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Entrevista:

"Aspiro a hacer una literatura en la que el ruido del motor no le llegue al lector"

Un adolescente, Julio, al que un estado febril hace pasar de la realidad de su familia, con un padre amante de las enciclopedias, a un mundo irreal, apocalíptico y desasosegante, es el protagonista de El orden alfabético (Alfaguara), la última novela de Juan José Millás (Valencia, 1946). En sólo tres semanas -salió a la venta el pasado 10 de septiembre- prácticamente ha agotado la primera edición y está en marcha una segunda. Millás, que obtuvo el premio Nadal en 1988 con La soledad era esto, acudió ayer a Bilbao a promocionar una novela que, asegura, supone el comienzo de una nueva etapa en su producción literaria, pero que lleva el sello de este escritor que hace convivir mundos cotidianos e imaginarios. Pregunta. ¿Existe una frontera entre la realidad y lo imaginario o, como sugiere su literatura, ambos están superpuestos? Respuesta. Muchas veces lo que llamamos real es muy fantástico. Pero de lo que sí estoy convencido es que lo que llamamos irreal forma parte de la realidad y determina nuestras vidas mucho más que los sucesos llamados reales. Si hiciéramos un repaso de nuestras biografías individuales veríamos que los sucesos llamados fantásticos o irreales nos han determinado más que los llamados reales. Pero eso también pasa en los pueblos, que se han matado más por cosas irreales como Dios o la patria que por cosas reales como el paro o el trigo. P. Sus novelas dan la sensación de reflejar parte de sus vivencias. ¿Ha cruzado usted alguna vez esa frontera entre lo real y lo irreal? R. Sí, tengo a veces una sensación de irrealidad muy grande. Esta mañana estaba escuchando en la radio durante el desayuno estos partes radiofónicos en los que dicen: "la M-30 está atascada, aconsejamos cojan un desvío...; en la M-40 se ha volcado un camión con gallinas...; la lluvia ha convertido en una ratonera el centro de Madrid...". Oía todo eso y, de repente, he pensado "esto es un parte de guerra". La gente no se está afeitando para ir al trabajo, se está afeitando para ir a la guerra. Y he pensado que no podía ser real. De un tiempo a esta parte el sentimiento de irrealidad crece cada vez más y, en alguna medida, El orden alfabético es la historia de alguien que está buscando una grieta por la que asomarse a la realidad; sea lo que sea la realidad, porque lo que desde luego no es, es esto. P. El mundo real, entonces, ¿es el peor sueño de un novelista? R. Claro. Es que el mundo actual es muy irreal. Si pensamos que los acontecimientos a los que mayor energía han dedicado los periódicos importantes y serios en los últimos tiempos han sido la muerte de Lady Di o la visita del papa a Cuba o el adulterio de Clinton, la sensación de pesadilla es enorme. P. Ha declarado que con esta novela empieza un nuevo ciclo. ¿Podría definir las características de este ciclo? R. Son estas cosas que no se pueden demostrar, pero que corresponden a certidumbres íntimas, a la seguridad de que este libro es la primera piedra, la piedra fundacional de una nueva etapa. P. ¿Qué caminos va a explorar en esa etapa? R. No lo sé. No sé por dónde me llevará ni lo que voy a escribir en la siguiente página. P. ¿Qué la diferencia del ciclo anterior? R. Aparte de las certezas íntimas, hay datos muy evidentes. Por ejemplo, esta es la primera novela en la que los personajes no tienen mi edad. También es la primera en la que invierto el proceso: siempre he ido desde situaciones muy familiares y muy domésticas hacia lo fantástico, y ahora es justo al revés. Y además, es la primera vez que aparece un territorio mítico que no se llama Madrid, aunque es un territorio urbano que muy bien podría ser Madrid. P. ¿Esa nueva etapa se verá reflejada también en sus artículos? R. Es posible que se note porque cuando hago periodismo tengo la sensación de estar haciendo también literatura. No hago distinción. Yo empecé a escribir en los periódicos tarde, en 1990, y cada día me apasiona más el periodismo. Mi proyecto es llegar a ser un buen reportero a los 60 años. Ahora estoy empezando a hacer reportajes y me lo estoy pasando muy bien, porque el reportaje es lo más parecido a un cuento. P. Pero el periodismo no le dejará dar ese salto a lo irreal. R. Muchas veces no hay nada más imaginario que lo real. P. Da la impresión de que usted disfruta muchísimo jugando con el lenguaje. ¿Estas posibilidades del lenguaje como juego son ilimitadas? R. Ahora el lenguaje está muy empobrecido, no solamente desde el punto de vista del vocabulario sino también en las construcciones sintácticas. Y todo esto se percibe en un empobrecimiento del pensamiento. Por eso vivimos en mundos más sumisos que los que hemos conocido antes. Porque los pueblos sin pensamiento no tienen capacidad para rebelarse. P. Quizá no haya situaciones tan duras como las de antes para rebelarse contra ellas. R. La situación es tan terrible que 225 personas tienen la mitad de la riqueza de todo el mundo. Eso es terror puro y duro. P. Uno se imagina a usted urgando en el diccionario, mirando y divirtiéndose con las palabras y sus definiciones. R. Soy un apasionado de los diccionarios y de las enciclopedias. En esta novela hay un punto de partida que es autobiográfico. En mi casa había muy pocos libros, pero estaba la Enciclopedia Espasa y yo me he pasado muchas tardes navegando por ella, que es fantástica. Ahora, cuando oigo esto de navegar por Internet pienso: "no teneis ni idea de lo que es navegar por las palabras". P. Usted tiene una obsesión por la literatura simple, que se pueda leer fácilmente. R. A lo que aspiro es a conseguir simultáneamente el máximo grado de complejidad y sencillez. O dicho de otro modo, a hacer una literatura en la que el ruido del motor no le llegue al lector. Como La metamosfosis, de Kafka, que puede leer un chico de 15 años sin dificultad.

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