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Tribuna
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El corazón alemán

La revista Deutschland se hacía eco ampliamente en su número de abril del fenómeno que representa actualmente en Alemania la Ópera de Dresde. Tomando datos estadísticos de la Asociación Alemana de Teatros durante la temporada 1995-96, entre el centenar largo de teatros de ópera del país el de Dresde destaca en casi todo: 397.000 asistentes; 98,9% de ocupación; 28,5% del presupuesto cubierto por venta de localidades y subvención pública más baja por entrada (155,68 marcos).El carácter emblemático de Dresde en Alemania no se limita al edificio que Gottfried Semper diseñó para la Ópera, sino que está inmerso en el proceso de reconstrucción -la palabra Wiederaufbau (reconstrucción) es un grito moral en todos los rincones- de una ciudad pacífica salvajemente destruida en febrero de 1945 que ha decidido levantar piedra a piedra todo su casco histórico con una tenacidad, nunca mejor dicho, a prueba de bombas. Para el año 2006, aniversario de los 800 años de la creación de Dresde, está prevista la terminación de la Frauenkirche, una de las imágenes simbólicas de esta reivindicación histórica, o contra la historia, junto al Zwinger, el Teatro de la Ópera, el castillo y la católica Hofkirche. Emociona esta lucha titánica.

El Teatro de la Ópera encaja perfectamente en el conglomerado de signos histórico-culturales. En la Semperoper se estrenaron, por ejemplo, El holandés errante y Tannhäuser de Wagner, o Salomé, Electra y El caballero de la rosa de Strauss, y en el foso se sitúa la orquesta que para muchos especialistas conserva en la actualidad el sonido más puro de la tradición alemana, la célebre Sächsische Staatskapelle Dresden, que este año celebra su 450º aniversario con una salud envidiable. Su transparencia es tan sutil que hasta las voces pasan a segundo plano si no son excepcionales.

Dresde es, en cualquier caso, una ciudad abierta. En 1922 se organizó allí, por ejemplo, una semana germano-hispano-latinoamericana y ahora del 22 al 28 de junio últimos, se ha desarrollado una semana cultural española, con la proyección de una docena de películas en versión original subtitulada, desde El verdugo de Berlanga hasta Tesis de Amenábar, exposiciones sobre pintura, fotografía, García Lorca o el Camino de Santiago. Música, teatro y un ciclo de 15 conferencias en que se han analizado los puntos de encuentro entre Dresde y España, a través de figuras como el pintor Antón Rafael Mengs, el arquitecto Otto Schubert, la reina María Amalia (tan esencial en las relaciones Nápoles-Dresde-Madrid), los eruditos Víctor Klemperer o Konrad Häblers, el catedrático de botánica Moritz Willkom y el escritor Erich Kästner. El grado de interés manifestado ante las diferentes propuestas ha sido grande.

Como contrapartida, en Madrid se puede seguir viendo hasta el 12 de julio en la salas del BBV una muestra de cuadros del XVIII de la Galería de Pinturas de Dresde, reflejo de un museo verdaderamente excepcional, donde los pintores españoles del Siglo de Oro tienen una poderosa presencia, especialmente con un murillo -La muerte de santa Clara- de los que quitan el hipo. Tal vez el aperitivo de esta exposición anime a algunos viajeros (los turistas suelen tener otros códigos de elección) este verano a encaminar hacia Dresde sus pasos. Estímulos no les van a faltar. El cuadrilátero Dresde-Berlín (con su delirio constructivo en busca de una nueva identidad arquitectónica y cultural)-Weimar (la ciudad literaria de Goethe y Schiller)-Buchenwald (el campo de concentración donde estuvo Semprún, con la exposición documental más asombroso en su austeridad que he visto nunca) enmarca una de las zonas geográficas más sustanciales de la cultura europea. A la sombra de Bach y Goethe, el corazón secreto de Alemania palpita en sus contradicciones y en su luminosa serenidad creativa.

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