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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un genio de nuestro tiempo

Segundo concierto de Barenboim con la orquesta Staatkapelle de Berlín y un programa tan atractivo y emblemático como el del día anterior: Concierto en sol mayor, de Beethoven, y Sinfonía en do menor, de Brahms. Música ideal para una formación caracterizadamente germana en la que el peso y la agilidad de los graves se compensa por la luminosidad y el virtuosismo de las cuerdas agudas, en las que todavía, al decir de los especialistas, resuenan los ecos de la escuela de Franz Benda, el músico de Federico de Prusia. Asombra escuchar aisladamente las violas, con voz propia y no sustitutiva del violín.También a Barenboim le viene su estilo desde lejos, pues lo fue haciendo desde muy joven en Europa a la escucha de Furtwaengler, quien, por cierto, cuando conoció como pianista al muchacho Barenboim, exclamó: "Es un fenómeno". Consecuentemente, Barenboim siguió con atenta devoción la labor trascendente de Celibidache y vivió el Berlín en el que todavía Karajan gozaba de reconocimiento y casi santificación musical. Ese Berlín en el que habría de convertirse Barenboim en protagonista, como lo es hoy. Con éstas y otras impresiones, el maestro cultivó su innata musicalidad y dejó aflorar su latente vocación de director, que Markevich, siempre avizorado, le descubrió cuando le oyó tocar el piano.

Ciclo Orquestas del Mundo (Ibermúsica)

Staatkapelle de Berlín. Director: Daniel Barenboim. Obras de Beethoven y Brahms. Auditorio Nacional. Madrid, 24 de noviembre.

No es raro, entonces, que Barenboim consiga versiones de Brahms tan escudriñadoras, clarificantes y compactas. Todo detalle, nunca desdeñable, todo formante musical, agógico o dinámico, incluso todo color tímbrico, redunda en manos de Barenboim en beneficio de una formidable estructura; es un arquitecto cuya piedra posee un palpitante corazón. Pocos han latido en la historia musical tan cálidamente como el del gran barbado de Hamburgo, que serenaba su melancolía ante las aguas grises del lago Thun y trasladaba al pentagrama las perspectivas del paisaje: llamada de trompas, al estilo de la alpnhorn y respuesta llena de luz de la flauta nos dan medidas paisajistas en la introducción del tiempo final. Es imposible perseguir en unas líneas cuanto hace Barenboim, y más que imposible, describirlo con palabras: la música se explica siempre por sí misma.

Resonancias

El cuarto concierto es otro Beethoven, como lo es el de la Pastoral con relación a la Quinta. Ravel denominaba a la Sinfonía en fa mayor "el milagro de Beethoven", y algo análogo podría decirse del cuarto concierto. Desde su sorpresiva y bellísima iniciación a piano solo hasta el poderío ágil del final, pasando por la oposición de fuerzas del tiempo lento: lo implorante frente a lo dominante. No cabe olvidar el precioso juego de resonancias pianísticas imaginado por Beethoven para un piano que difícilmente podía resolverlas. Barenboim, como director y solista, convirtió el milagro en evidencia, lo inexplicable en razón y la emoción cordial en ejercicio de inteligencia. Hay que repetir lo escrito anteayer: se trata de un genio tan inmenso que casi puede explicarse el porqué lo es. Pero la crítica más exigente cabría en una sola palabra: ¡Bravo!

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