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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La incógnita Chávez

Los venezolanos, hartos, han decidido por abrumadora mayoría dar carpetazo a los últimos 40 años con la elección del ex militar golpista Hugo Chávez como presidente, lo que puede suponer una convulsión. Venezuela necesita sin duda un revulsivo, pero es probable que éste no sea el mejor. Sin embargo, es el que ha querido el pueblo venezolano en una elección que ha resultado limpia. Chávez ha logrado así en las urnas lo que no consiguió con las armas, cuando se alzó en 1992 contra el Gobierno constitucional y democráticamente elegido de Carlos Andrés Pérez.Chávez, con un 56,4% de los votos, ha obtenido la mayor victoria de la historia democrática de Venezuela. Y con 44 años se convierte en el presidente más joven de ese país. Su victoria supone un cambio generacional y la derrota de toda una clase política. Los venezolanos han vuelto la espalda a los dos partidos tradicionales, Alianza Democrática (AD) y Copei, aún más que en las elecciones al Congreso del pasado 8 de noviembre. El segundo en liza, Henrique Salas, se presentó como independiente y logró un 39,5% de los sufragios, con el apoyo de los partidos tradicionales en el último tramo.

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Los venezolanos inician así una aventura hacia lo desconocido, hacia esa "nueva Venezuela" que proclama el vencedor. Después de haber perdido en dos décadas un 70% del poder adquisitivo, con tres recesiones a sus espaldas en cinco años y unas diferencias sociales crecientes, en medio de una profunda crisis provocada en parte por la caída de precios del petróleo -ayer se situó por debajo de los diez dólares- y una corrupción brutal, las empobrecidas clases bajas y medias han dicho "basta".

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Del hombre que se ceñirá la banda presidencial el próximo 2 de febrero se desconoce casi todo como político, salvo que usó las armas para sublevarse contra el poder, y que ahora pretende implicar a los militares mucho más activamente en el desarrollo nacional, aunque sea para "civilizar a los militares" antes que para militarizar la sociedad civil. Cualquier propósito de este tipo despierta recelo cuando viene de un ex golpista. Su plataforma electoral, el Polo Patriótico, es una amalgama de nacionalistas, radicales de izquierdas y populistas de diversa laya unidos por un vago programa en el que cabe de todo. Chávez aboga por unas buenas relaciones con EEUU, después de todo el principal cliente de Venezuela, y se proclama defensor de la tercera vía de Blair, para compaginar Estado y mercado. Ha prometido que los trabajadores recuperarán su poder adquisitivo, medidas de protección social y un importante aumento del gasto en educación. El presidente electo dice ahora que lograr estos objetivos requerirá años, lo que indica al menos un cierto realismo. Pero tendrá que hacer serios esfuerzos para convencer a los inversionistas extranjeros.

Lo único que está claro es que se propone someter a referéndum lo que ve como imperiosa necesidad: convocar una asamblea constituyente para reformar de arriba abajo el sistema político y judicial. En principio ofrece el consenso a las otras fuerzas políticas, pero si se le enfrenta el Congreso, que no domina, podría optar por introducir cambios radicales a golpe de referendos. ¿Incluirá en esa reforma la posibilidad de poder ser reelegido al cabo de su mandato de cinco años, como han hecho otros presidentes en América Latina? Chávez, por desgracia, entronca con esa tradición caudillista de la que se nutren también Fujimori y otros dirigentes de diverso signo político.

Los militares han dicho a través del ministro de Defensa, el vicealmirante Tito Rincón, que acatan el resultado electoral. Así debe ser. Y probablemente lo harán mientras Chávez no intente cambiar las reglas del juego, ya sea el democrático o el que sustenta la corrupción. Aunque ha sido elegido justamente para cambiarlas. Hay que esperar que lo haga en el sentido de más democracia, y no menos.

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