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Tribuna
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El ritmo antiguo

Enrique Vila-Matas

Es la primera vez que dan el Nobel de Literatura a un escritor al que conozco personalmente. Y sospecho que es la última vez que lo dan a un escritor con el que he subido a un faro.Nunca tuve el honor de subir 39 escalones en compañía de Hitchcock, pero sí he subido, de golpe, sin pausa y a un ritmo endiablado, 250 escalones con José Saramago. Eso ocurrió hace unos años y fue en la Costa de la Muerte, en el faro de Cabo Villano, junto a Finisterre. Recuerdo que subimos a la bombilla gigantesca a través de una angosta y empinada escalera tapiada que, por fuera, toma la forma curva de una serpiente.

Subimos Pilar del Río, Carmen Martín Gaite y yo, y lo que más recuerdo de la dura ascensión fue mi descubrimiento de la impresionante fortaleza física del gran escritor portugués, que subió al faro con un ritmo de campeón olímpico. Escritor tardío, se podría construir una metáfora comparando la fulminante ascensión literaria de Saramago con aquella subida imparable al faro del fin del mundo de Cabo Villano.

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Presentación

En febrero de este año pasó por Barcelona y recordamos la ascensión. Recuerdo que, en una sala abarrotada de público, Vázquez Montalbán se refirió a las primeras novelas de Saramago -las que cimentaron su ascensión fulminante- diciendo que, a causa de la costumbre de reducir la obra de un gran autor a cuatro lugares comunes, esas novelas habían acabado por convertirse en unas señales nimias que hacían falsamente reconocible al escritor Saramago. "Por eso", dijo Vázquez Montalbán, "en contra de lo que se piensa, José Saramago necesita presentación".Y por eso hoy, premiado con el Nobel y a pesar de su gran popularidad entre los lectores españoles, sigue necesitando de ciertas presentaciones -de las que ya se encargarán los especialistas-, que no van a venirle mal a la obra de este merecido Nobel, de este hombre comunista y sabio, entendiendo por esto último lo que Ricardo Reis, heterónimo de Pessoa, entendía por tal: "Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo".

Aunque soy un admirador de Memorial del convento y de Todos los nombres, de Saramago mi libro favorito es El año de la muerte de Ricardo Reis, donde, con prosa compacta y de alta poesía, meditaba genialmente, a través de un poeta y una ciudad, acerca del sentido de toda una época: una sabia contemplación del espectáculo del mundo concentrada en la figura de Ricardo Reis, el poeta -tal vez aldeano, como Saramago- que hababla del ritmo antiguo que hay en los pies descalzos y que bien podría ser el ritmo enérgico del propio Saramago en el faro de la Costa de la Muerte.

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