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El "pub"

Van a cerrar el pub de Santa Bárbara, que fue durante algunos años el pub por antonomasia, santuario de la más justiciera progresía madrileña, donde coincidieron, en los años de plomo del tardofranquismo, intrépidos abogados laboralistas, artistas, directores de cine, músicos y agentes de paisano de la Brigada Político-Social. En este foro de contubernios y tertulias, la ingestión de bebidas alcohólicas de alta graduación producía continuas quiebras de la seguridad, graves indiscreciones que ponían en peligro el éxito de cualquier conspiración en curso ilegal. La euforia etílica desataba las lenguas, la desinhibición alentaba discursos imprudentes, discusiones en alta voz que terminaban muchas veces con el peor insulto que en aquellos días podía proferirse bajo los techos del pub: "Fascista".En ocasiones, el ofendido caía en la trampa de proponer al ofensor que dirimieran su querella con los puños, y entonces estaba perdido: "Lo ves, reaccionas como un fascista, siempre con la violencia por delante", argumentaba la otra parte con la aquiescencia general de la asamblea.

Los fascistas de verdad, los de Fuerza Nueva, se mudaron después a dos manzanas del pub y amargaron las libertades del posfranquismo recién estrenado con amenazas y agresiones. Por aquellos años, el pub languidecía, sus parroquianos se dispersaban, unos abrían bufetes en barrios distantes o dedicaban todo su esfuerzo a la política; otros triunfaban en América o dirigían un grupo de teatro en Móstoles. La pana dejaba paso al cachemir, se rapaban o blanqueaban las barbas y las greñas mientras las jóvenes hornadas irritantes de la naciente movida tomaban las calles de un barrio que se resistía a ser "zona nacional", consigna con la que rotulaban los nazis las esquinas próximas a su nueva y efímera sede.

La estratégica situación del pub, a dos pasos del edificio de la Sociedad de Autores y a unos cuantos más de los tribunales de la plaza de las Salesas, siguió nutriendo la clientela del establecimiento, ya en dura competencia con una floración de nuevos locales nocturnos en las zonas de Barquillo y Malasaña. Por aquel entonces, algunos clientes veteranos que peregrinaban desde los distintos destinos de su diáspora al viejo santuario de la calle de Fernando VI comenzaron ya a percibir en el interior de su querido refugio de antaño, un aura misteriosa, una atmósfera de intemporalidad en la que resonaban los ecos fantasmales de antiguas conversaciones y se intuía la presencia de un ectoplasma gaseoso en el que se revelaban rostros y cuerpos de un ayer no muy lejano.

Claro que, a veces, el ectoplasma se condensaba y tomaba cuerpo y voz de otro cliente nostálgico legado allí en idéntica peregrinación, satisfecho él también de la memoria del camarero para servirle su marca favorita en un decorado inmutable de pub inglés, cuero, madera y miméticos grabados de escenas de caza en los muros. Un escenario algo ajado como corresponde a un bar de su prosapia, que tuvo desde sus inicios vocación de venerable y respetable institución desde la neutralidad aparente de su decoración britanizada. Traspasar sus puertas de cristal era pisar los umbrales de un mundo en suspensión, de aquel confortable purgatorio, sala de espera de la inminente liberación en la que libaron el amargo cáliz del desencuentro o brindaron alegremente por su futuro político unos y otros de los antiguos cofrades.

Protegido por su intemporalidad, parecía que el pub iba a estar entre nosotros para siempre, ocupando su sitio, pero su estatus fantasmal no le ha preservado del furor inmobiliario. El edificio de la antigua cervecería de Santa Bárbara, coronado por sus pingüinos bebedores, que siguieron ocupando su lugar cuando el pub abrió sus puertas, sólo tiene dos plantas, toda una afrenta en esta zona, una excepción que está a punto de sucumbir a la regla de oro de la especulación urbana. Las alegaciones contra su demolición, basadas en su historia o en su arquitectura, me temo que serían desechadas como puramente sentimentales. Muchos dirán que su historia es demasiado reciente y no lo suficientemente heroica, y su arquitectura, claramente prescindible. El tiempo no les dará la razón.

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