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Tribuna
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Fabada en tiempos de caos

Juan Cruz

Francisco Ayala miró ayer, desde la tierra de Clarín, al pasado y al presente y, aupado a sus 92 años, no pudo hacer otra cosa que declarar su visión del desconcierto: está en desconcierto el orden antes relativamente estable de la cultura y está en desconcierto la sociedad de finales de siglo. Las potencialidades inventadas por el hombre no sólo se usan para su propio beneficio sino para su destrucción; nos acecha un peligro estremecedor: o se ordena adecuadamente el planeta o asistiremos a su hundimiento catastrófico en el caos... En el mismo escenario en que en 1981 el poeta José Hierro alertó sobre los peligros de la entonces amenazante involución política española, el apocalipsis universal temido por el desconcertado y lúcido novelista de Granada caía sobre un mundo (el español) mucho más feliz que el de hace dos décadas. Podían atestiguarlo dos ex presidentes sentados entre el público, Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, sobre los que cayó entonces la amenaza, y podía atestiguarlo una ciudadanía que ya no hace de estos Premios Príncipe de Asturias momento de conciliábulo político sino ocasión social en la que militares y civiles, sacerdotes y periodistas, escritores y académicos, cumplen con el rito anual de elogiar la fabada y de cantar el himno que desde hace tantos años junta a gente de toda condición e ideología en el Campoamor de Oviedo: Asturias, patria querida. Un país distinto: dijo ayer un ilustre hombre de letras, "con qué felicidad se ve ahora a un militar comiendo una fabada".

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Ante el desconcierto de la cultura

En ese marco, y acompañado por premiados de todas las disciplinas y de todo el mundo, el veterano escritor de Granada dejó a un lado su tono en efecto preocupado por el porvenir del mundo para sentirse partícipe de lo que supone premiar a gente así en esta época: los premiados son "estimulante ejemplo vivo frente a un mundo desorientado o abúlico".

Dos veces dijo el término desconcierto; armado con la ironía y el escepticismo risueño que le descubre la novelista Enriqueta Antolín en su libro Ayala sin olvidos, este republicano del 31 asistió a los prolegómenos de la entrega del Príncipe de Asturias como si otro fuera el homenajeado; no fue a las conferencias que le dedicaron ("¡qué voy a oír elogios!"), y estuvo seguro de olvidarse del protocolo ("¡y hasta de la camisa!") en el momento de la recogida del premio. Estaba de buen humor, bien rodeado, pero no es dicharachero, y no lo iba a ser ahora. Estaba feliz del viaje en coche a Oviedo: "¡Qué bien está la carretera!". "Ha cambiado mucho el país", le dijeron. "Mucho", dijo él, "porque ahora son más prominentes las mujeres en la vida social, y eso ha cambiado la estructura de España. Las mujeres han hecho que los hombres se echen atrás: la consecuencia es muy buena, porque las mujeres son más eficaces, más interesadas en la vida... Por eso están mejor las cosas en España. ¿Ve cómo no soy tan pesimista?"

Al final del almuerzo, antes del ensayo del protocolo, a Ayala le cayó una mancha en la camisa. "Para eso están las camisas, para que no se manche el cuerpo. ¿Por qué me la voy a cambiar? No es bueno cambiarse la camisa dos veces el mismo día..."

A los 92 años, Ayala subió y bajó las escaleras del Campoamor como un chiquillo que de todos modos quiso dejar en la atmósfera su convicción de que, a pesar de los cantares y de las carreteras, vivimos en el medio de un enorme desconcierto. El homenaje que el Príncipe dedicó en su discurso a la contribución que la República hizo a la cultura de España debió constituir, al final, para Ayala un subrayado de esperanza y de reconocimiento que le habrá aliviado, a él y a tantos, de melancolías pasadas.

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