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55ª MOSTRA DE VENECIA

Dos expertas imitaciones de Hollywood pierden la apuesta frente a los filmes clásicos

El bello filme italiano "Los jardines del edén" y un petardo francés avivan el concurso

Los focos se concentraron ayer sobre dos películas de Hollywood: Crimen perfecto, un remake, protagonizado por Michael Douglas, de la película que Hitchcock realizó en 1954, y Rounders, con Matt Damon, que no es una copia, pero está hecha a la sombra de El buscavidas, de Robert Rossen. Siendo ambas expertas y brillantes, y la segunda muy sólida, ninguna llega a la altura de los clásicos que imitan. En el concurso pasaron el petardo francés Ladrón de vida y una bella y sencilla visión laica, Los jardines del edén, del joven Jesús de Nazaret.

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Matt Damon, el soldado Ryan salvado por Steven Spielberg, dejó el fusil en casa, se uniformó ayer de jugador profesional de póquer y, en Rounders, nos dio lecciones de otra guerra menos sanguinaria, que tiene como campo de batalla las mesas con tapetes verdes de las timbas de los circuitos sumergidos del juego en los laberintos y vericuetos de Nueva York y Atlantic City, donde gente silenciosa y de vida suicida, pícaros artistas del vivir sobre el filo de una navaja, hampones taciturnos de poca monta, toscos mafiosos de guante blanco e infelices enfermos ludópatas se juegan cada día y cada noche, entre envites de fichas y papeles verdes, su destino de pobladores de las cunetas, de fugados irremediables de su propia tierra, o más exactamente pues son todos carne de acera, de su propio asfalto.

Un filme vivo

Siendo su marco argumental muy diferente, el celuloide de colores de Rounders huele demasiado al celuloide en blanco y negro de aquella obra estremecedora, una de las cimas del cine estadounidense, titulada El buscavidas. Por ejemplo, la composición de la totalidad de este prodigio cinematográfico sobre el hilo de seda, tensado hasta casi lo insostenible, de dos portentosas partidas de billar, una de arranque y otra de desenlace, entre Paul Newman y Jackie Gleason, convierte a las dos partidas de póquer entre Matt Damon y John Malkovich que vertebran Rounders en un flojo, casi arrugado, cordel de esparto.La contención, el intenso, mortal silencio que rodea a una bomba a punto de estallar, que es lo que se comprime en las trágicas imágenes de El buscavidas, se convierte en manos de John Dahl -un experto profesional sin nada dentro que nos recuerde a la sombra del poeta trágico que fue Robert Rossen- en un agradable y divertido circunloquio visual alrededor de ese aludido vacío de fondo que hace de Rounders un filme vivo, con inteligencia, más que correcto, bueno incluso a ráfagas, pero como hay otros muchos cada año. Impide la tensión que está pidiendo su cuerda, bien sostenida por Matt Damon -que parece encarrilado como gran actor, con olfato y vigor, capaz de aguantar con ironía e impavidez la agresión directa de la cámara a su mirada-, la flojera de quien agarra la otra punta del hilo, el famoso John Malkovich, que una vez más exagera y hace todo tipo de florilegios de virtuoso, pero únicamente con la parte ornamental de su gesto, olvidándose de meter hierro en el interior de ese gesto, que así se hace fatalmente blando, lo que es un feo asunto cuando lo que se intenta es componer un personaje duro. Por ahí, por el lado de Malkovich, se agrieta y hace agua esta, en otros aspectos buena película, que tendrá éxito y se lo merece.

El Crimen perfecto de Michael Douglas y Andrew Davis no está simplemente a la sombra del de Hitchcock, sino que es una repetición casi literal, con rebuscadas variantes argumentales, me temo que algunas de ellas cogidas por los pelos.

La exactitud de la construcción del modelo clásico hitchcockniano se pierde aquí en un enrevesamiento muy forzado de la trama argumental, que lo único que consigue es complicar y embarullar las cosas a la inteligibilidad de la intriga y esto precisamente donde tal intriga debiera simplificarse: en la zona del desenlace, que es ostensiblemente de peor calidad que la de apertura y desarrollo del torcido y retorcido tinglado criminal que organiza el diabólico personaje de Michael Douglas, que sigue como actor en alza y compone su siniestro individuo con sobrias maneras de veterano con la piel ya curtida por incontables horas bajo el calor de los focos.

Es Douglas lo mejor con mucho de la película, junto a la probada habilidad de Davis -lo demostró en otro remake, el de El fugitivo- para crear atmósferas opresivas, ánimos en vilo y ritmos con trepidación oculta que parecen fluir con facilidad y sencillez, pero que en realidad son consecuencia de una muy minuciosa elaboración subterránea. Hay mucho y muy buen oficio, mucha y muy buena profesionalidad, en este nuevo Crimen perfecto, pero también mucho, muchísimo menos cine de fuste que en el primero. Basta sopesar, cada una en una mano, las escenas cruciales del asesinato y las igualmente básicas de la trampa al marido villano en ambas películas, para que la segunda de ellas se venga estrepitosamente abajo. Hitchcock hizo pura geometría visual donde Davis se limita a poner en pie un aparatoso castillo de naipes, que corre el peligro de derrumbarse sobre sí mismo con sólo un inoportuno estornudo en la sala de algún espectador extraviado.

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