La clave del hierro
La exposición apunta a una de las claves de la obra de Chillida y de una de las mejores vertientes de la vanguardia internacional de los años cincuenta. Con medio centenar de piezas, permite reconstruir adecuadamente lo que supuso ese feliz momento creativo en el que Chillida definió su personalidad artística y alcanzó el reconocimiento internacional.Tras la obra en hierro, realizada por Picasso y Julio González entre la segunda mitad de los veinte y los treinta, el estadounidense David Smith continuó por esta senda junto con otros jóvenes escultores, principalmente europeos, entre los que se encontraba Eduardo Chillida. Éste se había instalado en París a finales de los cuarenta y halló en el hierro un móvil creador privilegiado, en el que se conjugaban de forma natural muchas de sus inquietudes. El hierro era para él un material casi vernacular, porque le traía resonancias tanto de la arcaica memoria agrícola como de la tradición industrial modernizadora del País Vasco. Chillida estaba, además, particularmente capacitado para comprender, en todas sus complejas dimensiones, la obra final de Julio González. Se comprende, por tanto, la súbita potencia poética que logró en esta su primera etapa escultórica y el efecto deslumbrante que produjo. Recuerdo la impresión producida en el homenaje que le rindió la Bienal de Venecia de 1990 con una retrospectiva en Ca"Pesaro. Se trataba de una muestra selectiva, que abarcaba, con piezas esenciales, 40 años de trayectoria. Allí se podía contemplar, obviamente, todas las etapas y los muy diversos materiales en los que ha trabajado Chillida, pero ese arranque inicial con esculturas de hierro, muchas de las cuales eran de tamaño reducido, se mostraban con toda su frescura y explicaban ya el alma del artista como un anuncio inequívoco de su fascinante potencial creador.
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