Lágrimas dulces
"Arrestaron a Pinochet en Londres", leí en el periódico surafricano Sunday Times. No pude creer la noticia. Al ir leyendo las escuetas líneas del corresponsal, las lágrimas empezaron a deslizarse dulcemente por mis mejillas. Estas lágrimas no eran amargas ni dolorosas. No tenían la desesperanza de la familia destruida; ni el asesinato del amor en nombre del anticomunismo; ni el grito ahogado y permanente de la señora Andronico. Eran lágrimas alegres y fuertes que tenían la risa de los ríos chilenos y que, por primera vez después de tantos años de impunidad, daban la esperanza de creer que Dios despertaba del sueño tan largo para implantar justicia. Pinochet fue y quedará en la historia de la humanidad como el más grande genocida de la segunda mitad del siglo. Yo espero que España les haga justicia a sus hijos asesinados en tierras chilenas y con ello permita un torrente de alegría a miles de chilenos en Chile y a aquellos, como yo, desperdigados por el mundo. Que se cumpla la sentencia: "La justicia llega tarde, pero llega".-
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