El gran líder de la pequeña Serbia
Soñaba con la Gran Serbia. ¿O no? Pues el camino recorrido por Slobodan Milosevic parece justamente el contrario: conformarse con una pequeña Serbia, rota, y arruinada, siempre que él siga mandando. Como tantos otros dictadores, Milosevic ha preferido sacrificar a su país, antes que a sí mismo. Pero su país y, de hecho, buena parte de los Balcanes sólo podrán recobrar estabilidad y vitalidad el día en que se le saque del poder. Sin embargo, puede durar. Milosevic, que empezó su carrera de poder real justamente en Kosovo en 1987, destruyó, junto con otros, esa tan útil entelequia que era la antigua Yugoslavia, y la llevó a una guerra cruenta en la que los serbios fueron perdiendo territorio. Posiblemente, en un futuro de incierta lejanía, si las cosas siguen yendo mal, acabe desgajándose Montenegro de lo que queda de Yugoslavia, rebautizada Federación. Kosovo, lo ha perdido ya, pues se está convirtiendo en una especie de protectorado internacional de nuevo cuño. Son, además, muchos los indicios que apuntan a que Milosevic estaba dispuesto a perder, llegado el caso, una parte de Kosovo, la parte más pobre, se entiende.
A eso parecía llevar la limpieza étnica que, con casi total impunidad -pues supo durante un buen tiempo torear a los occidentales y jugar con sus intereses encontrados-, llevaron a cabo sus fuerzas especiales este verano en tierras de esa maldita provincia. Incluso ha logrado presentarse ante los suyos como el dirigente que "con ayuda del pueblo serbio", ha sabido evitar un ataque de la OTAN. Por supuesto, no ha contado la verdad a sus conciudadanos. Y ha aprovechado para reprimir y cerrar varios medios independientes, para que todo quede bajo control.
El acuerdo que, bajo la amenaza de un inminente ataque de la OTAN, le sacó Richard Holbrooke a Milosevic va a resultar muy difícil de gestionar mientras éste permanezca en el poder, pero justamente intentará utilizarlo, como se sirvió de los acuerdos de Dayton sobre Bosnia, en su propio beneficio de permanencia. El acuerdo es temporal y su primera virtud ha sido evitar el desastre humanitario de los refugiados en las montañas de Kosovo, sin entrar en un conflicto armado. Pero muchas de las razones de la inestabilidad balcánica siguen en pie; incluso algunas agravadas, pues van ganando terreno los radicalismos.
La paz en la región requiere, como condición necesaria, que desde luego no suficiente, que Milosevic se vaya. La conclusión es fácil. Cómo aplicarla es harina de otro costal, pues, pese a su creciente aislamiento, internacional y nacional, no es fácil acabar con él, y alguno de sus posibles sucesores, como Vojislav Seselj, puede resultar peor remedio que la enfermedad.
No se puede contar con una oposición democrática y moderada que intente derribarlo. Las carencias de la oposición quedaron de manifiesto cuando se dividió, tras las movilizaciones que siguieron a las elecciones municipales, y tras haber logrado ganarle una partida a Milosevic. Un penetrante análisis de Tim Jodah en The New York Review of Books sobre este sombrío personaje que constituye "el mayor enigma" de la Europa actual y "que acaba perdiendo casi todas las batallas en las que se mete", cita, recogiendo ideas que circulaban en Belgrado dos posibles estaciones terminales para Milosevic: la de Ceaucescu, a quien tras algunas movilizaciones sociales sacrificaron sus propios seguidores para salvarse y seguir en el poder durante un tiempo. O la de Gorbachov, que al desaparecer la URSS se quedó sin cargo. En principio, Milosevic saltó de la presidencia serbia a la yugoslava para sobrevivir, aunque fuera sin poderes formales que luego se buscó. Lo que hoy se llama Federación Yugoslava también puede desaparecer. ¿Saltará entonces Milosevic a otra rama? ¿O ya no habrá dejado ningún arbol en pie?
aortega@elpais.es
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