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Tribuna
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Más vale prevenir

Emilio Ontiveros

La prudencia es una virtud que se supone asociada a los banqueros centrales, pero su ejercicio no siempre es fácil. Las actuaciones fundamentalmente preventivas, anticipadoras, de esas instituciones, buscan ante todo garantizar la estabilidad de los precios de su economía, dosificando para ello la cantidad de dinero o su precio. En la medida en que la referencia básica de evaluación del desempeño de esas instituciones es ese control de la inflación, la mayoría tiende a curarse en salud, mostrando un mayor celo ante riesgos inflacionistas que ante los opuestos y, en consecuencia, una mayor propensión a la elevación de los tipos de interés que a su descenso.Esa custodia soberana de la estabilidad llega a imprimir carácter, y como se supone que los políticos no siempre mantienen los mismos objetivos, o al menos las mismas perspectivas temporales en la defensa de los mismos, es necesario que los banqueros centrales dramaticen suficientemente su autonomía sin rehuir la dramatización de los conflictos con los gobernantes de turno. Especialmente aquellos que no disponen de una dilatada tradición autonómica o/y de la suficiente credibilidad antiinflacionista, aspectos ambos estrechamente correlacionados. La severidad de su semblante ha de ser proporcional a la carga de la responsabilidad encomendada, sin preocuparse en exceso que los medios de comunicación los presenten como feos y antipáticos.

Los resultados de esa tensión no siempre son los más convenientes para la prosperidad de los ciudadanos que pagan la nómina de unos y otros. En Europa, en el área euro concretamente, los riesgos de inadecuación de la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE), que preside Wim Duisenberg, a las condiciones de las economías que lo integrarán están hoy más distantes que ayer. El nacimiento de esa institución monetaria, la necesidad de granjearse ante los operadores en los mercados financieros y ante los gobiernos europeos una reputación que no desmereciera la heredada del Bundesbank (banco central de Alemania), se encontró con las preferencias de algunos ministros de Hacienda más explícitamente orientadas al fomento del crecimiento y del empleo que hacían temer lo peor: el enroque del BCE aun cuando los efectos de la crisis se empezaran a percibir en Europa.

La reducción de los tipos del Bundesbank y del Banco de Francia, desde el 3,30% hasta el 3%, y su seguimiento por otros bancos centrales del área euro, se inscribe en ese ejercicio de la prudencia que en ocasiones aconseja prevenir los efectos del mal contrario al habitualmente perseguido por estas entidades.

Esa decisión, además de facilitarle las cosas al BCE, reduce los riesgos de que el nacimiento del euro estuviera acompañado de una debilidad de la actividad económica superior a la esperada y de una innecesaria apreciación de la moneda única frente al dólar, de efectos adversos para el sector exterior de sus economías. La tasa de variación de los precios de Francia y Alemania (representativas de la mitad de la producción de la zona), un 0,4% y 0,6%, respectivamente, pueden llegar a interpretarse como más próximos a la desconocida y temida deflación que al recrudecimiento de las tensiones inflacionistas en la economía.

Sólo quedan algunas dudas sobre las consecuencias de esa relajación monetaria sobre economías como la española, con ritmos de crecimiento y tasas de inflación significativamente superiores a las de las economías centrales. España tiene ya el mismo precio del dinero que el de sus principales socios comerciales y, de hecho, la misma moneda. No son pocas las implicaciones favorables, para las familias, las empresas y para las Administraciones públicas endeudadas, pero también queda lugar para la duda. La más importante es la asociada a la capacidad de superación de las amenazas de deterioro adicional de la competitividad de la economía española, derivadas de la dificultad para estrechar ese diferencial de inflación frente a los eurolíderes que ya empieza a percibirse en nuestro creciente déficit comercial.

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