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Una urna funeraria viajera

Desde el fondo del océano hasta Sestao navegaron las cenizas de Francisco Larrauri Grandamaisson con urna y todo. El suceso saltó a la prensa como un misterio sin resolver que comenzaba con el hallazgo de la urna flotando en la ría, frente al muelle de La Benedicta. Era el pasado 24 de septiembre a las 16.30 y dos agentes de la Policía Municipal de la citada localidad vizcaína encontraron el jarrón con el nombre del difunto y su fecha de fallecimiento: 3 de julio de 1998. Extraño caso, en efecto. ¿Quién habría perdido una urna en la ría del Nervión? ¿Y cómo? Todos los esfuerzos por localizar a los familiares fueron infructuosos. Ni un contrato con Telefónica a nombre del finado, ni un número de la Seguridad Social. Su nombre ni siguiera figuraba entre los clientes de las tres incineradoras del País Vasco o en los listados del Instituto Nacional de Estadística. La urna parecía haber salido de la nada. En medio del misterio se habilitó un teléfono de contacto para cualquiera que dispusiera de un dato que ayudara a la investigación. Pues ni misterio ni nada. Tan sólo las corrientes marinas, así de caprichosas. Francisco Larrauri Grandamaisson era natural de León, donde vivía cuando falleció, pero en su juventud había residido en Bilbao, según explicaron ayer sus familiares al reclamar sus cenizas a la policía de la localidad vizcaína. Cuando vio acercarse su última hora, pidió a sus familiares que incinerasen su cuerpo y arrojasen sus cenizas al mar, frente a Bilbao. Los familiares cumplieron la última voluntad y el mar puso el misterio. Los deudos de Larrauri arrojaron sus cenizas al mar con urna y todo dentro de una bolsa y vieron cómo se hundía. Sin que se haya establecido aún una explicación, la urna, un vaso cilíndrico de 35 centímetros de altura y 20 de diámetro, metálico y de color azul, salió a la superficie y empezó a flotar. Las mareas hicieron el resto y la empujaron hasta que dos agentes dieron con ella en Sestao.

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