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La energía nuclear se resiste a morir

La industria atómica se postula como solución al cambio climático

"Tenemos la solución al problema, pero nadie nos escucha", parecen decir. El problema es el cambio climático que pueden estar produciendo las emisiones de ciertos gases, especialmente el dióxido de carbono (CO2), en buena parte por la producción de electricidad a partir del carbón, el petróleo y el gas natural. Y la supuesta solución es la energía nuclear. A pesar de las suspicacias que su sola mención despierta, sus partidarios están convencidos de que tarde o temprano el mundo deberá recurrir a ellos.Ante la celebración de la cuarta reunión de los países firmantes del Convenio de Cambio Climático, clausurada esta semana en Buenos Aires, los organismos representantes de la industria atómica, como el Foro Nuclear español, han vuelto a postularse como la única alternativa viable a la energía generada mediante los combustibles fósiles. Según los datos que manejan, para generar un teravatio/ hora (un millón de megavatios) a partir de la combustión de carbón se emiten 1.090.000 toneladas de CO2, que se reducen a 430.000 toneladas si se emplea gas natural y a 38.000 toneladas si se generan en una central nuclear. Las cifras son contundentes, pero el rechazo que suscita esta fuente energética explica que muchos países en lugar de apostar por ella estén abandonando sus programas nucleares.

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Necesidades demográficas

La cuestión no es sólo cómo afrontar las reducciones de emisión de CO2 que se contemplan actualmente. El problema fundamental es la crisis energética que se producirá en un par de decenios. El origen de esta previsión se encuentra en el crecimiento demográfico previsto y el probable desarrollo del Tercer Mundo, que provocarán un enorme incremento de la demanda de energía. Según Mohamed el Baradei, director general del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), la agencia creada por Naciones Unidas para tutelar el uso pacífico de esta fuente de energía, "recientes estudios muestran que la demanda de energía eléctrica crecerá hasta duplicarse o triplicarse en los próximos 30 años, especialmente en los países en desarrollo, en algunos de los cuales, como China o India, se multiplicará por siete".Para hacer frente a toda esa demanda, El Baradei asegura que "va a ser necesario contar con la energía nuclear, porque es la única fuente que permite una independencia energética y no produce CO2". De hecho, según datos del Foro Nuclear, el uso actual de la energía nuclear, que en 1996 generó el 17% de producción eléctrica mundial, permite que las emisiones totales de dióxido de carbono sean un 8% inferiores a lo que serían sin ella.

El argumento se complementa con otras ventajas ambientales derivadas de la nula emisión de otros contaminantes, como los óxidos de nitrógeno y de azufre, que provocan la combustión de petróleo y, sobre todo, de carbón, cuya transformación en compuestos ácidos en la atmósfera y su posterior deposición mediante la lluvia o en seco está provocando el fenómeno de la lluvia ácida, afectando a bosques, lagos y edificios.

Estos argumentos son viejos, dice Carlos Bravo, especialista en energía nuclear de Greenpeace. Y aunque reconoce que, efectivamente, las emisiones contaminantes son mucho más bajas, asegura que ésta es "una energía intrínsecamente peligrosa. Requiere una tecnología muy complicada y las posibilidades de un error son, por tanto, mucho más grandes. Basta que falle un mecanismo, y son muchos los que pueden hacerlo, para que se pueda producir una catástrofe". Y añade: "La única alternativa real a las emisiones está en las fuentes renovables de energía y sobre todo en la eficacia y el ahorro en el consumo eléctrico. Se trata de no emitir, no de emitir menos, y la industria nuclear considerada en su ciclo completo genera emisiones al extraer el mineral, al reprocesarlo, al transportarlo o al enriquecer el uranio".

Controlar otras fuentes

Greenpeace nació como un grupo de oposición a la energía nuclear y no ha perdido esa seña de identidad. Quizá por eso, cuando se insiste para que elijan un objetivo prioritario entre el cambio climático y el desmantelamiento de las centrales nucleares, optan por esta última opción. "La comparación es odiosa", dice Bravo, "porque no se puede plantear como alternativa. Si pudiéramos decir, aunque no esté probado, que el huracán Mitch está provocado por el cambio climático, la población hondureña podría pensar que mejor habría sido disponer de centrales nucleares, pero entonces quizá mucha gente habría muerto por un accidente nuclear".

Por eso, Greenpeace da prioridad al desmantelamiento de las centrales nucleares y sugiere que la reducción de emisiones de CO2 podría iniciarse actuando sobre el transporte, principal fuente de estas emisiones, y congelando el número de centrales térmicas que utilizan carbón o petróleo, cambiando, además, estos combustibles por gas natural. Apoyando una propuesta del Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo, asegura que podrían cerrarse las actuales centrales nucleares en un plazo urgente pero no inmediato, unos diez años, para proceder después a una reducción progresiva de las centrales térmicas de combustibles fósiles para llegar al 2100 con una estructura de producción energética basada sólo en fuentes renovables, con la eólica y la solar como principales generadores, apoyados por la biomasa y la hidráulica.

Pero tan viejos como los argumentos de la industria nuclear son los de sus opositores: el riesgo de accidente y el problema de mantener bajo adecuada vigilancia los residuos nucleares. Y en ambos casos se han producido avances que podrían paliar sus consecuencias, lo que ha debilitado los fundamentos de las críticas.

Lo cierto es que mientras la lluvia ácida es un fenómeno por ahora inexorable y el cambio climático una posibilidad bien fundamentada, los problemas derivados de la energía nuclear son un riesgo que bien podría no convertirse nunca en realidad. De hecho, a pesar de que se cuenta ya con una experiencia de 40 años y existen 437 centrales nucleares en todo el mundo, el número de accidentes ha sido muy pequeño y la mayor parte de ellos en los primeros años de actividad, como ocurrió en Three Mile Island (1979) o Windscale (1957). El único que alcanzó la categoría de accidente mayor fue el de Chernóbil de 1986, aunque su sombra es ciertamente alargada y se ha convertido en un lastre para la industria nuclear. Se trata, pues, de optar entre un daño conocido, real y constante, las emisiones de CO2 y contaminantes, y un daño posible, un riesgo controlable pero cuya mera posibilidad suscita un miedo difícil de contener. "Nuestra radical oposición a la energía nuclear es porque la radiación puede transformar la herencia genética y el territorio afectado por ella queda contaminado durante cientos o miles de años, provocando mutaciones en todo tipo de seres vivos, no sólo en el hombre", dice Bravo. "Es sólo un riesgo, pero consideramos que no es aceptable, sobre todo porque hay otras fuentes energéticas que no los tienen".

Con todo, el portavoz de Greenpeace admite que la seguridad en el mundo nuclear ha crecido en los últimos años. Probablemente no existe actividad humana más controlada, aunque exista siempre un cierto grado de incertidumbre, acrecentado por la complejidad tecnológica de los sistemas. Las medidas de seguridad son redundantes (están duplicadas para que funcionen aunque falle el primer sistema) y las exigencias que mantienen los órganos de control nacionales (en el caso español, el Consejo de Seguridad Nuclear) e internacionales mantienen un constante espíritu de preocupación por la mejora de la seguridad.

El argumento que sí ha desaparecido del discurso pronuclear es el económico. Frente al entusiasmo que suscitó, mediados los años cincuenta, la pregonada posibilidad de producir abundante energía a un precio irrisorio, se ha alzado la cruda realidad de las cifras. Las propias medidas de seguridad han encarecido notablemente la construcción y el mantenimiento de las centrales, mientras que se han disparado los previsibles costes del desmantelamiento de las centrales y de la gestión de los residuos. Santiago San Antonio, director general del Foro Nuclear, subraya que "está menos sujeta a variaciones de precio del combustible, y a largo plazo eso hace que sea más competitiva".

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