Los huesos más polémicos de Rusia
Años de trabajo para identificar los cadáveres de los miembros de la familia imperial no han puesto fin a las dudas
, Una comisión gubernamental presidida por el viceprimer ministro Borís Nemtsov certificó en febrero pasado que los restos exhumados en 1991 cerca de Yekaterimburgo pertenecían al zar, su familia, su médico y tres criados. ¿Caso cerrado? Ni mucho menos. Aunque desde el punto de vista científico, el margen de error sea mínimo.Serguéi Abramov, un prestigioso antropólogo forense, efectuó los primeros estudios con una técnica de superposición por computadora entre los restos y fotografías de las víctimas del magnicidio. Llegó a la conclusión de que faltaban los huesos del zarévich Alexéi y la gran duquesa María, pero identificó a la hermana de ésta, Anastasia, objeto de una leyenda que la da como superviviente de la matanza. No fue suficiente.
En 1993, se creó una comisión especial dirigida por el investigador Vladimir Soloviov y se empezó a recurrir a las pruebas del ADN, a cargo del biólogo molecular moscovita Pável Ivanov. Éste se llevó muestras de los huesos a Londres en una maleta y allí efectuó numerosos análisis en colaboración con Peter Gill, del laboratorio de investigación de ciencias forenses. Se hicieron pruebas adicionales en EEUU.
Los huesos de la zarina Alejandra se compararon con los de un pariente suyo, el príncipe británico Felipe; y los de Nicolás II con los de su hermano Georgui, muerto en 1899 y enterrado en la fortaleza de Pedro y Pablo. El permiso para exhumar sus restos se dilató tanto que hubo que recurrir a la ayuda económica del violonchelista Mtislav Rostropovich, que pagó el viaje a Japón de Ivanov para estudiar los restos de sangre que el zar dejó en un pañuelo con el que se limpió una herida de espada provocada por un perturbado que le atacó en la ciudad de Otsu.
Precisamente, la principal duda afecta al último emperador aunque los científicos no creen que supere el 1,5%. La sangre del pañuelo de Otsu estaba demasiado reseca, y la tumba del príncipe Gueorgi apareció, cuando finalmente fue abierta, llena de agua. Al comparar los análisis efectuados con los de otros dos parientes mostraron un fallo en la secuencia genética que llevó a la conclusión de que el zar padecía de heteroplasmia, una extraña mutación del ADN. Tampoco aparecen los restos del machetazo en la cabeza, aunque el cráneo no está completo.
Suficiente material para alimentar tanto la polémica como la leyenda de que hubo supervivientes de la matanza de 1918. La ausencia de los huesos de Alexéi y de su hermana María ha dado alas a las diversas encarnaciones del zarévich hemofílico. En una de ellas fue un canadiense, Alexéi Tammet-Románov, llamado antes Ernst Veermann y Heino Tammet. Murió en 1997 cuando tenía 62 años. No era hemofílico, pero padecía una especie de leucemia con síntomas muy parecidos. Otro supuesto Alexéi se llamaba Michael Golieniwski y era coronel del Ejército polaco cuando desertó a EEUU en los años sesenta. Allí se identificó. Dijo que su apariencia, casi 20 años más joven de lo normal para quien decía ser, se debía a la hemofilia y reclamó los 60.000 millones de pesetas que, supuestamente, había depositado Nicolás II en bancos estadounidenses.
La gran duquesa Anastasia, que oficialmente fue enterrada ayer, ha tenido también varias encarnaciones. La más conocida es la de Ana Anderson, que popularizó en el cine Ingrid Bergman. Insistió en que era Anastasia desde que fue rescatada casi ahogada de un canal de Berlín en 1920. Setenta años después le hicieron pruebas del ADN post mortem que dieron resultado negativo, pero sus fieles dicen que hubo trampa, preparada por los Románov oficiales. Una norteamericana llamada Eugenia Smith y una rusa, Eleonora Albertova, se encuentran entre las pretendientes más notorias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.