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Peligros estancados

De vez en cuando surca estas aguas litorales el barco de las alarmas. Baja con las vaciantes de la marea por el Guadalquivir, deja a estribor la franja de dunas y pinares de Doñana y continúa costeando por Bajo de Guía, Las Piletas, La Jara, Montijo. Es un itinerario apacible, una travesía a la vez fluvial y marítima por una comarca que no dispone de ningún especial alarde paisajístico, pero que -eso sí- remite a muchas seducciones ligadas a la propia historia cultural de la desembocadura del Guadalquivir. Esas alarmas a que me refiero no son por aquí demasiado ostensibles, apenas suscitan un vago recordatorio que se prefiere minimizar, o que suelen cometerse sustituyendo la desazón por la displicencia. No sé si eso es meritorio o deplorable, pero es lo que ocurre y lo que, en sentido estricto, define la actitud de una gran mayoría de ciudadanos de las zonas limítrofes de Doñana, más que nada si se dedican al comercio, la industria y la navegación. El otro día, frente a mi casa, en la punta de Montijo, apareció un cementerio monumental de pequeñas almejas blancas, unas auténticas dunas de moluscos muertos ocupando cientos de metros de playa. El espectáculo era impresionante y otra vez se activó el circuito de la zozobra. ¿Qué había producido tan espectacular mortandad de almejas? ¿Qué estaba ocurriendo río arriba? ¿Se alimentaba la fauna de la flora infectada? Cuentan que el calor y el movimiento de las excavadoras y camiones con la carga sin cubrir, habían acelerado la presencia de partículas de metales pesados en suspensión y el consiguiente aumento de la contaminación aérea. Y supongo que acuática. La semana pasada llovió abundantemente en la zona, al menos durante cuatro días. Y aquí están de nuevo los frentes atlánticos. Dijeron que la retirada del fango tóxico tendría que adelantarse a la llegada de las lluvias. Se insistió de muchas maneras en que el desembalse al Guadalquivir de los líquidos ponzoñosos retenidos en Entremuros, una vez depurados, debería producirse antes de que la aguas llovedizas encharcaran el terreno. Por cierto, que el CSIC desaconsejó construir el muro -que ahora el Consejo de Europa exige- para defender Doñana de los lodos arrastrados por las crecidas del Guadiamar. Pero la amenaza tóxica está de algún modo sedimentada en la balsa de Entremuros y las lluvias ya habrán empezado probablemente a diseminar las contaminaciones residuales. Que yo sepa, nadie ha establecido ningún calendario de análisis periódicos de aguas y tierras, de vegetales y animales, no ya por parte de los organismos públicos -cuyas trifulcas tanto van a contribuir a que pierda Doñana el diploma europeo de calidad ambiental-, sino a cuenta de científicos que sean a la vez ecologistas por libre. Si así ocurre, los observadores inocentes sabrán al menos cómo evoluciona ese peligro estancado entre la cuenca del Guadiamar y la ensenada del Guadalquivir. Porque aún sigue en el aire una pregunta despiadada: ¿Hasta cuando se filtrarán los venenos a los acuíferos colindantes y de qué incorregible modo se ha lesionado ya el futuro de Doñana?

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