de confundir al escritor con Sara Baras, si es que no toma también a la bailarina por una Sara Montiel cualquiera en lo que tiene que ver con su arte. Dejemos de una vez todas esas tonterías de rastrillo navideño para saludar como merece el ejemplo de inapelable dignidad que el escritor portugués refugiado en Lanzarote ha urdido como estrategia de respuesta ante la afrenta del Nobel que le han dado. Las parcas imágenes de la telecosa son evidencia de una veracidad que escapa a las tecnologías de aluvión. Una boca severa que todavía alberga la esperanza, una calva de patricio sabio, unas gafas de miope con solera y ese gesto altivo de quien, sin ser corto de estatura, asiente en los hombros erguidos una cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, como la del que espera que cualquier acontecimiento se disfrace de desastre y que tanto tiene que ver con su origen de pobreza. Qué quieren que les diga, a mí el Saramago lector de su discurso de aceptación nobelera rodeado de estatuas más o menos suecas me recordaba a esa espléndida Marta Reyero que informa desde Canal Plus con sus palabras, mientras opina sobre la marcha con el sutil juego de sus cejas, aunque sería acaso más preciso sugerir que o viceversa. Eso es un Nobel, y no Camilo José Cela. Por lo demás, no consta que el escritor portugués se haya apresurado a adquirir un BMW como demostración de la bondad de su escritura ni de ninguna otra cosa. Han abundado, en cambio, las demostraciones más diversas en NaTzaret durante la última semana, más bien penosas todas ellas, exceptuando la tranquila dignidad de Carmen Vila. Sendero a lo largo de un camino que no lleva a ningún sitio, tan cerca del tráfico de contenedores y tan lejos de la alcaldía, es un barrio al que, por quitarle, le han birlado hasta la playa para sustituirla por tapias. No todos los gitanos son gitanos, aunque algunos se empeñen en fomentar el estereotipo xenófobo que de ellos tienen los payos, pero hay que destacar la gitanería de Rita Barberá al hacer pasar por prudencia la cobarde decisión de escaquearse del lugar de autos para graznar a toro pasado que se está haciendo política de unos hechos luctuosos. Política es condenar el barrio a la perpetuación de sus miserables condiciones de vida, organizar declaraciones de responsabilidades y deberes llevados de esa picaresca que junta a Dario Fo con Gil Albors, a Rodríguez Magda con Marisa Berenson o a la recia Doña Rita con la chinesca sutilidad de Umberto Eco en el marco incomparable de La Lonja, lo mismo que inaugurar un tramo de autovía y organizar la de dios es cristo como si se hubiera culminado la construcción de las pirámides de Egipto. Política es también la decisión de Ana Noguera de presentarse a candidata a ser escuchada por el mundillo cultural valenciano, convenientemente fragmentado por sectores, cuando los asistentes van a demandar exactamente lo mismo -unos, en vano, otros no tanto- que a las autoridades decisorias ahora mismo en este asunto. A la candidata, que se parece a Ana Torrent en su aspecto de animosa adolescente desconcertada, no parece faltarle la buena voluntad, aunque no baste con esa disposición de ánimo para comprender cabalmente los problemas, teniendo en cuenta que se la juega muchas veces con una auténtica proliferación de fieras. También, para qué vamos a engañarnos, los efectos indeseados de la aritmética electoral sepultan a veces las mejores intenciones, y ahí está el brillante recuerdo de Ricard Pérez Casado, oscurecido por las zancadillas de otros a Clementina Ródenas, para certificar que la cultura, incluso la sencillamente cívica, acaba siendo la convidada de piedra ante las turbulencias políticas de las coaliciones de gobierno. Nada asegura que cualquier nuevo Manuel del Hierro o un Fermín Artagoitia renacido no echen mano de las argucias de rigor para cortar por lo sano. De la muestra antológica de Pedro Jota Ramírez en el IVAM hablaremos otro día.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_