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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aniversarios

AYER SE han cumplido dos aniversarios relacionados con la procreación. El 25 de julio de 1968, Pablo VI promulgó la encíclica Humanae vitae condenando el uso de la píldora anticonceptiva, que había despertado grandes expectativas en la población. Exactamente 10 años después, los experimentos científicos en los que colaboraban un fisiólogo y un ginecólogo británicos, lograron el nacimiento de una inglesa, Louise Brown, que acaba de cumplir 20 años y cuyo origen había sido una fecundación in vitro.Si la Iglesia no entendió los beneficios humanos que aportaba la píldora, negada después incluso para evitar las consecuencias de las violaciones en zonas de guerra o para evitar milllares de muertes en áreas de superpoblación, tampoco ha asumido los provechos de la fecundación asistida. Desde el 25 de julio de 1978 han nacido unos 200.000 niños por este procedimiento -se calculan 7.000 sólo en España-, que permite ser madres a mujeres estériles y que libra de enfermedades hereditarias, como el síndrome de Down, la hemofilia o el sida a los nacidos. Las técnicas de la fecundación in vitro (unir un óvulo y un espermatozoide en un tubo de ensayo e implantar el embrión en el útero materno) han ido desde entonces mucho más allá de la mera ayuda a parejas estériles.

En ambos casos, la Iglesia católica optó por rechazar los beneficios de la ciencia, abroquelada en el principio de respetar el proceso natural de la concepción. De este modo, ni las mujeres de seguimiento católico pudieron aspirar a una maternidad libre, ni tampoco, desde los setenta, a ser madres cuando la técnica se lo permitía. Hoy, sin embargo, incluso las franjas sociales más conservadoras aceptan las ventajas de los nuevos métodos científicos siempre que se delimiten sus posibles abusos o desviaciones.

En los sesenta, todavía esperanzados con el Concilio Vaticano II de Juan XXIII, la Humanae vitae suscitó una vehemente protesta social. Ahora, 30 años después, la amplia secularización de Occidente, y de España en particular, ha convertido la doctrina de la Iglesia en asunto interno. Hay un foso creciente en el hecho de que las autoridades católicas sigan perorando sobre la moralidad del condón mientras la biotecnología o la ingeniería genética se mueven a grandes zancadas y la cultura y la sociedad contemporáneas, un año y medio después de Dolly, debaten ya sobre la ética de la clonación.

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