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Teatro y doctrina

Josep Ramoneda

El Gobierno español y el Gobierno de la Generalitat se han enzarzado en una nueva bronca por la cuestión de la lengua. Tendremos que acostumbrarnos a estas peleas controladas entre el PP y CiU porque van a prodigarse por lo menos hasta que lleguen las elecciones catalanas. Son las exigencias del guión de las relaciones entre dos partidos condenados a la alianza no por simpatía sino por imposición de la aritmética parlamentaria. Pujol necesita rearme ideológico para que todo aquel de los suyos susceptible de ser tentado por Maragall sepa que cualquier flirteo con la izquierda es pecado. Para conseguirlo no basta con atacar a los socialistas, sus rivales naturales en las elecciones autonómicas, hay que mantener la tensión en el frente de la derecha, para que quede claro que Convergència i Unió está rodeada de enemigos por todas partes. La paranoia siempre ha sido el recurso más elemental de los partidos políticos en general y de los nacionalistas en particular para mantener la cohesión de la tropa.El estado climático de amenaza permanente de tempestad permite a Pujol mantener abiertas todas las opciones en cuanto a calendario electoral se refiere. En cualquier momento la bronca controlada puede convertirse en conflicto que justifique la ruptura. Poco importa que después los protagonistas de tan ejemplarizante espectáculo tengan que improvisar melodramáticas escenas de reconciliación. Porque puede darse que después de las elecciones PP y CiU se necesiten más que nunca.

Pujol ha intervenido en el capítulo de esta semana del culebrón PP-Convergència, recordando la definición de catalán que él mismo propuso hace bastantes años cuando muchos de los dirigentes del partido popular estaban todavía convencidos de que el franquismo era el horizonte insuperable de nuestro tiempo. "Es catalán", dice Pujol, "aquel que vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo". Esta definición obtuvo cierto consenso entre las fuerzas políticas catalanas como expresión de la voluntad de significar que Cataluña es un sólo país, sin distinción alguna entre sus ciudadanos por razón de origen o de lengua, que ha sido la idea motriz de la reconstrucción del país durante el tardofranquismo y la transición.

Y, sin embargo, pasados los tiempos de excepción y consolidado el carácter integrado de la sociedad catalana, la definición no sólo no resiste un mínimo análisis sino que se funda en una ambigüedad que es determinante de lo que se ha llamado el nacionalismo esencialista. Dejemos aparte los aspectos jocosos del enunciado: que la definición de catalán contenga el factor trabajo como determinante se presta a todo tipo de chistes sobre catalanes. La laboriosa tierra del seny no contempla el derecho a la pereza que Paul Lafargue, el yerno de Marx, quiso consagrar sin demasiado éxito.

La relevancia doctrinal de esta definición está en la confusión deliberada entre la condición administrativa y la condición subjetiva. La condición subjetiva de catalán no tiene regulación posible: es catalán quien quiere serlo, ni más ni menos. De modo que, por ejemplo, un ciudadano nacido en Cataluña puede estar nacionalizado francés o americano y sentirse tan catalán como el que más. Y lo mismo un extranjero que por cualquier razón se haya enamorado de este país. La condición subjetiva no es fuente ni de derechos ni de obligaciones, porque estos los determina la condición administrativa. Así lo dice el propio Estatuto de Cataluña: "Gozan de la condición política de catalanes los ciudadanos españoles que, de acuerdo con las leyes generales del Estado, tengan vecindad administrativa en cualquiera de los municipios de Cataluña". Definición que permite a la Generalitat de Cataluña hacer campañas con el eslógan "Somos seis millones" sin investigar la voluntad de los interesados.

La voluntad -querer ser catalán- no modifica las obligaciones o los derechos de estos ciudadanos. Afecta sólo a su condición subjetiva. Y de hecho hay un número reducido pero significativo (en torno al 13%) de ciudadanos de Cataluña que se consideran sólo españoles. No cumplir la condición de Pujol de querer ser catalanes no les priva de derechos ni les excusa de obligaciones. Sobre confusiones de este tipo se crea doctrina, se montan broncas y se hacen representaciones teatrales como la que PP y CiU nos ofrecen estos días.

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