Poesía de la derrota
José Hierro es uno de los grandes poetas de la posguerra y uno de los mayores poetas españoles de este siglo. Tal es su estricta significación histórica. Hierro ha convertido en altísimo testimonio poético la derrota de los liberales y la izquierda en la guerra civil, y su ulterior y dolorosa supervivencia. "No fue jamás mejor aquello. / Esto de ahora es doloroso; / pero el dolor nos hace hombres / y ya ninguno estamos solos", cantan los sobrecogedores versos de Tierra sin nosotros, su primer libro.El dolor y la supervivencia de los vencidos ha cristalizado, digo, en una visión poética del mundo, que conlleva una ética de la resistencia. Los versos de Hierro están siempre del lado de los vencidos, de cualesquiera de los vencidos, del lado de los escarnecidos y humillados. Son los andaluces del célebre poema a ellos dirigido, Ojú, qué frío; son los trágicos arrullos de la Canción de cuna para dormir a un preso; es la melancolía del poema El pasaporte, donde el sujeto poético habla del documento que le permite salir de España con 20años de retraso, quemada ya su juventud. Es la lamentación que el poeta profiere por un emigrante español muerto en Estados Unidos, lamentación que se despliega sobre un paisaje de derrotas que expresa el desastrado rumbo de todo un pueblo, pues antes "cuando caía un español, / se mutilaba el universo", según reza el magistral Réquiem en honor de Manuel del Río, escrito "sin vuelo / en el verso", pero con las lágrimas a punto de brotar ante el desastre español: "No he dicho a nadie / que estuve a punto de llorar". Entre el reportaje de apariencia objetiva, sólo de apariencia, y la "alucinación" ha discurrido la poesía de Hierro, desde sus comienzos hasta Cuaderno de Nueva York. Se ha desarrollado, pues, entre la crónica íntima y dolorida y la turbadora irrealidad, que mezcla los planos, pero nunca pierde el norte. Poesía que eleva la derrota a las categorías de la estética sin derogarse en los escollos de ningún realismo alicorto. Poesía que es solidaria de los derrotados pero también de la vida, pues nunca renuncia a la intensa posesión de sus placeres y aflicciones: "Serenidad, tú para el muerto, / que yo estoy vivo y pido lucha". Poesía ésta, en fin, que tampoco rehúsa adentrarse por los ámbitos de la intimidad, pero que incorpora al yo poético una fuerte carga colectiva.
Legítimo heredero de Rubén Darío, del que siempre ha suscrito la maestría rítmica, fervoroso seguidor de Juan Ramón Jiménez, cuya pureza verbal ha hecho suya, fidelísimo y personalísimo discípulo de la gran tradición épica (Machado, Neruda), leal seguidor de los poetas del 27 (la geometría de Lorca, la precisión de Guillén, el furor de Dámaso Alonso), Hierro es dueño de un verso nervioso, rampante, capaz del metro cincelado y del discurso más libre, envolvente y ascendente.
Este año ha publicado el gran poeta su último libro, que es también uno de los mejores que ha escrito, Cuaderno de Nueva York. Se cumplían 24 años de la edición del Libro de las alucinaciones. Por medio estuvo el heterogéneo Agenda, que contiene, no obstante, algunos versos memorables. Este hiato en nada ha perjudicado la difusión y prestigio de la poesía de Hierro, que ha ganado muchas batallas en ese cuarto de siglo de silencio. El Premio Cervantes es la última que gana. Con ella, es la gran tradición poética española de este siglo la que resulta también enaltecida
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