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Disparos del fotógrafo

Vicente Molina Foix

La fotografía es el arte que nos traiciona. Antes de su invento, la gente común vivía tan anónimamente como hoy, pero sus propias caras sólo se las veían en el espejo del agua o en la luna del dormitorio, dos comunicadores de engañosa fidelidad. Mientras tanto, los reyes y los nobles, los papas, los actores, los generales y algunos niños destinados por cuna a ser un día gran capitán o príncipe o marquesa, posaban para el pintor, y por lo general ese retrato era la única cifra de su inmortalidad (de los monarcas más presumidos se conservan cuadros pintados en muy diversas edades, pero la norma es pasar a la historia con un rostro oficial).Con la facilidad de la fotografía y su baratura contemporánea ¿quién de nosotros no tiene su vida entera revelada en el papel de las instantáneas? La cunita, la playa, el flotador, el cuerpo embutido en los uniformes de la Primera Comunión o en un trajecito regional, el primer viaje, el primer novio, la primera hija, los primeros kilos de más, la última imagen agradecida de la madre muerta mirándote desde un marco en el salón o bajo el plástico de la cartera. Qué compañía más confortante, qué verdad más falta de misericordia. Toda revolución mejora y causa víctimas. Somos los felices damnificados de la democracia fotográfica.

En cada hogar se guarda, denro de un álbum, la historia de una vida privada en blanco y negro y color. Nos reímos del pantalón que fuimos capaces de ponernos en el año 72 y nos duele que el tercero del grupo de cuatro amigos retratados encima de cuerpos de torero y señora gruesa en la feria ya no viva. La edad altera el juicio; no es lo mismo verse en la jura de bandera desde los 60 cumplidos, que con trencitas y un aparato dental siendo aún una adolescente de piercings en la oreja. Otras veces salimos oscuros o movidos. Pero también está el arte de la fotografía, que es el reducto utópico y creador de esa revolución de la cámara hoy convertid en rutina doméstica.

Dos excelentes artistas coinciden con sus retratos fotográficos en Madrid, y la gratificante crueldad del medio no varía. El actor y director norteamericano Dennis Hopper (en la Galería Metta) muestra con un primoroso desenfado el modo y las caras de algunos dioses y héroes menores de la modernidad. Pocas cosas más genuinamente "años 60" (y lo digo para los jóvenes, que estudian esa década con ganas de envidiarla) que la colección de Hopper, donde Warhol enciende una cerilla que en la foto siguiente es una flor tras la que se oculta, y los pintores pop y hasta John Wayne casan bien con Martin Lutero King y las botellas gigantes de Coca-Cola. Mundo verazmente irreal y perdido, no sólo por las bajas que hay en el reparto.

La segunda exposición (en el Círculo de Bellas Artes) es de Alberto García-Alix, a quien ver siempre tan tatuado y lleno de cadenas no debe ser motivo de recelo. Su mirada, carente del sentimentalismo mitificador, tiene piedad, esa implacable y piadosa agudeza que da el deseo de no hacer un arte complaciente.

También García-Alix retrata héroes, antihéroes del margen del Olimpo, quiero decir, y como el propio fotógrafo no es ningún niño, ha tenido tiempo de verles crecer y decaer, triunfar, a veces morir. En el Círculo hay, viva e inmóvil, mucha Movida, Ouka Lele y Ana Curra pelonas, Fifo y su mancha en mitad de la frente, Iván Zulueta emergiendo de un impresionante impermeable, El Hortelano, Fabio McNamara. En el 85 Ceesepe cruza un paso cebra con cara de travieso, y en el 96 no es sólo que tenga canas: sus ojos graves parecen estar viendo las trastadas.

El autor no escurre el bulto. En una foto de 1978, Aquellos días, alguien que es García-Alix o se le parece, está inyectándose droga en el brazo; en un bellísimo autorretrato del 97, nos indica, con su bata un poco hospitalaria y la blancura desconchada de la pared, que también él es un herido de la poderosa y traicionera arma del objetivo.

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