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La polémica sobre el diccionario del IECAINA MOLL

El artículo El diccionari de l"Institut. Una aproximació sistemàtica, de Francesc Esteve, Josep Ferrer, Lluís Marquet y Juli Moll (Els Marges, 60, abril 1998), ha levantado una polvareda que posiblemente va más allá de lo que pretendían sus autores. El DIEC ha recibido, desde su publicación en octubre de 1995, numerosas críticas, de muy diverso valor en cuanto al fondo y a la forma, a las que el Institut d"Estudis Catalans no había dado respuesta hasta ahora. Pero el acto público de presentación de ese artículo citado ha desencadenado una verdadera avalancha de intervenciones "desde ambos bandos". Tengo el propósito de analizar serenamente ese artículo y algunas otras críticas, aprovechando un trabajo que tengo en curso, y aunque tardaré unos meses en hacerlo, no pensaba intervenir en la polémica actual. Pero en vista de que no lleva trazas de remitir, que desde el IEC se dan respuestas a título personal y que hay quien no duda en considerar que quien calla otorga, me he decidido a hacer algunas observaciones, más que sobre los aspectos técnicos en discusión, sobre la polémica en sí. Como en toda polémica, ha habido errores por una parte y por otra. Por parte del IEC, y más concretamente de su Secció Filològica (SF), fue un error no contestar a determinados críticos, sobre todo a los 84 lingüistas que en marzo de 1995 le enviaron un largo documento sobre la modificación que la SF había hecho de las normas sobre ortografía de determinadas palabras compuestas, pidiendo la apertura de un diálogo para su reconsideración. La negativa de la SF, mediante una correcta carta del presidente, ha sido sacada ahora a relucir en términos muy duros, y puede haber dado lugar a las acusaciones de "bunkerización", a mi entender injustas, que han atraído hacia las "víctimas" las simpatías de un público que, con razón, no perdona la soberbia. Ahora bien, yo entré en la Secció Filològica a finales de 1993, y por tanto no participé en la modificación de la norma que se discute, que es de 1992, pero sí en el debate de 1995 sobre la conveniencia de abrir el diálogo solicitado, y puedo dar fe de que las argumentaciones que condujeron a la decisión de no reabrir el tema no tenían nada que ver con sentimientos de prepotencia, sino de responsabilidad ante el público, ya que la modificación de la norma se había difundido ampliamente en los Documents de la Secció Filològica, II (1992, reeditados en 1993), y el DIEC, que naturalmente la aplicaba, se estaba imprimiendo. Más que soberbia, pues, la negativa (no digo la falta de respuesta al documento) demuestra sentido común. Y por otro lado, ¿alguien puede poner la mano en el fuego en defensa de la falta de soberbia de algunos críticos? ¿Hay humildad acaso en el anónimo colectivo que desde octubre de 1997, adoptando -abusivamente, a mi entender- el nombre de Pompeu Fabra, publica y envía anónimamente un "full mensual" titulado Català normatiu. Anàlisi de les disposicions i del Diccionari de l"Institut d"Estudis Catalans? No estamos en tiempos de clandestinidades ni de envíos anónimos, y no entiendo que algunos detractores de la SF, e incluso algún confuso presidente de sección del IEC, acepten con naturalidad esta extraña situación. Incluso los 84 lingüistas citados, que publicaron su texto en la Revista de Catalunya acompañado de la carta de respuesta del presidente de la SF, ¿no pecaban de cierta soberbia, al pretender el diálogo con la SF dos años y medio después de publicada la norma?, ¿por qué no lo solicitaron en el momento de su publicación? Por parte de los críticos solventes, el mayor error consiste en echar a los cuatro vientos, con una contundencia que no tiene nada que envidiar a la prepotencia de que acusan a los miembros de la SF, argumentaciones técnicas que en muchos casos no tienen la menor importancia para el usuario, y sacar de ellas descalificaciones rotundas que se traducen en titulares del tipo "el DIEC ha fracasado", "el Diccionari de la Llengua, carca i farcit d"errors", "un diccionari tragicòmic", "un fraude intelectual" y otras perlas de ese calibre. Hay quien habla por boca de ganso (incluso algún prestigioso periodista de quien nunca lo hubiera esperado) y quien simplemente aprovecha la ocasión para disparar su artillería contra el IEC. Es verdad que las academias de la lengua -de cualquier lengua- son instituciones anacrónicas, que una vez cumplido, en una época muy distinta de la actual, su papel de codificadoras del idioma, vienen a ser simples guardianas y expositoras del tesoro acumulado. Su autoridad ya no es reverenciada, y sin duda sería bueno que se hiciera una revisión de su papel, en los albores del siglo XXI. Ahora bien, si hay una academia que no ha cumplido todavía y que necesita ver prolongada y acatada su misión codificadora, es el Institut d"Estudis Catalans. El papel de "centre coordinador d"una vasta xarxa interactiva d"elaboració de propostes d"estandardització", que proponen para las academias los autores del artículo, es atractivo, pero muy difícil de establecer, como ellos mismos reconocen -y yo diría que imposible, a la vista de la polémica actual-, pero para el gran público, los textos emanados de ese centro de coordinación serían tan vinculantes como los de las academias actuales. El papel del DIEC es el de diccionario del Institut d"Estudis Catalans, como alta institución académica de la lengua catalana. Por lo tanto, es lo que se suele llamar un diccionario normativo. Antes que él lo fue para el catalán el Diccionari general de Pompeu Fabra. No oficialmente, porque el IEC no llegó a proclamarlo así, pero dudo que ningún diccionario de ninguna academia haya sido más acatado, más reverenciado, que el Fabra, y estoy segura de que muchos ciudadanos se habrán sorprendido ahora al "descubrir" que estaba lleno de incorrecciones que el DIEC ha sido incapaz de rectificar. El IEC recibía insistentes demandas -de instituciones y del público en general- que le llevaron a aceptar el compromiso de redactar en breve plazo su diccionario. De ahí la improvisación, que tantos reprochan al IEC y que sin duda existió (sus miembros, especialmente la SF y sobre todo la coordinadora del DIEC, ahora tan injustamente maltratada, la han padecido en sus carnes), pero con efectos mucho más devastadores de lo que sus detractores pretenden. El IEC partió del Diccionari Fabra porque constituía de hecho, si no de derecho, su primer diccionario. No podía partir del de la Enciclopèdia Catalana (DGEC), como al parecer (incomprensiblemente para mí) pretenden muchos críticos, por diversas razones: porque no tenía derecho a ello; porque si se lo hubieran dado, los miembros del IEC habrían debido responsabilizarse explícitamente de su contenido; porque ese 50% de sus neologismos que no han sido introducidos en el DIEC son términos de especialidad que en buena lógica no tienen lugar en él (el diccionario de la Real Academia Española lleva muchísimos menos); etcétera. Pretender que el IEC ha requerido "silenciar" el diccionario de la Enciclopèdia Catalana (en cuya primera redacción participaron miembros de la SF y que se publicó con un prefacio de R. Aramon i Serra que era todo un aval, y en su versión actual de Gran diccionari lleva una Acreditació de l"Institut d"Estudis Catalans) es una aberración. Tampoco tienen razón quienes pretenden que el DIEC debería localizar geográficamente las palabras que no son propias del catalán central (no lo expresan así, pero de eso se trata). Todas las que figuran en el DIEC son presentadas por el Institut como patrimonio de todos los catalanohablantes, y cada uno es dueño de hacer de ellas el uso que quiera (lo que sí sobra son las raras indicaciones "en algunes contrades"). Ciertamente, el diccionario de la Real Academia Española incluye actualmente esas marcas localizadoras -le es indispensable, una vez superado el secesionismo lingüístico de los países hispanoamericanos y reunidas sus respectivas academias de la lengua como correspondientes de la española-, pero en el caso del catalán no tendría sentido. Eso no quiere decir que no convenga que otros diccionarios lleven esas marcas y que incluyan más neologismos, más argot, etcétera. Pretender que el DIEC lo incluya todo es en cierta manera continuar sacralizando el papel del diccionario académico. La visceralidad ha dominado a menudo en toda esta polémica. Dejémosla, pues, y busquemos vías civilizadas de discusión científica, sin confundir al público con peleas de técnicos o con cotilleos de café.

Aina Moll es miembro del Institut d"Estudis Catalans.

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