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"En Euskadi nunca estuvo mal visto tirar piedras a la policía"

El médico pensó que aquella mujer, anciana ya, se había vuelto loca. Sentada frente a él, en un rincón del pequeño dispensario de su pueblo, le habló muy seria. Lo hizo en una mezcla de euskera -su lengua de toda la vida, la que le sirve para rezar y ponerle nombre a todos sus achaques- y de un castellano que sólo utiliza cuando no le queda más remedio: -Doctor, vengo a que me recete algo contra el bihotzerre. El médico, aprendiz de vascuence, intentó traducir sobre la marcha y se sorprendió con el resultado. Aquella mujer le estaba pidiendo, con toda la tranquilidad del mundo, unas pastillas contra el "corazón -bihotz- quemado -errea-". Antes de que la mandara al manicomio, alguien tuvo a bien aclararle que bihotzerre -así, todo junto- sólo significa en euskera "ardor de estómago".

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Asier, de 25 años, estudiante de Filosofía, militante de Herri Batasuna y de Jarrai -la rama juvenil de la izquierda nacionalista-, se indigna con la anécdota. "No dejaremos de luchar", dice muy serio, "hasta que el médico que atienda a esa mujer sepa hacerlo en su idioma; defender su derecho es nuestra guerra y lo haremos con todas las armas necesarias".

Después de dos horas de conversación con Asier y con otras dos jóvenes estudiantes radicales -Argine, de 21 años, y Aitziber, de 19-, al reportero le queda todavía la duda de si la confusión no es demasiado habitual en Euskadi. De si los mismos jóvenes que se indignan por un ardor de estómago -muestra de la, a su juicio, lentísima implantación del euskera en el País Vasco- se quedan de pronto impasibles, fríos, ante un verdadero caso de corazón quemado: el del ertzaina abrasado por una botella de gasolina y ácido sulfúrico, o el del asesinato rápido, a sangre fría, de un joven concejal; o la agonía lenta de un hombre inocente condenado sin juicio a morirse de pena en un zulo de Mondragón. Ni Asier ni sus dos amigas - Argine, estudiante de Sociología, y Aitziber, en primero de Ciencias de la Información- condenan los atentados. El viernes, sin embargo, accedieron en Vitoria a charlar con este periódico de Herri Batasuna y de ETA, de la tregua, del euskera y de si la paz será posible algún día. Y lo hicieron aun con la certeza de que sus reivindicaciones son muy difíciles de comprender fuera del País Vasco:

-No somos una secta ni nada parecido, aunque se nos vea así por culpa del ataque continuo al que nos tienen sometidos los medios de comunicación. A nosotros, cinco minutos de criminalización en un telediario nos cuesta tres horas de conversación para atenuar los efectos.

Asier, que ya ha sido detenido en dos ocasiones, tiene los ojos claros y un arete de plata en la oreja izquierda. Asegura que la fractura social entre ellos -los jóvenes más radicales, los que de vez en cuando destrozan cajeros automáticos y cabinas de teléfono - y el resto de los vascos es menor de lo que la gente piensa en el "Estado español":

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-Aquí se sigue temiendo más a la policía que a nosotros. Nunca en Euskadi estuvo mal visto tirar piedras a la policía. Mi madre, por ejemplo, es contraria a la lucha armada, pero poco a poco me va entendiendo. Mi padre, que no es nacionalista, dice que si me meten para dentro [lo detienen e ingresa en prisión] se hará de Senideak [la asociación de apoyo a los presos de ETA] para ir a verme a la cárcel.

Los tres amigos -buenos estudiantes, conversadores amenos, gente brillante en cualquier otro lugar- se ponen de pronto a hablar de ETA. De un mundo oscuro y clandestino donde matar es parte del compromiso con Euskal Herria, la patria soñada:

-No es casualidad que generación tras generación haya gente dispuesta a integrarse en un comando y a cometer atentados. Aquí hay una conciencia de pueblo muy grande. ¿Y a quién le va a gustar la sangre? Lo hacen porque es parte de su compromiso, sabiendo además que no tienen futuro, que su vida suele desembocar en la muerte, o en la cárcel o en la huida... Así que nadie de los que deciden cruzar la línea piensa encontrarse con un mundo fantástico... Saben a lo que van, y van. Es nuestro órdago a España.

Desde hace unas semanas, las calles del País Vasco -salvo altercados puntuales- están más tranquilas. Los jóvenes de Jarrai, responsables de la lucha callejera, han recibido la orden de obedecer la declaración de tregua. Asier cree, sin embargo, que los agravios siguen vivos, que la guerra debe continuar:

-Todas las formas de lucha son imprescindibles. Y por el momento no se dan las condiciones para el cese. Los motivos siguen existiendo. La declaración es una acción más, otro eslabón de la lucha armada. La tregua se terminará si el Gobierno no acepta las condiciones, si no trabaja por la paz.

Los tres amigos alternan la conversación normal -las reivindicaciones sobre el futuro político de Euskadi- con un discurso muy duro, la crónica de un mundo al revés donde los presos son héroes y sus víctimas, verdugos:

-A nosotros tampoco nos gusta ver morir a nadie. Pero la lucha armada forma parte de la guerra contra el Estado español. Y si no, ¿qué hubiese sido del País Vasco sin ETA? La organización sólo atenta contra los enemigos de la patria vasca.

Asier, Argine y Aitziber siguen hablando. No han dejado de sonreir.

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