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Reportaje:

Los parásitos resultan cruciales para la evolución biológica

El mundo de los seres vivos contiene más parásitos que seres libres. La evolución de las especies ha sido configurada por estas relaciones entre los huéspedes y sus parásitos. Su incesante carrera de armamentos constituye un formidable motor susceptible de explicar en parte la creciente complejidad de los organismos que pueblan nuestro planeta. Así, la investigación en parasitología ha arrojado en los últimos años una nueva luz sobre la teoría de la selección natural. La propia sexualidad puede haber sido configurada por la existencia de los parásitos, dado que la elección de la pareja está encaminada a reforzar la diversidad genética, por lo tanto a la resistencia de la especie. A lo largo de su historia, el hombre no se ha librado de estos fenómenos y las barreras que los parásitos siguen oponiéndole muestran día tras día que en, estas cuestiones, el arma absoluta sin duda no existe.El estudio de las relaciones entre los parásitos y sus objetivos ofrece una sorprendente idea de conjunto de los procesos de selección natural. Aporta claves para comprender determinados fenómenos responsables de hacer complejo el mundo de los seres vivos.

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Como explica Claude Combes, profesor de biología animal de la universidad de Perpignan, "para cada ser vivo, el infierno son los otros". Es decir, todos los competidores, unas veces presa y otras veces predador, que se reparten los recursos de la biosfera en un gigantesco juego de suma cero. "Desde hace algunos años", insiste, "el estudio de las relaciones huésped-parásito ha demostrado que estos últimos pueden desempeñar el papel de árbitro en los ecosistemas y, más fundamentalmente, de motor de los procesos evolutivos".

En efecto, la presencia de un parásito obliga a su huésped, que corre el riesgo de desaparecer, a inventar una barrera, la cual será contrarrestada a su vez en una interminable carrera de armamentos que se apoya en las mutaciones genéticas susceptibles de aparecer a medida que se suceden las generaciones. Pero esta guerra total tiene un coste. ¿Acaso no resulta más ventajoso para el huésped soportar una patología débil? Por su lado, el parásito no tiene ningún interés en engendrar una desaparición demasiado rápida de su huésped, indispensable para su propia reproducción. Tanto es así que, por ejemplo, el virus de la mixomatosis redujo su virulencia sólo unos años para que los conejos sobrevivieran lo suficiente para que su transmisión por insectos vectores pudiera tener lugar.

Durante mucho tiempo se pensó que un sistema parásito-huésped reciente (a escala geológica) debía caracterizarse por un fuerte daño en el huésped pero, que con el tiempo, las relaciones se apaciguaban hasta desembocar en el establecimiento de un sistema mutuo, en el que cada uno saca una determinada ventaja. El ejemplo más logrado de este proceso puede ser la simbiosis que se produce en la célula eucariota, cuyas mitocondrias, que garantizan la producción de energía, al parecer se derivan de bacterias arcaicas.

Hoy se considera que la virulencia también puede reforzarse con las innovaciones de los protagonistas. Asimismo, hay que contar con accidentes de los que pueden surgir enfermedades llamadas emergentes. Algunos sugieren que las cepas mortales de VIH provienen de una amalgama de cepas poco patógenas, hasta la fecha bien soportadas por grupos humanos separados entre sí.

Las relaciones huésped-parásito están marcadas por sorprendentes coevoluciones. Evidentemente, el hombre no está excluido de estos fenómenos. La aparición de comportamientos sociales que, generalmente, favorecen la transmisión parasitaria pudo verse retrasada por la presencia de parásitos. Se sabe que, a menudo, los inmigrantes son más sensibles que los autóctonos a las enfermedades endémicas del país de acogida. "Probablemente, el África subsahariana estuvo durante largo tiempo protegida de los blancos por enfermedades como el paludismo o la enfermedad del sueño", explica Combes. En 1895, nos recuerda, la expedición francesa a Madagascar provocó 5.756 muertes del lado francés, de los cuales sólo 25 eran soldados fallecidos en combate. Los demás sucumbieron al paludismo y a otras enfermedades locales. Pero el inmigrante también puede ser vector del parásito. Tanto es así que decenas de millones de amerindios fueron diezmados por las enfermedades que trajeron los colonos.

En el momento de salir de su supuesta cuna africana, los primeros homínidos eran también unos inmigrantes respecto a las enfermedades parasitarias transmitidas por otras especies. Varios trabajos indican que las enfermedades parasitarias del hombre fueron adquiridas recientemente y se derivan de líneas que infectaron con anterioridad a otros mamíferos. Por ejemplo, al parecer, las bilharziosis humanas provienen de los roedores y de los ungulados y surgieron hace alrededor de dos millones de años. Durante su expansión, el hombre tuvo que hacer frente a nuevas amenazas. "Por eso es el mayor zoo parasitario conocido", concluye Combes. La vuelta de la tuberculosis o las resistencias observadas en el paludismo muestran claramente que esta lucha no ha terminado.

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A lo largo del enfrentamiento inmemorial que libran los parásitos y sus huéspedes, han aparecido armas y artimañas de guerra sorprendentes. El ejemplo más clásico lo aporta la duela del hígado de oveja, Dicrocolium dentriticum, que transita por dos huéspedes sucesivos antes de llegar a su destino. Los huevos de este gusano platelminto son dispersados primeros en los excrementos de las ovejas de donde salen las larvas antes de ser devoradas por unos caracoles. Éstas se multiplican en los gasterópodos y luego son expulsadas entre sus mucosidades que, a su vez, hacen las delicias de las hormigas. Finalmente, las duelas se introducen en el insecto y una de ellas llega a alojarse en su cerebro. Es entonces cuando toma su control, modificando el comportamiento de la hormiga hasta el punto de hacer que pierda toda prudencia. Trepa por las hierbas favoritas de las ovejas esperando hacerse devorar.

Estas estrategias de encuentros fueron desarrolladas para permitir que el parásito tenga todas las posibilidades de reunirse con su huésped. André Théron (de la universidad de Perpiñán) demostró que los esquistosomas, otros gusanos platelmintos, son verdaderos maestros del tiempo. Sus huéspedes-objetivo son los pájaros y los mamíferos -entre ellos el hombre, en el cual provocan la bilharziosis (también denominada esquistosomiasis)- dentro de los cuales ponen huevos provistos de un espolón que les permite soltarse de su víctima. Si tienen la suerte de encontrar agua, estos huevos se transforman en larvas nadadoras que colonizan moluscos donde se multiplican de forma asexuada para producir decenas de miles de larvas cercarias. Estas últimas saldrán del molusco hacia la charca para infectar de nuevo a sus huéspedes-objetivo. Pero no en cualquier momento. Adaptan su ritmo de salida: por la mañana, para alcanzar a los bóvidos que acuden a beber, en mitad del día, cuando el hombre llega a su vez al punto de agua y por la noche cuando los roedores entran en actividad. Esta adaptación cronobiológica, sutilmente diferenciada para cada tipo de esquistosoma, cuenta con un soporte genético que ha sido identificado.

Comando

Menos pasivos, los insectos son capaces de desarrollar lo que Claude Combes llama "técnicas de comando". La Lycaena, una mariposa azul que alegra la vista en las laderas de los Alpes y de los Pirineos, tiene un enemigo hereditario, la abeja parasitaria Ichneumon eumerus. Para intentar escapar de ella, la oruga de Lycaena, tras haberse dado un atracón de genciana, se deja caer al suelo, esperando que una hormiga del género Myrmica pase por ahí. Ésta, lejos de devorar esta presa, se la lleva a su hormiguero, confundida por su similitud con sus propias larvas. Entonces, la avispada oruga se deja mimar por cuatro o cinco obreras y, tras diez meses de este régimen, ya enorme, se metamorfosea en una joven mariposa. Pero la Ichneumon eumerus es capaz de identificar los nidos que contienen la oruga, probablemente guiada por el chirrido que emite ésta. Cuando encuentra una, desvía su atención emitiendo una feromona que empuja a las hormigas a luchar entre sí y aprovecha para poner su huevo sobre la oruga.

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