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Tribuna
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No castigar al culpable

Adam Michnik

El general Pinochet protagonizó un sanguinario golpe de Estado y durante largos años fue dictador. Pero, al mismo tiempo, es el hombre que garantizó que los ministerios que tienen la fuerza dieran el sí a la transición democrática pacífica. Su detención vuelve a plantear el problema del arreglo de cuentas con los tiempos de la dictadura, un problema presente en todas las jóvenes democracias, también en Polonia. Pero ocurre que se trata de un problema nada fácil de resolver. Las razones políticas entran en colisión con las jurídicas y, con frecuencia, chocan igualmente con las morales. Y es que hay que preguntarse: ¿qué es más moral, hacer justicia a costa del peligro de una nueva guerra civil o gozar de la estabilidad social sin justicia, como consecuencia de un compromiso entre los enemigos de ayer? No hay dictador que entregue el poder por la vía pacífica sin garantizarse antes su propia seguridad.

Jamás fui partidario de las dictaduras, comunistas o anticomunistas. Siempre identifiqué las dictaduras con el pisoteo de la libertad, la dignidad y la verdad. Y por eso jamás acepté la aplicación de dos baremos diferentes. Para los periodistas de izquierda, Pinochet era un "sanguinario verdugo", mientras que en Castro veían a "un romántico revolucionario". Para los periodistas de derechas, Castro era un aventurero bolchevique y un tirano cruel, mientras que Pinochet era un defensor conservador de los valores nacionales y religiosos. Para mí esa diferenciación de los asesinatos y torturas en reaccionarios y progresistas es absurda. Las torturas y los asesinatos, quien quiera que los cometa, se diesen bajo la dictadura de Pinochet o en el Estado de Fidel Castro, son igual de abominables. Fui enemigo de las dictaduras, tanto en Chile como en Polonia, y en más de una ocasión lo demostré desde el otro lado de las rejas de las cárceles.

Nos encontramos ante una situación inusual; en Chile y en Polonia las dictaduras fueron eliminadas no con ayuda de las barricadas y de las horcas, sino mediante la negociación y las papeletas electorales. No se hizo luego justicia, no hubo revancha alguna, pero se consiguió una relativa paz social.

Pese a todo cuanto he expuesto, comprendo el punto de vista de los jueces españoles. No quieren aceptar la violación de las leyes y tampoco quieren que el crimen quede sin castigo. Pero esa medalla tiene dos caras. Pinochet tiene en su país muchos partidarios para los que el procesamiento del general equivaldría a la ruptura del consenso.

Los españoles deberían tener presente las razones que a ellos mismos les indujeron a renunciar al arreglo de cuentas con la dictadura franquista por las víctimas que causó. La vía española hacia la democracia, basada en el entendimiento y el mantenimiento de la paz, se convirtió en un valioso modelo para muchos pueblos. España fue la primera en poner en práctica ese invento, quizá el mejor de las últimas décadas de nuestro siglo: desmontar las dictaduras con ayuda de compromisos y negociaciones. Sería bueno que los jueces españoles lo tuviesen muy presente cuando adopten las decisiones sobre el futuro del general chileno.

Un poeta polaco escribió: "Luego, después de terminada la lucha, / permítenos enderezar nuestros dedos, / aunque quede sólo el vacío".

Adam Michnik es director del diario polaco Gazeta Wyborzka

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