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Todos deprimidos menos el portavoz

Soledad Gallego-Díaz

La cumbre de Cardiff puede ser la última a la que asista Helmut Kohl como canciller alemán. El próximo mes de octubre se celebrarán elecciones en su país y es posible que en ellas gane el Partido Socialdemócrata y su candidato, Gerhard Schroeder.Sería una pena que la última intervención de Kohl en el máximo foro europeo pasara a los anales como una rectificación de la línea que ha desarrollado a lo largo de toda su vida política: un decidido apoyo al proceso de construcción de Europa.

Es cierto que el canciller debe enfrentarse a una baja popularidad entre sus conciudadanos y a las presiones de los länder para que se establezcan nuevos mecanismos de financiación comunitaria que reduzcan su participación en el presupuesto total. Incluso es verdad que el funcionamiento institucional de la UE resulta cada vez más inmanejable. Pero, tal y como decía Pilar Bonet, Kohl no garantiza su reelección sacrificando su capital europeo, y sin embargo sí es seguro que empañará su imagen de estadista. Hasta ahora, Kohl siempre había defendido que la Unión Monetaria (el euro, la moneda europea) constituía una etapa en un proceso más amplio, un eslabón imprescindible en el camino de la unidad europea, una unidad que debía tener una faceta política.

Hace pocos años mantenía largas conversaciones, mitad pragmáticas, mitad filosóficas, con personajes como François Mitterrand, Jacques Delors o Felipe González, en las que dibujaban un futuro europeo brillante y en las que buscaban soluciones a los muchos problemas de la Unión Europea, soluciones que significaran al mismo tiempo un compromiso de unidad. Hoy sus interlocutores son Chirac o Blair, dos personalidades muy distintas y con muchas dudas sobre el alcance final del proceso.

Quizás sólo se trate de un episodio más en la larga marcha de Europa: la historia comunitaria demuestra que la UE siempre ha avanzado en medio de reculones y que cada vez que ha dado un paso importante ha necesitado después una etapa de hibernación para digerir el festín.

Pero es posible que esta vez la hibernación no sea buena idea: las cosas van muy rápido en el mundo, la crisis asiática puede tener más consecuencias de las inicialmente previstas, la ampliación al Este está a la vuelta de la esquina y el euro tendrá suficiente fuerza como para desencadenar una cascada de toma de decisiones en el campo de la economía. Nunca ha sido una buena idea hacer creer, o temer, a los ciudadanos que la Unión Europea no es más que un meca nismo económico, dirigido fundamentalmente a satisfacer las cada vez más imperiosas necesidades del mundo financiero.

Nunca ha sido una buena idea extender la teoría de que la defensa de los "intereses nacionales" es algo opuesto a la defensa de los "intereses europeos".

Si Kohl retrocede y gana las elecciones, será muy difícil que vuelva a interpretar el papel de padre de Europa. Y si retrocede y pierde, hay pocas señales de que su sucesor, Schroeder, haya tenido alguna vez un sueño compartido.

Y mientras los más europeístas empiezan a creer que las buenas señales que experimenta la economía de los Quince van a traer aires de depresión política, los periódicos publican pequeñas noticias reveladoras. La pasada semana el Banco Central Europeo nombró a uno de sus cargos más influyentes: el de portavoz.

Se trata de la persona que ocupaba ese mismo cargo en el Bundesbank, Manfred Koeber, de 59 años. Kohl aceptó dividir el mandato del presidente del BCE, pero se está asegurando de que el banco hable alemán: además de Koeber, es muy probable que la decisiva dirección general de Relaciones Internacionales y Europeas sea para Berdn Goos (que ocupa ya ese cargo en el Buba).

Todo ello sin contar al famoso "jefe economista" del Bundesbank, Otmar Issing, que es miembro del Comité Ejecutivo del BCE y que se encargará exactamente de las mismas funciones.

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