Una perdida joya británica

El páramo en que los mundiales de fútbol ha convertido las salas cinematográficas hace que los distribuidores aprovechen para dar salida a material difícil de estrenar en otras épocas, la mayoría de las veces con muy escaso o nulo interés, pero también alguna joya perdida en sus polvorientas estanterías. Éste es el caso de Relaciones íntimas, una pequeña obra maestra del cine inglés, que se estrena con tres años de retraso.Primera película dirigida por el actor, director y productor de teatro Philip Goodhew, que también ha protagonizado algunas películas poco conocidas, parte de hechos reales, ocurridos en el Reino Unido en la primavera de 1956, para contar una terrible y sórdida historia. Las relaciones eróticas que se desarrollan entre un huésped al que alquilan una de las habitaciones de la casa familiar una típica madre, con hijas casadas y nietos, y su hija pequeña, una quinceañera, ante la alcoholizada mirada del cojo padre de familia.

El gran atractivo de Relaciones íntimas reside en la habilidad del guionista y realizador Philip Goodhew para contar las cosas más terribles sin el menor énfasis, como si fuesen normales, teñidas de un ligero humor negro. Además de conseguir que en un perfecto desarrollo dramático la situación se vaya complicando hasta adquirir proporciones de tragedia.

Mujer posesiva

El joven Harold, el protagonista, es un muñeco en manos de las mujeres que le rodean, una notable colección de arpías que sólo buscan su propia satisfacción sin pensar en sus posibles consecuencias. En un par de ocasiones trata de huir pero una y otra vez es perseguido por la cínica y posesiva madre que le ha alquilado una habitación y ocupado su cama.Tras una sucesión de pequeños hechos que por sí solos serían absurdos pero que están encadenados con tal perfección que dejan de serlo, la historia se desarrolla de manera inexorable a través de una sucesión de conseguidos momentos hasta un terrible final. Una escena de una gran minuciosidad, tanto por su contenido, como por su forma, donde resplandece el disparate, el horror y el desasosiego que preside la película.

Dentro de un conjunto que roza la perfección, con una cuidada reconstrucción de la hipócrita clase media británica de mediados de los años cincuenta, el realizador Philip Goodhew demuestra ser un excelente director de actores al conseguir un trabajo excepcional de la actriz de teatro Julie Walters, el conocido actor de cine Rupert Graves y la joven debutante Laura Sadler.