"España puede ser la casa de la paz"
Colombia votó el domingo21 de junio a un candidato tradicional para la tarea menos tradicional que quepa imaginar: demolir el antiguo régimen. Eso se describe aquí en términos no tan dramáticos como el anticontinuismo; pero, aunque de forma difusa, la campaña electoral que culminó con la victoria de Andrés Pastrana, líder conservador de la Gran Alianza para el Cambio, fue inédita en la historia colombiana porque en ella se dejó oír de muchas bocas un sordo ya basta, no sólo contra el presidente aún en ejercicio, el liberal Ernesto Samper, sino en más positivo: "Queremos una nueva Colombia, que acabe con la guerra, la desigualdad y la corrupción".Pastrana Arango, que cumplirá en agosto ya como presidente 44 años, es el vástago de una familia de primeros magistrados, candidatos y altos funcionarios del Estado, la quintaesencia del establishment nacional pero, sentado ante el enviado de EL PAÍS, con un tintico (café) de por medio, sabe perfectamente que lo que se le pide, tras su histórica victoria en afluencia de votos (59%) y número de sufragios (más de seis millones) es que no haga lo que cabría esperar de su árbol genealógico: "Yo no he sido sólo el candidato de los conservadores, ni de un partido; conmigo está gran parte de la dirección liberal del país, porque lo que hemos hecho es una revolución pacífica y el lunes (el día siguiente a la victoria) Bogotá, como me dijo un amigo, tenía el aire con que se celebra el fin de una dictadura".
El presidente electo tiene prisa y sin aguardar a su toma de posesión el 7 de agosto ha comenzado a actuar en tres órdenes de cosas: el político, el económico y el de la paz.
Ya sabe toda Colombia que los primeros 30 días de su mandato convocará un referéndum para la reforma política. En él pretenderá poner las bases para la liquidación de la corrupción política: "Eliminaremos las partidas de destinación específica con las que Samper se ganaba a los congresistas para su propia supervivencia política; haremos listas abiertas para que el electorado tache o retenga a sus candidatos; iremos a la elección directa de importantes cargos del Estado como el contralor y el procurador (fiscal); estableceremos un procedimiento nítido para juzgar, si llegara el caso, al presidente de la República, aunque no es que yo quiera la revancha".
Pastrana ya dijo en la campaña que no extraditaría, por el honor nacional, a Samper, si era procesado en Estados Unidos, bajo la previsible acusación de haber sido elegido en 1994 con dinero del narcotráfico. El presidente no quiere mirar atrás; que los vencidos entierren a sus muertos.
Reconoce que tendrá que ir muy pronto a EE UU, que ha acogido con algo muy parecido al júbilo su victoria sobre el liberal Horacio Serpa, pero no quiere dejar en mal lugar a España. "Visitaré España el mes próximo en vacaciones con mi familia, como parte de una gira europea, porque España es el mayor inversor financiero en Colombia y puede ser la casa de la paz; espero ver a Aznar, pero no quiero excluir a nadie"; ¿Felipe González? "Sí, porque todo lo que se sume, vale; Felipe ha sido un gran colombianista y todo lo que pueda aportar, bienvenido sea". Pero, no nos engañemos, es en Washington donde ha de recibir el gran apoyo internacional que espera para que su proyecto de una nueva Colombia sea factible.
"Es un nuevo plan Marshall, al que EE UU y Europa tendrán que contribuir para la reinserción de la guerrilla, empezando por las FARC, con cuya jefatura quiero reunirme esta semana, y ¿por qué no en la propia selva? Ellos quieren acabar con el cultivo ilícito de la coca y volver a la vida civil". La guerrilla, sin embargo, pide mucho más. "No, no les daré territorio ni poder de Estado; en las zonas de distensión que contempla la ley en las que nos reuniremos seguirá actuando el poder local, y los guerrilleros sólo recibirán de mí seguridad de sus vidas para las conversaciones".
La tarea a la que se enfrenta es el decimotercer trabajo de Hércules: domesticar a la guerrilla que campa a sus anchas por un 40% del país; a los paramilitares, mercenarios en su propio provecho o a sueldo de los narcos ; a un Ejército que se siente traicionado por el poder civil que pretende hacer la paz tratando de igual a igual, como Estado, al insurrecto; y a los narcotraficantes que envilecen el país. La respuesta de Pastrana a tan feroces interrogantes es, quizá, demasiado sencilla: presión e inversión internacionales.
El presidente electo no cuenta, sin embargo, con un congreso favorable, puesto que en marzo ese partido liberal tan claramente derrotado en las presidenciales, revalidó una mayoría histórica que mantiene durante casi todo el siglo XX, en un país que hasta el domingo votaba en gran medida por atavismos de partido y clientela. Por ello, si el Congreso bloquea la reforma apelará "directamente al pueblo", aunque cree que no hará falta dada la tendencia natural de los partidos colombianos a la división interna, por lo que suficientes congresistas y senadores se sumarán a su proyecto.
Y en esa gran jugada internacional cuenta prominentemente Pastrana con la participación de Gabriel García Márquez, que le sostuvo en la campaña y que, según fuentes muy allegadas, va a estar en la toma de posesión. "Nombraré a Gabo embajador para la paz", una especie de comisionado ante el mundo entero que pregone el fenómeno Pastrana para la refundación nacional. También contará con don Nobel, como lo llama un facundioso mendigo de su ciudad natal, Cartagena, para la reforma educativa. Para ello bastará, dice Pastrana, con recurrir al memorándum sobre la educación del presidente liberal César Gaviria de 1991. "Aquí tenemos leyes para todo, y sólo hay que mirar, ver lo que sirve, y ponerlo en práctica. Así haremos nuestra revolución pedagógica".
El presidente electo quiere comprar una nueva concordia. Él lo llama "privatizar la paz" para lo que cuenta con indudable optimismo, con la colaboración de una clase dirigente que hasta ahora no se ha distinguido por su afición a hacer país. "Los empresarios me han dicho que están dispuestos a sacrificar el 10% de sus utilidades anuales por la paz, en una auténtica refundación del país".
Andrés Pastrana cree, visiblemente, ser el hombre adecuado en el lugar y momento adecuados. Sobre todo, porque puede que no haya muchos más momentos para elegir. "Colombia está dispuesta a luchar por la reconquista de sí misma, el país votó contra el continuismo para recuperar el espacio que nos corresponde en el escenario internacional, y para devolver la plena legitimidad a la primera magistratura del país".
Pero, el presidente ha anunciado ya un ajuste fiscal duro en una Colombia con más de un 40% de pobres oficiales, con lo que quiere obtener "una reducción del déficit, que hoy es de cerca del 6%, al 1,5% en cuatro años, y la inflación, del 20% actual, a un solo dígito en ese mismo tiempo, aunque todo ello tenga un costo político". Y, audazmente, espera que eso no comporte una caída del gasto social, porque en compensarlo con el fin de la corrupción y del derroche. "Se deja de recaudar un 35% del IVA, lo que supone dos billones de pesos (250.000 millones de pesetas) anualmente, y las desviaciones presupuestarias a la clase política, sin contar la corrupción directa, pueden añadir hasta 500 millones de dólares por ejercicio".
El nuevo presidente colombiano dio el día antes de la entrevista una prueba irrefutable de que es un sencillo hombre de hierro. Aguantó estoicamente una rueda de prensa para corresponsales extranjeros hasta bien entrada la 1ª parte del Colombia-Túnez. "Sólo pude ver el gol de la victoria". Ni siquiera el fútbol es más importante que el inquieto pero ordenado afán del señor presidente. El Mundial puede esperar.
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