Del remache a la cigala
Varias generaciones de elorzas y guisasolas los miran desde una fábrica de tornillos y remaches de Eibar (Guipúzcoa), bajo un cielo gris. Hoy otras generaciones de vasco-gaditanos miran a la playa, iluminados por la luz de Cádiz, desde el umbral de La Marea, una de las marisquerías de mayor éxito de la capital gaditana. Mikel, Ibon , Julián e Itziar llegaron a Cádiz cuando el primero, que es el gerente del negocio de hostelería, tenía ocho años. Ya ha cumplido los 51 y proclama su gaditaneidad: "Soy de Cádiz hasta el morir", estribillo que repiten sus hermanos sin desentonar. Los trajo su padre, propietario junto a Ruiz de Azúa -otro vasco afincado en la ciudad- de J. Elorza y Elorgui S.L. Son los nombres de las dos primeras contratas que trabajaron en los Astilleros de Cádiz, cuando el remache empezó a ser sustituido por la soldadura, el cosido artesanal que ribeteaba a los petroleros que salían del dique gaditano. El patriarca de la familia decidió cerrar sus instalaciones de Eibar e instalarse en Cádiz, al socaire de su mejor cliente. Se trajo a su mujer, a sus hijos y a varios empleados, muchos de los cuales están casados con gaditanas. A los 18 años empezó Mikel Elorza a estudiar Medicina. "No me gustaba, aunque mi padre quería un hijo médico". Lo dejó y atacó ingeniería técnica naval. A los 22, dirigía la empresa, con 300 operarios. Le tocó pilotar tiempos difíciles. "A principios de los 80 decayó la construcción naval y, a la vez, muchos trabajadores de contratas entraron en la plantilla de Astilleros". En 1986 dejaban de existir las empresas auxiliares con la estructura que mantenían hasta entonces. Los hermanos no se quedaron quietos. Adquirieron uno de los locales más estratégicos del paseo marítimo gaditano, que entonces explotaba una franquicia internacional dedicada a la venta de pollo frito. En pocos meses, tiraron de la vena de los Guisasola. "La tradición gastronómica nos viene de mi madre, que era una cocinera de categoría. Y yo siempre he sido un cocinitas", explica Mikel, que se vanagloria de ofrecer una de las mejores cartas marineras de la ciudad, trufada de guiños a la tradición culinaria vasca. La Marea empezó a funcionar. De cervecería y freiduría ascendió, a marisquería. "El único secreto es mantener la calidad, el precio y el servicio", asegura, "y por supuesto, llegar el primero e irte el último, como cuando llevaba el mono de astilleros". La empresa gestiona, desde hace dos veranos, otro de los chiringuitos de éxito en la Playa Victoria. La versatilidad acompaña a estos empresarios, que han aprendido en Cádiz "todo lo bueno y todo lo malo". Entre el negocio naval y la marisquería tuvieron tiempo para montar una de las mayores empresas de Europa dedicadas a la explotación de zanahorias, y que gestiona Ibon. Julián ejerce como psiquiatra aunque también participa en las empresas familiares. Casados con gaditanas y monaguillos ejemplares, procuran verse al menos una vez al año con sus 11 primos vascos. La confirmación definitiva de que nunca se irían de Cádiz la tuvieron el 17 de febrero de 1982. Aquel día las varias generaciones de elorzas y guisasolas tuvieron que percibir vibraciones especiales: Mikel e Ibon debutaban en el Teatro Falla con la chirigota Las Hierbas Salvajes del doctor Monsergué. Julián, el siquiatra, iba de postulante.
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