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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Pax colombiana'

EL PRESIDENTE electo colombiano, Andrés Pastrana, quiere empezar su mandato el próximo 7 de agosto en condiciones de iniciar oficialmente las negociaciones de paz para dar fin a una insurrección de más de treinta años, que ha costado más de 300.000 vidas y que protagonizan dos movimientos guerrilleros, las FARC y el ELN, ambos presuntamente comunistas. Hasta el momento ha habido una entrevista entre Pastrana y el líder de las FARC, Manuel Marulanda, en plena selva; y unos encuentros de una representación de la sociedad colombiana con guerrilleros del ELN en la ciudad alemana de Maguncia. El presidente electo y el guerrillero ratificaron que el Gobierno despejaría cinco municipios -47.000 kilómetros cuadrados-, lo que significa retirar al Ejército de la zona para celebrar las auténticas conversaciones de paz; y los contactos de Maguncia han aprobado la humanización de la guerra, excluyendo el secuestro de seres indefensos y el sabotaje de la industria petrolera.Apenas se ha iniciado el camino, puesto que tanto las FARC como el ELN exigen, para dejar las armas, que se les reconozca el ejercicio del poder local en sus zonas de influencia, lo que difícilmente Pastrana puede aceptar. El presidente ya ha dicho que lo único que ofrece es garantía de sus vidas a la guerrilla e inversiones para rescatar de la pobreza las zonas del país en las que la insurrección encuentra terreno abonado.

Todo ello es sólo el inicio de un plan negociador. Para empezar, hay que contar con las llamadas autodefensas, bandas frecuentemente a las órdenes de los narcotraficantes, por cuya cuenta aterrorizan a los campesinos, y luego, los propios narcos. Aunque no tienen la fuerza de los antiguos carteles de Cali y Medellín, que eran grandes empresas con ejércitos de guardaespaldas, siguen practicando el crimen y la extorsión generalizados. Así, cualquier negociación deberá incluir a guerrillas, autodefensas, narcos y hasta el Ejército regular, que ve con escaso entusiasmo que el poder trate de Estado a Estado con los insurrectos.

Ése es el pavoroso dossier al que ha de enfrentarse el líder conservador. Ha abordado la tarea con el visible convencimiento de que puede transformar el país. Si la sociedad colombiana le presta un apoyo sin fisuras y el establishment sabe sacrificar parte de los privilegios económicos, quizá tenga una oportunidad.

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