"La fama me permite llegar más cerca a las personas"
La entrevista que se transcribe parcialmente en estas páginas pertenece al libro que se editará próximamente, El peso de la fama (EL PAIS-Aguilar), en el que diversas personalidades re flexionan sobre la popularidad y el éxito social. Pregunta. En su última novela, Todos los nombres, hay una frase que dice: "La fama, ¡ay de nosotros!, es un aire que tanto viene como va, es una grímpola que tanto gira al norte como al sur y, de la misma manera que una persona pasa del anonimato a la celebridad sin apenas darse cuenta, tampoco es infrecuente que después de haberse pavoneado ante el entusiasta favor público acabe sin saber cómo se llama". ¿Qué le ha llevado a reflexionar en este libro, precisamente, sobre la fama?Respuesta. A lo mejor no reflexionaría sobre eso si no fuera por el hecho de que el personaje principal, el héroe, que de héroe no tiene nada pero le llamamos el héroe, aquél que lleva el peso o la importancia de un relato, es un pobre escribiente, un funcionario del registro civil, que en su tiempo libre se dedica a coleccionar noticias y fotos de periódicos y revistas sobre los demás. Su colección no se orienta a una determinada actividad o profesión, a él le da igual que sean actores, deportistas... supongo, no sé, que en su colección habrá hasta escritores, se puede creer. Esa fluctuación no es tan casual como pueda parecer. Yo he decidido que el funcionario tuviera esa pequeña manía. A lo mejor no tendría esa idea si no fuera por el hecho de que yo, considerándome de a pie, no como escritor, incluso también como escritor más o menos conocido, no tuviera siempre ese sentido de la relatividad de lo que llamamos fama. En primer lugar, la fama no es en sí misma positiva y puede ocurrir que muchas veces uno sea famoso por razones negativas. Entonces, ¿qué es la fama? La fama no pasa de eso, de ser conocido. Hay un nivel en el que más o menos todos somos conocidos, aunque sea en la calle donde vivimos. Después se puede llegar a ser conocido por un mundo más grande, en su pueblo, en su país, en varios países, en el continente en el que está o en el mundo entero pero, de todas formas, siempre queda una mayoría de personas para quien el famoso no lo es. En España se habla mucho de los famosos, incluso de sus vidas, de lo que hacen y lo que no hacen, alimentan mucho a la prensa, sobre todo a esa que llamáis aquí la prensa del corazón. Pero lo que tenemos que tener muy claro es que hay millones de personas que no saben quiénes somos. Esa es la idea que uno debe tener sobre el ser famoso. Hay que pensar que una fama que dura, cuando existe, dura un tiempo porque yo creo que nadie ha sido famoso toda su vida. Uno es un niño, luego adolescente y llega un momento determinado en que por esto o por aquello se vuelve famoso. Pero ese ambiente es triste porque ¿qué pasa? Que muchas veces uno vive para alimentar eso, para que no descienda ni disminuya la fama, y de alguna forma se vuelve esclavo de su propia fama y, a veces, desgraciadamente, no repara en medios para que esa fama se mantenga.
Lo único positivo que encuentro en esto de la fama, suponiendo que yo llegue a un cierto grado que, en realidad, sólo significa conocimiento público más amplio, es que me ha permitido conocer a más gente y no al revés, que me haya permitido ser más conocido. Todo lo que se relaciona con mi actividad de escritor no me ha traído la fama en el sentido material, ni tampoco vanidad, pero me beneficia al permitirme llegar más cerca de las personas para quien yo tengo alguna fama.
P. Este encuentro con otra gente, ¿es la única compensación de ser muy conocido del público o hay otras?
R. No sé si es una compensación porque desde que concedes entrevistas o te invitan a un congreso y te sacan fotos, piensas que lo que dices o haces es importante para los otros y yo creo que no, o al menos que no lo es siempre. Lo que pasa es que como este mundo no puede vivir sin noticias, se reclaman noticias aunque su importancia radique en que un escritor opine sobre cualquier cosa que ocurrió por ahí. No es que uno no deba opinar pero en muchas ocasiones el hecho de opinar como escritor lleva a olvidar que la opinión que uno da no debía ser tanto como escritor sino como ciudadano, y es curioso que se pida una opinión a alguien por el hecho de que es escritor y no por ser simplemente un ciudadano, como si el dedicarse a la actividad literaria le llevara a tener un conocimiento de la vida y de los hechos diferente a los de otro ciudadano, lo que muchas veces no es así. Creo que cuando el escritor recibe cartas de sus lectores, son cartas dirigidas al escritor pero las promueven razones extraliterarias. No es que en esas cartas no se hable de literatura o de libros, se habla de lo que ocurrió en la cabeza, en los sentimientos o en el corazón del autor de la carta por el hecho de tener, gracias a la lectura de un libro, una relación que no es sólo de lector a autor sino más bien de persona a persona entre él y el autor. Esa sí es la compensación; por eso sí puede decirse que la fama tiene algo bueno. Ahora, eso puede ocurrir con un escritor, podrá ocurrir con alguien que expresa ideas, sentimientos y todo eso, pero hay otras famas: a un deportista, aunque reciba una carta y le pidan autógrafos, no creo que nadie le escriba para hablar de su propia vida. Entonces, hay famas y famas. La verdad es que algunas famas pequeñas, y cuando digo famas pequeñas digo, por ejemplo, la mía, es más rica de consecuencias, de relaciones, de amistades, de acercamiento a la gente que la fama de un Ronaldo, si quieres, que es muchísimo más popular que yo, o que cualquier escritor de Europa o de Brasil. Entonces la fama no es en sí misma vanidad pero si uno se complace en ella entonces no es más que vanidad. En el otro caso, esa fama añade más y más responsabilidad, a lo mejor de forma efímera, pero si tienes motivos para creer que lo que estás haciendo es importante para un mundo más o menos grande de personas, eso, como he dicho antes, podrá darte una imagen en la que te complaces. P. ¿Es una droga?
R. No, no lo creo, sobre todo si piensas que en el mundo todo es precario, relativo. Creo que estas cosas las tomamos demasiado en serio. Tú tienes una vida de 60, 70, 80, 100 años; eso es nada. Tú estás condenado a no ser nada, es más, estás condenado a ser lo que has sido y a lo que has hecho, y ocurrirá lo que siempre ocurrió, es decir, que todo eso se pierde en el olvido, que todo eso acaba siglos después o media docena de años después por no tener ninguna importancia, o casi ninguna. Entonces, si crees en esa fama inmortal que llevará a las generaciones venideras a pronunciar tu nombre, a leer o a contemplar tu obra, y que eso durará para siempre, y que en la eternidad todavía se estará diciendo tu nombre con respeto y veneración,, te estás engañando, y eso sí que sería una droga. Tenemos que tener por seguro que eso no dura y yo te digo que estoy preparado, no por el hecho de que haya pensado en eso y haya tenido que hacer un esfuerzo para prepararme. Lo estoy por mi propia naturaleza, preparado para que mañana, pasado mañana, un día, no sé cuándo, lo que estoy haciendo, o lo que haga a partir de hoy, deje de interesar a la gente y que lo que hoy se puede llamar la fama de este señor que está aquí desaparezca, desaparezca como tantas otras. Y lo que está claro es que el mundo seguirá su camino sin preocuparse lo más mínimo.
P. Su última novela, Todos los nombres, trata de alguien que trabaja con todos los nombres y, sin embargo, en la novela no aparece más que el nombre propio, don José, esa persona que colecciona por obligación profesional todos los nombres. ¿Vivimos en un mundo en el que la gente busca su nombre en los periódicos, en las revistas, un mundo de negritas?
R. Sí, es cierto, y gráficamente lo has explicado muy bien porque la costumbre de poner los nombres en negrita en las columnas de la prensa lleva, o puede llevar, supongo, sobre todo a los famosos, a buscar en primer lugar y, quizá en último lugar, su nombre, y si no está pasa hacia delante y no le interesa nada de lo que se habla allí. Pienso que esto va un poco más allá del epígrafe de mi novela y, personalmente, defiendo la tesis de que muchas veces lo más importante de un libro es ese encabezamiento, y que lo que viene después no pasa con frecuencia de ser una glosa más o menos esforzada del enunciado que está, por decirlo así, en el pórtico del libro y que muchas veces no es del autor del libro. En este caso, en el de esta novela, en la que he de decir que el epígrafe es mío, creo que está todo ahí. No sé si luego está todo lo que se puede esperar del libro pero sí todo lo que tiene que ver con mis preocupaciones. El epígrafe dice:
Pasa a la página siguiente
"La fama me permite llegar más cerca a las personas"
Viene de la página anterior"Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes". Esto lo he sacado de un libro que no existe, que se llama El libro de las evidencias, y, por lo menos desde mi punto de vista, es una evidencia. Esto guarda relación, con el Ensayo sobre la ceguera cuando la chica de las gafas oscuras dice: "Hay entre nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es la que somos". Y esa idea del nombre que uno tiene y que no conoce quizá sea mi angustia esencial, o fundamental. Creo que, en el fondo, no sabemos quiénes somos, incluso cuando hablamos del otro. Este libro también es la búsqueda del otro, ese proceso de acercamiento al otro para saber por qué el conocimiento del yo pasa por el conocimiento del otro. Ese proceso es, incluso, una forma de altruismo, una necesidad de ir al otro para llegar a uno mismo. Pero lo peor es que muchas veces buscamos al otro, sobre todo, porque no llegamos ni llegaremos nunca a saber quiénes somos verdaderamente y, mientras lo hacemos tenemos la ilusión de que nos estamos acercando a nosotros mismos. Esta idea que quizá sea inicial, que puede llevarte a algo que indirectamente se relaciona con el solipsismo, sería una equivocación que no me gustaría que ocurriera. Yo no estoy nada preocupado conmigo mismo, me refiero a la persona que soy, claro que me preocuparía y me está preocupando saber quién soy, pero tendría algún interés saber quién soy si sirviera para conocernos, para que supiéramos todos, o el mayor número, quiénes somos. De todas formas tengo muy claro que vivimos toda la vida y que podemos tener una vida rica en todo, más humana si quieres, y podemos llegar a todo y tenerlo todo, no me refiero a bienes materiales, no estoy hablando de dinero ni de coches, tenerlo todo en el sentido de que estás bien, que tienes una sabiduría que te lleva a deducir: estoy bien donde estoy. Pero aun así, para decir que estás bien no tienes más remedio que renunciar. Creo que la sabiduría consiste en saber renunciar y tener conciencia de eso, que es imposible conocer tu propio nombre.
P. ¿Qué efectos ha tenido sobre usted y sobre su obra el hecho de que sea ahora, voluntaria o involuntariamente, más conocido, más requerido? ¿Qué efectos ha tenido sobre su tiempo, su manera de ser, su actitud sobre los demás?
R. Creo no haber cambiado, pienso que la fama no me ha cambiado, que los amigos que tengo, los de siempre, siguen reconociendo al de antes en el que soy ahora. Eso por un lado, y por otro, el hecho de que esa fama exista no tiene ninguna influencia en la obra. Lo que sí te quiero decir es que a la hora de escribir no estoy pensando si lo que estoy escribiendo añadirá, aumentará o disminuirá la fama que tengo y lo que escribo no está condicionado por el hecho de que necesite que esa fama se vuelva más grande. Incluso se puede decir lo contrario. Cuando escribí el Memorial del convento y La muerte de Ricardo Reis dejé una especie de camino abierto por donde sólo hubiera tenido que seguir y sin embargo mis dos últimas novelas representan una ruptura, no una ruptura brutal, drástica, pero hay una ruptura que no es sólo de estilo sino con respecto a los temas, como si cada vez me importara más el hablar menos.
P. ¿Como si se hubiera quedado más solo?
R. No, no, más solo no. A lo mejor esto tiene que ver con la edad, con que he vivido mucho y ya no puedo vivir mucho más. Es como si hubiera estado a lo largo de mi vida admirando una escultura, diciendo qué hermosa, qué bien, qué artista, qué belleza, y llegara un momento, que es el momento en el que estoy, en el que la pregunta o la reacción mía fuese preguntarse ¿qué es la piedra? El Ensayo sobre la ceguera es esa pregunta y Todos los nombres también.
P. Quizá se busca en las palabras la identidad que uno busca explicarse, es decir, cuando le leo, leo a una persona indagándose sobre su propia identidad y desde una soledad muy profunda que es la que lleva a ver desnudas las palabras, como si se quisiera despojar. Eso que dice, lo de que cada vez trata de ser más esencial.
R. Sí, pero creo que nosotros conocemos palabras, las usamos, hablamos, decimos y escribimos las palabras que conocemos pero creo que, en el fondo, las palabras no llegan a decir mucho, y no estoy hablando de un autor u otro, estoy hablando del idioma. El idioma está ahí, y aunque uno tenga palabras, palabras que tienen historia, que tienen una relación interna entre ellas, una especie de fluido que circula entre ellas, nosotros fluctuamos en esa especie de océano de sonidos, y a todo ese magma le buscamos un sentido. Creo que en el fondo las palabras no sirven si no es para buscar el sentido. Ellas no son el sentido, ellas sirven para buscar el sentido o un sentido y, quizá, todas juntas, organizadas, dispuestas en sucesión lógica, no tanto gramatical, puedan darnos un sentido, pero la verdad es que no sé. ¿Qué son las palabras? A veces decimos que el sonido es mucho más rico, mucho más denso, mucho más sustancial que las palabras, pues éstas muchas veces no sirven sino para ocultar, disfrazar, escamotear, lo que es un poco extraño porque una palabra que se usa para enseñar puede estar ocultando lo que aparentemente está enseñando, no lo sé.
P. Los escritores de mucha fama cuando escuchan elogios sobre su obra y sobre su persona dicen, habitualmente, "no me lo merezco". Unamuno recibió una vez un premio de manos de Alfonso XIII y cuando el rey le entregó el premio le hizo un discurso sobre su merecimiento y Unamuno le respondió: "Muchas gracias por este premio que me merezco tanto". Me gustaría que reflexionara sobre ese lugar común de los escritores, porque, evidentemente, cuando reciben algo, algún mérito tienen. ¿Cómo es que nunca se lo merecen, de dónde viene esa humildad?
R. No es ninguna humildad, es una falsa modestia y también falta de coraje, el coraje que tuvo Unamuno. Pobre de ti si mañana te dan un premio y dices que estás de acuerdo con lo bueno que han dicho de ti: te matan, te destruyen, te llamarán de todo, que eres un vanidoso, un insolente, que cómo te atreves, porque la sociedad es hipócrita. Así que, tú dirás: simulas una modestia que en el fondo no tienes.
P. ¿Qué efecto le produce el halago?
R. A veces me deja un poco cortado porque nunca sé reaccionar con naturalidad, me escapo de eso con un poco de ironía, aparentando que no tomo en serio lo que están diciendo, aunque es cierto que me lo tomo muy en serio y me ayuda a mantenerme con algún equilibrio, en ese sentido antiguo, que creo que ha nacido conmigo, de que todo es precario, de que todo es relativo, que nada dura y que lo que se está diciendo allí, incluso aunque sea cierto, no durará.
P. Cuando le reconocen en público, ¿se siente confortado, se siente acosado¿, ¿ cuál es su actitud íntima?
R. No, acosado nunca. Los escritores, por muy famosos que sean, no creo que sean acosados en ese sentido físico. Me gusta si paseo por la calle y alguien me dice buenas tardes, o qué tal está, me siento reconfortado o reconocido, pero siempre con esa idea de que a lo mejor eso ocurre porque lo que hago interesa a la persona que salió de su propio mutismo y me saluda, o se para, a decirme que ha terminado de leer mi libro y que le ha gustado mucho y me pide que siga escribiendo.
P. De hecho, hace años, una persona se acercó y le dijo: "soy una lectora suya", y ahora esa persona vive con usted y es su mujer. ¿Me podría contar cómo fue eso y, a partir de ahí, su reflexión acerca de que una mujer se enamorase de un famoso por su escritura?
R. Hay que introducir ahí un matiz fundamental, porque la verdad es que yo, en el año 86, en España no era famoso, hay que tener eso en cuenta. Había publicado El año de la muerte de Ricardo Reis y después salió Memorial del convento. La crítica recibió bien los libros, habló bien de ellos pero de ahí hasta la fama hay un largo camino que no estaba andado. Entonces lo que cuenta no es tanto la fama como el hecho de que una mujer, entrando en una librería encuentra un libro, Memorial del convento, lo miró, leyó, supongo, las primeras palabras, le pareció que despertaba su curiosidad, se lo llevó a casa, y cuando terminó la lectura volvió a la librería a preguntar qué más tenía publicado ese señor, y se llevó El año de la muerte de Ricardo Reis, y ahí se acabó. Ni siquiera ella imaginaba al autor como un señor bajito a lo portugués. Creo que el haber leído ese libro le llevara a llamarme para decirme, soy fulana, soy periodista, admiro mucho sus libros, estoy pensando viajar a Lisboa y si usted tiene un minuto me gustaría hablar con usted, lo encuentro lo más normal del mundo tratándose de una periodista que hacía un viaje a Lisboa, que recientemente había conocido la obra de un escritor y que quisiera conocerlo. A ella no fue la fama lo que la movió a conocerme. Ahora si alguien me llamara y me dijera quiero ir ahí para verlo, eso sí sería movido por la fama, pero ella no, ella se movió por la impresión que le había producido la lectura de dos libros que habían tenido una buena recepción, pero una recepción normal. Yo no me encontré de la noche a la mañana en España, porque de España estamos hablando, por el hecho de haber publicado esos libros en la luna, y que todo el mundo dijese: mira ese señor que no estaba antes. Es distinto, Pilar se fue a Lisboa y ¿qué es lo que podía ocurrir?: pues encontrar a un señor que no conocía, de acuerdo, pero después podía haberse vuelto a su casa, a Sevilla.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.