_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Que se den tregua

NO DEJA de ser chocante que la decisión de ETA de interrumpir sus acciones terroristas haya venido acompañada de un enredado debate, a veces muy subido de decibelios, entre los partidos democráticos en torno a cuestiones mayores que no hay que rehuir, pero que merecen un tratamiento más reposado y no sujeto a urgencias coyunturales, como la celebración de las elecciones vascas en poco más de dos semanas. El alto el fuego ha permitido visualizar con claridad meridiana que la violencia ejercida por ETA y su entorno social constituía el verdadero "problema vasco" y que su existencia terminó siendo un obstáculo para que los nacionalistas afloraran sus aspiraciones políticas. El inminente futuro conduce, sin duda, a debates de gran calado y es probable que de tono subido, pero no parece lo más apropiado que el silencio aún reciente de las armas se esté llenando ya del ruido de pronunciamientos poco menos que universales y definitivos sobre la validez o no de el marco de convivencia que este país se dio hace 20 años con la Constitución.A estas alturas no tiene demasiado sentido discutir si existe o no una vinculación entre las expectativas de paz abiertas en el País Vasco y el cuestionamiento del marco constitucional realizado por las principales fuerzas nacionalistas de Cataluña, Galicia y Euskadi en la Declaración de Barcelona y en sus posteriores cónclaves. El último, ayer en Madrid, convocado por el PNV para explicar a representantes de 12 partidos nacionalistas (¿caben en serio tantos nacionalismos en España?) de su visión sobre la tregua y sus consecuencias.

Más información
Arzalluz dice que el PSOE frena la paz para no favorecer a Aznar

El efecto combinado de ambas realidades es que se ha entrado en una espiral insensata de enfrentamiento entre los partidos nacionalistas y los de ámbito estatal, y de éstos entre sí, que no hace sino minar la moral de los ciudadanos, por otra parte aliviados ante el alto el fuego. Ni ayuda a preparar el escenario sobre el que, una vez celebradas las elecciones vascas, y si ETA abandona definitivamente las armas, habrá que plantear una salida a la violencia, ni propicia una discusión constructiva sobre las cuestiones de fondo que reivindican los nacionalistas periféricos.

El frentismo y el sectarismo están contraindicados para recuperar las bases de una convivencia que ha funcionado razonablemente bien durante los últimos años, excepción hecha del terrorismo etarra. La mejor manera de afirmar la identidad nacional propia no pasa por negar los sentimientos nacionales de otros. Del mismo modo, tampoco parece que la respuesta política más adecuada sea una declaración a otra declaración. No se puede tener miedo a discutir nada siempre que los participantes acepten las reglas democráticas. Pero debe objetarse el método, esa confusión en la que se cuestiona todo -identidades, marcos jurídicos, derechos individuales- y, sobre todo, se imponen dogmáticamente a los ciudadanos proyectos de convivencia contrapuestos y excluyentes. Los hombres de la generación del 98 contemplarían con incredulidad la peregrina controversia desatada estos días, un siglo después del desastre, sobre la esencia de España y su naturaleza nacional o plurinacional.

Dentro de tanto estrépito y desatino, no es extraño que algunas de las palabras más sensatas pronunciadas esta semana hayan salido de la boca del líder del Sinn Fein, Gerry Adams, en su visita a Bilbao. El sentido común de los consejos de Adams -o, mejor, de su resistencia a darlos- puso en evidencia el intento de Herri Batasuna de aprovechar su crédito para involucrar a otros países e instancias internacionales en la resolución de un asunto que depende en exclusiva de la voluntad de ETA de no volver a utilizar las pistolas. Aunque algunos vascos están empeñados en que el llamado problema vasco se parezca al irlandés, es seguro que Adams supo apreciar las diferencias.

Es necesario pedir a nuestros dirigentes políticos un poco de cordura y de responsabilidad. Y que sepan resistirse al discurso reactivo, al regate en corto, por más que el clima electoral los propicie o las soflamas de los excluyentes, generalmente en las filas nacionalistas, les irriten. Su función no es desorientar a la sociedad, sino proponerle proyectos y metas realistas. Que también ellos se den, y nos den, una tregua.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_