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Cinco cantantes destilan su mejor amargura en un homenaje a José Alfredo Jiménez

Chavela Vargas reinó entre las voces de Sabina, Lucrecia, Víctor Manuel y Rancapino

El compositor y cantante mexicano José Alfredo Jiménez murió hace 25 años. Tras sí dejó varios centenares de canciones, algunas de las cuales están entre las más bellas y apasionadas de la música popular en castellano, como Un mundo raro o El Rey. Ayer concluyó en Madrid el homenaje español al monstruo con un concierto en el que cinco intérpretes muy dispares cantaron algunos temas: Chavela Vargas, Lucrecia, Joaquín Sabina, Víctor Manuel y Rancapino. El espectáculo ha pasado en estos últimos días también por Barcelona, Valencia y Bilbao.

Las canciones del mexicano José Alfredo Jiménez son intergeneracionales, eternas, desgarradas, corales: carne, frenesí, pecado, noche, botellas y mucha ausencia. Entre ellas Un mundo raro, Amanecí otra vez, Que te vaya bonito, La media vuelta, P"a todo el año, Poco a poco, En el último trago. Hay grabados 247 temas por artistas muy variados.Chavela Vargas ha vuelto a los escenarios sólo para este homenaje. Chavela fue íntima amiga de José Alfredo Jiménez. Ella cuenta que cuando los médicos dijeron al compositor que le quedaban dos meses de vida, la llamó para correrse la última juerga juntos en unión del también compositor Tomás Méndez, autor de Cucurrucucú. Estuvieron tres días con sus noches cantando, bebiendo y desmesurándose en Tenampa, el mítico bar de la plaza de Garibaldi, en la capital mexicana. Chavela canta a José Alfredo por derecho. Y ella fue la joya del espectáculo, un espectáculo que podría ser definido como ortodoxo. Ninguno de los artistas se permitió licencias, fusiones u originalidades. Cantaron las rancheras y los corridos en estado puro. Con una excepción, la del cantaor Rancapino, que calentó al respetable con aires de bulería, tango y alegrías. Son canciones de cantina y noche profunda, pero Chavela advierte que ella las ha llevado "a las salas de concierto y a las universidades".

La ortodoxia reseñada provocó cierta frialdad, a pesar del desgarro de Sabina, el coraje de Víctor Manuel y la sensibilidad de Lucrecia. Al final, con El Rey, la gente se lanzó a hacer coros. Ese final fue el principio de la juerga para muchos, que seguro que a estas horas de la mañana andan de parranda.

Chavela estuvo inmensa, aparentemente contenida. A los demás artistas se les notaba la responsabilidad de compartir escenario con ella. Estuvieron muy modosos, acaso para dejar que la Vargas reinase, incluso cantando cosas tristes. Sabina dijo: "Las amarguras no son amargas, cuando las canta Chavela Vargas".

Al contrario de lo que suele ocurrir en estos casos, este concierto no se graba en disco. Es una pena que las discográficas no hayan podido ponerse de acuerdo para dejar testimonio de este homenaje justo y necesario.

En los bises hubo una sorpresa. Saltó al escenario Joan Manuel Serrat tímidamente. Dicen que José Alfredo Jiménez hacía canciones para llorar en soledad o en compañía. Anoche se lloró por dentro.

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