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Santiago acoge a la Staatsoper de Berlín

Éxito clamoroso de la compañía napolitana La Cappella de Turchini, de Antonio Florio

La fiebre teatral que, provocada en gran medida por Peter Brook, vive durante estos días Santiago de Compostela, se prolonga en la ópera con las actuaciones de la Staatsoper Unter de Linden de Berlín y la Cappella de Turchini de Nápoles. Los alemanes inician con El barbero de Sevilla de Rossini y La isla desierta de Haydn un periodo de colaboración de tres años con el Compostela Millenium Festival, que en próximas ediciones se extenderá a autores como Haendel o Strauss. Los napolitanos se han ganado el corazón de los gallegos con La colomba ferita, una selección de ópera buffa, y una sensacional versión de las Vísperas de Provenzale.El Compostela Millenium Festival no se ha andado con chiquitas en su planteamiento operístico. Ha fijado como compañía residente al teatro lírico más prestigioso de Berlín, el dirigido por Daniel Barenboim, y ha elegido como obra de presentación la popular El barbero de Sevilla, dirigido escénicamente por una de las grandes rompedoras y transgresoras de la escena operística centroeuropea de la segunda mitad del siglo, la ya fallecida Ruth Berghaus, cuya capacidad de provocación y su corrosivo sentido del humor escandalizó en su día a varias generaciones de espectadores de teatros tan atrevidos como los de Francfort o Zúrich. Este Barbero cuenta además con la escenografía y figurines del pintor y director teatral Achim Freyer, ahora tan de moda tras su polémica, controvertida y genial Flauta mágica, convertida en un circo de la edición de 1997 en el Festival de Salzburgo.

Farsa burlesca

Ruth Berghaus plantea El barbero de Sevilla en clave de farsa burlesca. Caracteriza y caricaturiza a los personajes como si fueran figuras de una imaginaria caja de música, con unos comportamientos esquemáticos que sirven al juego de una música en gran medida abstracta e intercambiable con ropaje de comedia sentimental. Las imágenes a veces se congelan; otras apuntan a una ampliación fuera del cuadro de la escena. Si se entra en este tipo de humor un poco grotesco, uno tiene grandes compensaciones, como en la escena de la lección de música del segundo acto, en que las dos arias de estilo nuevo y estilo antiguo de la pareja de enamorados y de Don Bartolo son acompañadas de unos automatismos escénicos no exentos de ironía y hasta de mucho cariño por lo que se cuenta. Son gags a la manera del cine cómico en blanco y negro, pero con las particularidades de un gigantesco juguete escénico. En la escenografía, la faceta pictórica de Freyer está siempre presente o sugerida.Una concepción teatral así fuerza un enfoque musical parsimonioso y supeditado al movimiento escénico. La Staatskapelle de Berlín tocó estupendamente pero sin la viveza y la gracia chispeante con que Rossini está asentado en la memoria del espectador latino. Es, efectivamente, otro Rossini, germano (utilizando el tópico), y algo distante, pero de enorme atractivo por lo que supone de registro universalizador. Alessandro de Marchi, de la escuela de René Jacobs y colaborador de Alberto Zedda en el recientemente creado Festival de Fano, dirige encomiablemente con una neutralidad exquisita. ¿Un Rossini camerístico? Sí, y ¿por qué no?

Lo más discutible fue el reparto vocal. Posee bellísima voz y una línea de canto mozartiana Kenneth Tarver, resuelve con acierto el personaje de Rosina Heidi Runner y es más que correcto el Don Basilio del coreano Kwangkhul Youn. Fígaro, sin embargo, pasó prácticamente desapercibido y no es únicamente cuestión de la tesitura atenorada de Roman Trekel. Con ello queda un espacio vocal sin llenar que lastra en parte la representación. Tampoco es de excesiva calidad musical el Bartolo de Gerd Wolf, aunque teatralmente cumple perfectamente su función, y algo similar se puede decir de la Berta de Brigitte Eisenfeld. En La isla desierta de Haydn, con el mismo reparto vocal de Berlín el pasado diciembre, este tipo de pegas, en gran medida vinculadas al poso de la memoria en cada uno, desaparecen.

Pasión popular

Los contrastes son acusados al escuchar a la Cappella de Turchini. Aquí no hay distancias, sino una profunda identificación desde un estilo popular y expresivo, defendido por unas voces teatrales al máximo y por unos instrumentistas metidos hasta las cejas en una concepción musical soportada por sólidas bases musicológicas e históricas.El director, Antonio Florio, aglutina este conjunto de fuerzas con auténtica pasión. Las dificilísimas Vísperas en la festividad de san Felipe Neri -estreno en España- llegaron así envueltas de magia, de recursos, de conocimiento y de entrega.

Escuchar a una contralto como Daniela del Mónaco o una soprano como Emanuela Galli, por destacar un par de individualidades, es un auténtico regalo de los dioses que en Santiago de Compostela se vivió como si se tratase de un milagro del Apóstol. Y, en efecto, lo fue. Con el añadido de un último detalle: las entradas más caras para la Ópera de Berlín costaban 3.000 pesetas, lo que propició una asistencia masiva de público joven.

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