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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¿Dónde están mis compañeros?

Mañana del 11 de septiembre del 73: caigo arrestado por la Infanteria de Marina del Fuerte Borgoño, en Talcahuano. Maltratado, golpeado y pisoteado, soy llevado a la isla Quiriquina. Mi delito: oficial de la Policía de Aduanas DIA (Departamento de Investigaciones Aduaneras) de la Superintendencia de Valparaíso.No sé qué pasó con mis demás compañeros de trabajo. Cuarenta y cinco días pasan rápido.

Torturas, golpes eléctricos a mis genitales y baños de agua fría para despertarme. Mi nariz, ya torcida en un juego de fútbol, ahora es vencida por los constantes puñetazos que alguien me da tratando de hacerme confesar algo que nunca hice. Qué valientes, estoy ciego por la estrecha venda que me han puesto en mis ojos. Mi familia nada sabe de mí. Mi madre, me entero más tarde, me buscaba entre los cadáveres encontrados en las calles desde Valparaíso camino a Santiago.

En la oscuridad de una madrugada me envían a Valparaíso. El Silva Palma es mi siguiente morada; en el trayecto se me informa de que algunos de mis colegas han muerto combatiendo al nuevo régimen, por tanto, moriré fusilado por terrorista en contra del nuevo sistema. Sacado en dos madrugadas en noviembre, escucho el sonido de armas amartilladas o balas impulsadas en su recámara.

Preparen... Apunten... Fuego... El miedo me traiciona. Por mis pantalones corre abajo un líquido caliente... no es mi sangre... estoy bien. Hijos de perra... ha sido un simulacro. Ahora son mis lágrimas las que calientan mis pómulos. Risas burlonas me regresan a mi celda compartida con otros 8 prisioneros. Treinta y cinco días pasan volando. De pronto un día, a las dos de la madrugada, me dejan en la calle. Alguien pone un papel en mis manos, me saco la venda... lo leo: "En libertad hasta nuevo aviso".

Dos días después me entero de la suerte corrida por algunos de mis colegas:

Juan Antonio Ruz, fusilado en Iquique, su cadáver fue dinamitado junto a tres dirigentes sindicales; Mario Eduardo Morris, fusilado en Pisagua, no se encuentra su cadáver, conservado por el salitre del desierto, sino hasta varios años más tarde; Juan Jiménez, ex infante de Marina incorporado al DIA, fusilado en Antofagasta junto al también ex in-

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fante de Marina y también del DIA Juan Calderón; Carlos Ponce, otro de los ex infantes de Marina incorporado al DIA, logra escapar. Mis demás compañeros de trabajo son puestos en el mercante Lebu con destino a no sé dónde.

Mis hermanos de profesión, oficiales de Policía de Aduanas, se me perdieron en el tiempo, los fusilaron, los enterraron en un hoyo cualquiera, están en países que entendieron su pasado. El jefe Sanguinetti fue muerto por torturas, electro-choques, golpes, maltrato, le quebrantaron su dignidad. El Lebu fue su última morada. Gracias, España; gracias, presidente Aznar; gracias, juez Baltasar Garzón... Llegó la hora de la justicia.-

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