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Reportaje:

Kosovo, un pueblo de nómadas

Los refugiados albaneses se niegan a regresar a sus hogares sin protección internacional

ENVIADO ESPECIALMiles de fugitivos de la guerra de Kosovo viven en campamentos improvisados en las montañas y bosques, ateridos de frío, amenazados por el inminente invierno. Los fugitivos esperan condiciones de seguridad que les permitan regresar a sus casas sin miedo y con garantías. Casas construidas con años de sacrificio, ahorro y duro trabajo, como emigrantes en Alemania o Suiza, quedaron destruidas o saqueadas el pasado verano durante la ofensiva serbia contra el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK). Muchos albaneses de Kosovo, un pueblo de propietarios de buenas casas, pagadas con los trabajos en la diáspora por la Europa desarrollada, se han convertido en una comunidad de nómadas.

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Ni siquiera la oficina del ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) en Pristina, capital de la provincia serbia de Kosovo, conoce la cifra exacta. El representante del ACNUR, el canadiense Francis Theoh, reconoce: "Ignoro el número de refugiados. Es muy difícil de precisar, porque se trata de un grupo muy fluido. Algunos vuelven a sus casas, pero muchos tienen miedo a regresar. Cada vez resulta más difícil quedarse al aire libre, porque cada vez hace más frío. No tenemos información de que se hayan producido muertos entre los refugiados, pero sí enfermedades por las condiciones del agua y por el frío. En los últimos días regresaron algunos, por el frío, pero esto depende también del deterioro de las casas. Algunos no tienen casa a la que volver y muchos tienen que empezar por reconstruir una habitación para cobijarse".

Más que de refugiados, se debe hablar de fugitivos: miles de personas que han huido de sus casas ante la política de tierra calcinada aplicada por las fuerzas armadas serbias. Lo de refugiados parece una ironía. A no ser que se considere refugio unos campamentos improvisados. A 25 kilómetros al suroeste de Pristina, en la región de Drenica, se encuentra abandonado el pueblo de Kisna Reka, donde vivían 2.300 personas, que han huido en su mayoría y se han instalado en las montañas cercanas. Pasar el retén de policía serbio en la carretera general no supone ningún problema estos días. La palabra novinar (periodista, en serbio), que el pasado verano era como un trapo rojo para un toro, se ha convertido ahora en una especie de ¡Ábrete, Sésamo! El policía serbio apenas pronuncia un irónico "¿Por qué les interesa tanto Kisna Reka?". Ni siquiera se molesta en controlar los pasaportes. Tan sólo cuatro kilómetros más allá del retén serbio se encuentra, a la entrada de Kisna Reka, un control del ELK formado por tres hombres y un chico, que parece más bien un curioso. Uno de ellos viste uniforme del ELK y va desarmado; otro lleva al hombro un fusil que parece rescatado de un museo de historia militar; el tercero anota en una libreta los datos de los pasaportes de quienes atraviesan el control. Insisten en la obligación de retirar del coche las placas con el número de matrícula de Belgrado antes de entrar en la zona controlada por el ELK.

Kisna Reka se encuentra vacío, pero se ven algunas personas por allí. Se trata de fugitivos que bajan de las montañas para recoger algo de sus casas o en busca de leche. La tienda del pueblo aparece vacía y destrozada, con los cristales rotos y un cartel con una imagen de la albanesa madre Teresa de Calcuta, heroína nacional.

Los tres albaneses del retén del ELK son un comerciante, un albañil y un agricultor. El comerciante lleva la voz cantante y explica que no creen en los acuerdos del negociador norteamericano, Richard Holbrooke, con el presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic: "No creemos en ello. No queremos acuerdos. Con las palabras no se llega a nada. Todos nos dicen que podemos volver, pero todas las noches disparan desde Komoran", a unos cuatro kilómetros. Después repite frases que parecen un disco rayado entre los albaneses de Kosovo: "Vamos a continuar la lucha hasta la independencia. No estábamos a favor de la guerra, pero nos la impusieron. Esperamos durante ocho años una solución pacífica, pero no se consigue nada con el diálogo".

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"No nos iremos de aquí", dice con firmeza el comerciante convertido en guerrillero. "Haremos lo que podamos y lucharemos hasta el último hombre. Ésta es nuestra tierra. En todos los rincones de Drenica no verán un solo serbio. Todos somos albaneses". A la pregunta de bajo qué condiciones retornarían a sus casas, responde: "¿Cómo se puede decir que volvamos si no hay seguridad? Los hombres hemos decidido morir por Kosovo y tenemos que impedir que mueran las mujeres y los niños". Para regresar a casa, asegura que se necesita "una retirada de las fuerzas serbias". Para solucionar el problema de Kosovo, "un protectorado internacional, como pide [Ibrahim] Rugova", el presidente reconocido por los kosovares.

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