El desconocido Robert Mawson alcanza la fama con una novela de dilemas morales
Se publica en España "Hijos de Lázaro", convertida en un éxito de ventas en toda Europa
Un final feliz con un contrapunto muy amargo sella Hijos de Lázaro (Plaza & Janés), afortunado título del autor británico Robert Mawson, de 42 años, que se ha hecho famoso con un relato sobre una familia rota y marcada por un problema en apariencia insoluble. Su forma dialogada y la mezcla de tragedia íntima y dilema moral frente a los avances médicos ha convertido la obra en un éxito de ventas que ha abrumado al autor. Las traducciones se multiplican y una nueva novela espera ser escrita en algún lugar de Francia, donde le gustaría residir.
Mawson quería escribir acerca del sentimiento de culpa y mezcló, sin apenas notarlo, dos asuntos que le son muy próximos. La familia que le ocupa, los Heywood, está deshecha. Los padres, Jack y Alison, se separan y sus hijos, Ben y Frances (Frankie), empiezan a sufrir las consecuencias. Un accidente de tráfico que deja en coma a la pequeña, de siete años, les unirá de nuevo en busca de una fórmula para despertarla. La única esperanza aguarda en Estados Unidos, una tierra de promisión más conflictiva que nunca. Allí trabaja la arrojada neuróloga Elizabeth Chase, asediada por su propio drama íntimo a punto de estallar. La redención final, lograda a medias por los personajes, así como la reconciliación familiar que matiza el horror, ha resultado ser una fórmula mágica para el autor.
Culpa y redención
"Quería escribir sobre la culpa y cómo redimirla. El elemento científico de la neurología y el coma, un estado del que sabemos aún muy poco, planteaba además incógnitas de índole moral muy adecuadas para mis fines", reconoce el novelista, recién llegado a Londres desde el valle galo del Loira. Alto, muy delgado y tostado tras las vacaciones, Mawson olvida el café que ha pedido en el Club Groucho, de Londres, uno de los locales de moda de la capital británica. Se describe como un eterno perezoso necesitado de grandes dosis de disciplina. "Pese a todo, escribo siempre con verdadera fruición".El ritmo vertiginoso de la obra corrobora sus palabras. Los diálogos sugieren el ambiente y describen a los protagonistas, a la vez que introducen al lector en el hogar de los Heywood y la clínica de la doctora Chase, acosada por sus críticos.
Para navegar a través del confuso mundo del psicoanálisis, la hipnosis y la memoria recobrada, Mawson recurre a la descripción. Y lo hace de la mano de Ben, el muchacho de 12 años que ha contemplado el brutal accidente de su hermana y es el auténtico hijo de Lázaro, junto con la médico. "Sabemos muy poco del subconsciente y debía facilitar la lectura de un aspecto confuso, aterrador incluso, de la medicina actual".
Llegado un momento, tanto los términos científicos como el tratamiento mismo aplicado a Frankie entran de lleno en la ficción. "Fue un acto deliberado. Lo importante para mí era reflejar el miedo a lo desconocido", señala.
Precisamente por ello ha rechazado hasta ahora las ofertas de varios productores cinematográficos deseosos de adquirir los derechos de la novela. De filmarse una película, Mawson quiere ver plasmada en ella el dilema entre el abuso de los derechos humanos y los límites a la exploración científica. "Prefiero aguardar y que la obra repose. La niña en coma del libro aguanta pruebas que rebasan las fronteras del conocimiento. Dicho límite y sus peligros tienen que quedar claros en la pantalla".
Hijos de Lázaro puede abordarse también como el resultado de un acto de amor, con todas sus consecuencias. Los padres superan su drama conyugal por el bien de los hijos. La neuróloga, por su parte, arriesga la vida por un paciente. "Estamos creando una generación de jóvenes acostumbrados al divorcio que desconocen el valor y apoyo de una familia unida. Mi propia separación matrimonial no es ajena a ello. Durante algún tiempo ni siquiera podía hablar con mis tres hijos", admite el escritor.
El éxito le ha producido una "desconocida sensación de descanso". Aunque sostiene que sólo pretendía vender los ejemplares necesarios para seguir escribiendo, promete no olvidar su etapa de perdedor. "Cuando mi propia obra no arrancaba, ni siquiera podía entrar en una librería y ver tantos volúmenes ya impresos". Su agente, que le acompaña, no tiene dudas. Que Robert Mawson siga escribiendo es su mayor deseo.
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