Sin vergüenzas
El ex director general de la Guardia Civil José Antonio Sáenz de Santa María acaba de descolgarse en una larga entrevista con unas contradictorias a la par que escandalosas declaraciones a raíz del juicio y condena de Barrionuevo y Vera por el caso del secuestro de Segundo Marey. Contradictorias porque cuestiona la existencia de pruebas de unos acontecimientos que, según él, efectivamente se han producido; escandalosas porque insiste en la pretensión de justificar lo injustificable en democracia. Dice el teniente general que es una vergüenza que se condene "sin pruebas" a quienes "se dejaron la piel y media vida" en la lucha contra el terrorismo. Esto no es nuevo: otra forma de expresar que el fin justifica los medios. Lo vienen diciendo desde hace tiempo destacados líderes socialistas y el mismo Sáenz de Santa María. Lo más sorprendente es su recordatorio de que la mayor parte de las muertes producidas en la denominada guerra sucia contra ETA, incluidas las que tuvieron lugar en la etapa de UCD, siguen sin prescribir, de manera que quienes acusan de practicar el terrorismo de Estado al gobierno de Felipe González deberían meter en el mismo saco a Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, ya que "en cada etapa, en todas, se produjeron acontecimientos singulares de la guerra irregular contra el terrorismo". (Si hablar de guerra sucia es ya un abuso de lenguaje, eso de denominar "acontecimientos singulares de la guerra irregular" a los secuestros y asesinatos tiene tela). Y concluye advirtiendo que por las mismas razones por las que se ha condenado a Barrionuevo se debería condenar también a otros ex ministros de Interior como Fraga, Martín Villa, Ibáñez Freire y Rosón, ya que "cuenten lo que cuenten, la guerra sucia duró once años y causó sesenta muertos". Pero que nadie se lleve a engaño. Lo que impulsa al ex director general de la Guardia Civil (y por lo mismo, según sus propias declaraciones, ex corresponsable de acontecimientos singulares en la guerra irregular contra ETA) no es un tardío sentimiento de culpabilidad, ni siquiera un menos virtuoso, aunque igualmente humano, sentimiento de venganza. Lo que le anima es un inexplicable orgullo por unos actos cuya barbarie queda expresada tanto por la naturaleza de sus autores (responsables del Estado) como, sobre todo, por sus víctimas. Probablemente muchos de ustedes hayan visto la película Algunos hombres buenos. En la misma se relata la peripecia de unos abogados militares encargados de la defensa de dos marines acusados de la muerte de un compañero, consecuencia no deseada de la aplicación de un "código rojo", una medida disciplinaria no permitida por la legislación militar que, sin embargo, era abundantemente utilizada por los oficiales, mediante la cual los propios compañeros castigaban aquellos comportamientos considerados impropios de un soldado. Todo el intríngulis de la historia tiene que ver con el esfuerzo de los abogados por demostrar ante el tribunal que sus defendidos habían actuado cumpliendo órdenes del comandante en jefe de la base, mientras el fiscal les acusa de asesinato al no existir, por definición, nada parecido a un "código rojo" en la legislación militar. Hasta que se llama a declarar al comandante en jefe (sublime Jack Nicholson en el papel de militar chulo y cabreado), quien confirma lleno de orgullo ante el tribunal que, en efecto, fue él quien ordenó aplicar el "código rojo", que tal práctica era fundamental para formar soldados que cumplieran con su deber y que, puesto que era eficaz, nadie tenía por qué cuestionar su decisión. Barrionuevo proclama que no tienen por qué pedir perdón a nadie. Sáenz de Santa María tiene unas ganas locas de contar lo que sabe, no para hacer justicia, sino porque cree que así hará historia. ¿Quién dijo vergüenza? Sólo hay una cosa peor que el hecho de haber cometido tales actos: que se enorgullezcan de ellos. Y sólo hay algo peor que el que se enorgullezcan quienes los cometieron: que nadie en su entorno les calle la boca.
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