El rey que no tenía su corona
"Tenemos el dudoso honor de tener el único preso político de América Latina", dijo el presidente Raúl Cubas ante las cámaras de televisión durante la campaña electoral. Encerrado en un cuartel militar de Asunción, condenado a 10 años de cárcel y desposeído de su condición de candidato a la presidencia de la República de Paraguay, el general Lino Oviedo fue la verdadera estrella de la última campaña electoral, que aupó a Cubas a la victoria el 10 de mayo pasado. Pocos dudaban en Paraguay de que, tarde o temprano, sería liberado de la cárcel por su amigo presidente. Y todos tenían la certeza de que, con Cubas en la presidencia paraguaya, el general Oviedo, en la sombra o a plena luz, tendría una buena cuota de poder.
Genuino ejemplo del militar populista latinoamericano, Oviedo irrumpió en el escenario político paraguayo el 3 de febrero de 1989, en el epílogo de la sublevación contra el dictador Alfredo Stroessner, que ocupó durante 35 años la jefatura del Estado.
Un teniente coronel, revólver y granada en mano, entró en el búnker del dictador, a quien amenazó con volarle la cabeza. Sin duda, la captura de Stroessner fue el mayor éxito de toda la carrera militar de Lino Oviedo. El siguiente presidente, general Andrés Rodríguez, le ascendió a coronel y a general.
Llegó a comandante en jefe del Ejército, y a partir de ese momento se convirtió en el verdadero poder de Paraguay. Nombraba a ministros, hacía y deshacía y trataba al presidente Juan Carlos Wasmosy como a un subalterno. Hasta que un día se pasó de la raya y acusó al primer mandatario de ser un ladrón. La reacción fue fulminante: su destitución. Pero Oviedo, que no se anda con chiquitas, provocó el cuartelazo de abril de 1996. Para aquel entonces, la Administración estadounidense ya estaba cansada del histrionismo de Oviedo, de sus frases y de sus actos, y no estaba dispuesta a avalar a un golpista con ansias de transformarse "en el dictador número uno", según sus propias palabras, para acabar con la corrupción.
El general fracasó en su intentona, Wasmosy lo metió en la cárcel, y la Corte Suprema ratificó la sentencia. Pero los papeles comienzan a invertirse. Oviedo ya está en la calle, y al último presidente no le aguardan días de tranquilidad.
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