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El estado de la tregua

Josep Ramoneda

1. Después de Ermua, el Gobierno del PP fantaseó una estrategia de renacionalización de Euzkadi. Fueron los días en que, amparándose en la masiva reacción ciudadana contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la propaganda insistía en el aislamiento de Herri Batasuna. El PP hablaba del nacimiento de una nueva mayoría. Y soñaba con un proceso que culminaba en unas elecciones vascas que daban una mayoría no nacionalista, con el PP a la cabeza, apoyada en la firmeza del Gobierno. Los partidos proponen y la realidad dispone. Todo ha sido muy distinto de como el Gobierno había imaginado. Policialmente, Mayor Oreja ha acertado: las actuaciones contra el área de cobertura -económica y mediática- de ETA han sido el empujón definitivo a una organización debilitada. Y, sin embargo, políticamente todo ha ido al revés de lo que el Gobierno esperaba: una renovada mayoría nacionalista se dibuja en Euzkadi, con la iniciativa en manos del PNV. Queriendo aislar a HB y construir una nueva mayoría hegemonizada por el PP han conseguido que el PNV se inclinara hacia el lado abertzale, preparando una futura mayoría nacionalista. El rechazo al documento Ardanza fue un error del PP y el PSOE (o una astucia del PNV, si se prefiere). Y ahora el problema será lo que habrá que pagar para retener al PNV a una distancia razonable. Hay quien sustenta que será más difícil atender las exigencias del PNV que las de la propia ETA.2. ¿Por qué ETA ha decidido emprender el camino del fin de la violencia? ¿Hay alguna razón sólida que apoye la confianza de los que dicen intuir que esta vez va en serio? Una suma de factores ha actuado sobre el perturbado imaginario político etarra. La presión sindical: la alianza de LAB (el sindicato de HB) con ELA-STV (el sindicato próximo al PNV) ha dado mucha presencia en las empresas a los sindicalistas abertzales, con lo que ETA y HB han comprendido que tenían un futuro en la vida social vasca si rompían el aislamiento dejando de matar. La indiferencia social ante el encarcelamiento de la mesa de HB y el cierre de Egin, que ha hecho comprender a ETA que después de Ermua las cosas ya no eran como antes. El acoso policial al entorno, que amenazaba con asfixiar al mundo cerrado de HB. Y, por supuesto, el reiterado ejemplo irlandés, que ha servido para que se rompiera el pesimismo de la sociedad vasca (¿si allí han encontrado una salida, por qué no la vamos a encontrar aquí?) y ha dado una referencia para definir el modelo de negociación (prioridad al bloque nacionalista). Sin embargo, estos y otros factores habrían sido insuficientes sin el factor humano. En este caso, la fatiga. La fatiga de los presos, de los familiares, de los militantes, de los electores, de los colaboradores, había alcanzado la masa crítica necesaria para que, al entrar en contacto con una acumulación de factores nuevos, produjera un efecto catastrófico sobre ETA que la ha obligado a cambiar de rumbo, simplemente para encontrar nuevas aguas en las que su gente pueda sobrevivir.

3. Los nacionalistas se anticiparon con la declaración de Barcelona, hábilmente orquestada por Arzalluz aprovechándose de la querencia de Pujol por estar presente en todos los escenarios. Hay que hacer una nueva lectura de la Constitución, dicen los convergentes con timidez idiosincrásica; hay que reformarla, dicen los vascos, que siempre ponen las palabras gruesas por delante, porque el modelo se ha agotado y nosotros venimos avisando desde hace ya tiempo. E incluso insinúan: si ETA ha dejado de matar, ya no hay motivos que impidan cambios significativos en la estructura del Estado. No hay que tener miedo a las palabras mayúsculas. Pero sí protegerse de los ventajistas, que amagan vinculando paz con nacionalismo, como si éste fuera la condición implícita para el final feliz de la tregua. La reforma de la Constitución no sólo no debe ser ningún tabú, sino que sería deseable que el principio de su revisión temporal estuviera inscrito en los modos políticos. Las sociedades cambian. Casi todas las amenazas, ficticias o reales, que planeaban sobre los legisladores cuando la Constitución se redactó han desaparecido. La soberanía en una Europa atravesada por multitud de espacios sociales transnacionales poco tiene que ver con lo que era hace veinte años. Por mucho que pese, la palabra soberanía está ya muy vacía de contenido. ¿Qué es la soberanía de las naciones en una Europa mercado único, con moneda única, con política internacional y defensa colegiadas y con una reglamentación comunitaria que representa el setenta por ciento de las leyes vigentes? Todavía es un símbolo, amparado en el fetiche de la tierra. Y los hombres se han matado mucho por los símbolos. Hay que transigir en lo simbólico, aunque la segunda revolución laica avance muy lentamente. La soberanía no vale una sola muerte más. Y, sin embargo, hay que ser exigentes en la defensa de las libertades y de las reglas del juego, para que no se pueda enterrar ninguna libertad individual bajo la losa de la voluntad colectiva. Los nacionalistas razonan en términos de diferencia. "No somos un país cualquiera", dicen, en ridícula autocomplacencia. Se ha terminado el café para todos, concluyen. Y, sin embargo, a nadie se le puede negar el derecho al café. La libertad no es diferencia, la libertad es pluralismo, que es algo muy distinto. Y el pluralismo empieza por la propia casa.

4. Ardanza ha puesto el freno: las cuestiones políticas de fondo quedan para el 2000. Ardanza ha puesto fecha a la prueba temporal de la tregua. De momento, el PNV sigue demostrando que es quien domina el tempo del proceso. Aunque lo modifique a cada curva. Sería tan negativo que el PP y el PSOE optaran por el numantinismo constitucional como que el PNV (con CiU a rebufo) practicara el ventajismo. Y, sin embargo, hay que resolver la aporía de fondo: no dejar escapar la oportunidad sin hacer concesiones políticas a los terroristas. La convivencia se basa en el reconocimiento mutuo. Los terroristas tienen todavía que incorporarse al espacio de la aceptación del otro. Ésta es la primera tarea, que tiene más que ver con las mentalidades que con las leyes. Cómo el mundo cerrado de HB se hace socialmente permeable. Cómo socializar la tregua, de modo que sea ya del País Vasco y no de ETA. El proceso de reconciliación nacional sobre el que se construyó la transición quedó incompleto en Euzkadi. Y el nacionalismo no puede presentarse como el garante exclusivo de la misma. El nacionalismo vasco ha sido más diferenciador que integrador (la doctrina del Rh de Arzalluz). Cuando se

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5. La cita más inminente son las elecciones vascas. Definirán las relaciones de fuerza políticas que marcarán el proceso de fin de la violencia. Los nacionalistas han hecho sus movimientos. Si Ardanza frena, probablemente es por miedo a que la ciudadanía sienta el vértigo de la aventura. Los partidos no nacionalistas también tienen que decir la suya. ¿Garantes del statu quo? Se dice que los electores de las sociedades posmodernas no quieren sobresaltos ni demasiadas sutilezas. Y, sin embargo, habría que pedir claridad a todas las partes. Que cada uno diga claramente cuál es su programa de máximos. Y que los electores escojan. Después habrá que ritualizar el proceso de incorporación del mundo abertzale a la vida democrática. No será un periodo de concesiones políticas. Será el momento de hablar de la situación de los presos. Si así se llega al 2000 sin violencia, será la dinámica democrática del conflicto la que planteará la agenda que algunos quieren acelerar. El debate constitucional puede enmarcarse perfectamente en la necesidad de ajustar las instituciones al diseño político europeo.

6. El PP y el PSOE deberán hacer frente a seductoras tentaciones partidarias, en un proceso que exige mucha prudencia. El PP puede ver en el final de la violencia un trampolín hacia la mayoría absoluta. El PSOE puede pensar que cuanto más avance el proceso más pronto acabará su calvario judicial. A menudo, los vicios privados redundan en públicas virtudes, pero entraríamos en zona de riesgo si el PP se dejara cegar por el obsesivo objeto del deseo que hasta hoy las urnas le han negado y si el PSOE transfiriera su delirio paranoico al proceso que acaba de empezar. Si se consigue el fin de la violencia, todo lo demás se dará por añadidura.

7. Dicen los socialistas que ETA ha aprovechado un momento de debilidad del Estado con la complicidad del PNV. Y apuntan dos razones: la falta de un proyecto de Estado por parte de un PP hipotecado por los nacionalismos periféricos y la sentencia del caso Marey. Tengo la impresión de que aquí la única debilitada es ETA: si tan fuerte se sintiera, ¿por qué daba el paso? Puede, sin embargo, que lleven razón en el primer argumento. El proyecto de Estado, desde que llegó al Gobierno, al PP sólo se le supone. Pero ¿por qué los socialistas, durante los trece años de gobierno, ni siquiera empezaron a esbozar el Estado federal que defienden sus correligionarios socialistas catalanes? Del caso Marey, el Estado sólo ha salido fortalecido. A pesar del PP, que lo utilizó de modo espurio, y del PSOE, al que le provocó melancólicas fantasías extraparlamentarias. Los etarras vieron que la justicia actúa igual para todos.

8. Atención a los factores psicológicos: la ansiedad y el síndrome de Estocolmo. La ansiedad, las ganas de acabar con la pesadilla de la violencia, puede hacer difícil que la ciudadanía acepte las complicaciones del proceso y puede provocar aceleraciones poco calculadas de los gobernantes, presionados por la opinión. El síndrome de Estocolmo empieza a traducirse en una ridícula comprensión de los asesinos, como si hubiera algo que agradecerles. También en esto, hay que decirlo, el PNV ha sido pionero: siempre les ha tratado como las ovejas descarriadas de la familia. Y es conocida la alegría que produce el retorno del hijo pródigo a la casa del padre. Hace veinticinco años, por lo menos, que ETA debería haber dejado de matar. Así lo entendieron entonces sus mejores hombres y mujeres. La tregua es un alivio, pero nunca un triunfo. De nadie.

9. Se pregunta Kepa Aulestia: ¿vale la paz una mentira? El País Vasco del documento de ETA, el País Vasco del documento de Lizarraga, es una mentira. Dos mentiras, en sus diferencias de matiz. Un retrato de país trazado al corte de los nacionalistas, como si Euzkadi fuera un universo cerrado. Si éste es el marco de referencia, el futuro es realmente problemático. No se puede dejar a medio país en la alternativa de adaptarse o resignarse. Y, sin embargo, siempre quedó claro que el problema sólo podía resolverse desde Euzkadi. El PNV tomó la iniciativa. Los demás no le siguieron. Ahora tiene que saber incorporarlos. Incorporarlos no quiere decir situarles ante un "lo toma o lo deja". La paz a cualquier precio, no es paz.

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