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A favor de la selección catalanaJOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

En una reciente reunión con periodistas, el presidente Aznar perdió su comedimiento habitual cuando alguien le planteó la cuestión de las selecciones deportivas nacionales de Cataluña. "Mejor que pidan selecciones propias que no la reforma de la Constitución", sugirió quien había abierto el debate. Ni siquiera esta pragmática consideración hizo mella en el presidente. Que se rebote un hombre frío y calculador como Aznar, capaz de prescindir de su mejor amigo, de su primer vicepresidente y de quien haga falta por razones de táctica política, indica el potencial explosivo de la cuestión de las selecciones deportivas. Y confirma que cuando se toca lo simbólico las hipersensibilidades se desencadenan. Se puede pelear por los dineros, pero a la que se entra en el territorio de la sentimentalidad colectiva se produce inmediatamente el cruce de cables. De hecho, tengo la sensación de que a Aznar, como a muchos españoles, en este asunto, la pasión les impide ver la realidad. Si hubieran observado la vida y obras de Cataluña con atención deberían estar agradecidos al nacionalfutbolismo azulgrana. Es incalculable la cantidad de frustraciones que el Barça ha sublimado, evitando problemas mucho mayores al señor presidente del Gobierno, sus antecesores y muchos de sus conciudadanos. El alcalde de Madrid debería dejar de ensuciar la ciudad con horribles violeteras y construir un monumento al Barça, que es la mayor garantía de que Cataluña nunca pedirá más de lo razonable. Por la vía del Barça se escapan casi todas las pulsiones, compensadas por el placer de sentirse sufridores e identitarios. Probablemente, la selección catalana no haría más que aumentar la eficacia de este mecanismo de desmovilización nacional. Al fin y al cabo, sólo se conoce un caso, en Centroamérica, en que el fútbol fue camino de paso hacia la guerra. Por lo general, el fútbol genera un ruido que se pierde en el espacio pocas horas después de producirse. Y, sin embargo, la bronca está asegurada, porque nada hay tan parecido a un partidario de una selección nacional que el partidario de otra, y porque en este precario equilibrio llamado España todo lo que ayude a visualizar las piezas sueltas del puzzle produce escándalo. De ahí la ridícula pretensión gubernamental de que Cataluña sólo pueda llegar a tener selección propia en aquellos campeonatos en los que no juegue España. Un razonamiento que quiere evitar el enfrentamiento entre la parte y el todo, dicen, pero que demuestra el total desconocimiento de la psicología del fútbol. El enfrentamiento directo a lo sumo provocaría una noche de borracheras y escaparates rotos en la Cibeles o en La Rambla, según decidiera el marcador. En cambio, conceder esta naturaleza de selección de parte a Cataluña no haría más que alimentar los agravios y los resentimientos. La sentimentalidad en política es uno de tantos instrumentos que sirven para mantener o alcanzar el poder. Es edificante que partidos políticos nacionalistas que se llenan la boca con referencias a la sagrada identidad y a los sentimientos de los catalanes no tengan reparo en utilizar por razones estrictamente tácticas un tema de alta sensibilidad patriotera. ¿Por qué esta vez el Gobierno de Jordi Pujol y su partido jugarán a fondo la cuestión de las selecciones deportivas? Porque se necesita un tema para cargar ideológicamente la campaña electoral. En caso de apuro, sobredosis de nacionalismo, dice la estrategia. A Pujol se le abrió la luz cuando vio que la tregua volvía a poner sobre la mesa los temas fuertes del nacionalismo, pero inmediatamente comprendió que sería contraproducente subirse de modo oportunista al carro de las negociaciones vascas. Se pensó en la Unesco, pero técnicamente era complejo y la cultura siempre da rendimientos patrióticos limitados. Solución: las selecciones nacionales. Y en éstas estamos. Verificando una vez más que hay una relación directamente proporcional entre ideología nacionalista y explotación política de la sentimentalidad colectiva. Nada nuevo, aquí y en todas partes ha sido siempre así. Pero de vez en cuando hay que recordarlo, porque no merece la pena un sólo rasguño por una operación diseñada por estricto interés político electoral. Quiero dejar constancia de que soy partidario de las selecciones deportivas catalanas. Por razones muy distintas a las interesadas de Pujol o a las sentimentales de muchos ciudadanos, incluido el propio presidente en las horas, si existen, en que no hace de estratega de sí mismo. Por una motivación muy subjetiva: una selección catalana me daría la oportunidad de compartir equipo con mi hija (mi hijo es deportivamente incorrecto como yo) y con la mayoría de mis amigos que son del Barça. Y porque sería un paso en la normalización de este país: por fin, la minoría mayoritaria, el Barça, se quedaría sin pretexto para presentarse como el todo. Precisamente por esto creo que, mientras Cataluña no sea más que un club, las selecciones catalanas no llegarán. El Barça es la mejor garantía para impedirlas.

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