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La casa de Vicente Aleixandre

Leemos en un periódico: «La desidia de los políticos impide recuperar la casa de Vicente Aleixandre». Estos titulares son peligrosos: parece como si los políticos fueran malos y los no políticos fuéramos todos santos. Mal entendimiento de lo que debe ser la democracia. Los políticos son como el resto de los ciudadanos, ni mejores ni peores, y atribuirles las culpas de nuestras desdichas es bastante problemático.Volviendo al asunto de estas líneas: la casa de Vicente Aleixandre. Esa casa de la calle Velintonia fue durante más de cuarenta años el hogar simbólico de la poesía española y un símbolo del exilio interior. Aleixandre no fue ruidoso en sus protestas contra el régimen, pero jamás hizo un signo de conciliación con la dictadura. Cuando el poeta y su hermana murieron, el piso donde vivía Aleixandre fue desalojado por completo y la biblioteca y sus papeles pasaron a poder de un amigo; pero cualquier tentativa de rehabilitación, digamos oficial, incluía llegar a un acuerdo con unos inquilinos a los que se había arrendado por quienes podían hacerlo tiempo atrás el primer piso de la casa. Ésta se ha ido deteriorando, el porche llegó a ser ocupado por algunos mendigos y los sucesivos intentos de recuperación del inmueble han topado con las elevadas cantidades de dinero que pide el arrendatario por desalojar el piso que ocupa.

La situación es delicada: no sólo hay que dejar libre de cargas legales la casa, sino que hay que comprarla, caso de que no se produzca la cesión gratuita o simbólica a las entidades públicas por parte de sus propietarios, volverla a amueblar, incluyendo en el amueblaje la biblioteca y sus papeles, empresa tampoco fácil, según todos los indicios, y emprender la remodelación a fondo de la casa, porque ésta es muy pequeña, y con los espacios habitables de que dispone, montar un centro cultural -de estudios aleixandrinos, de difusión de la poesía o de cualquier otra función o funciones equivalentes- resulta sumamente complicado. Antes de gastarse el dinero público -y aquí habría que emplear bastante- conviene saber si será rentable en términos culturales tal inversión, que exige asegurar el mantenimiento adecuado y, por tanto, gastos permanentes de personal laboral.

No se puede jugar al culturalismo de decir que, como en Velintonia, 3, vivió Vicente Aleixandre, los derechos de la lírica exigen la inmediata rehabilitación y restitución de la casa a su primitivo uso. La casa donde vivió Dámaso Alonso, en la calle Alberto Alcocer, acaba de perder, de acuerdo con la voluntad del gran filólogo y poeta, su biblioteca y sus papeles, que han pasado a la Real Academia Española tras un acuerdo razonable con sus herederos, y nadie se ha rasgado las vestiduras. En modo alguno se trata de hacer comparaciones, sino de no crear fetiches innecesariamente.

Madrid posee, en la calle Cervantes, la maravillosa casa de Lope, prodigio de reconstrucción, que fue salvada, después de múltiples vicisitudes, con dinero público, aunque se pudo hacer con dinero privado, pero ésa es otra cuestión. La casa de Aleixandre tiene un porvenir confuso y lo primero que urge saber es si, con las imprescindibles remodelaciones, va a poder ser utilizada a los efectos previsibles, si puede volver a contar con la biblioteca y los papeles del poeta, si los coleccionistas particulares de papeles aleixandrinos están dispuestos a cederlos y en qué condiciones, y a partir de ahí, establecer un plan de actuación.

Todo lo que sea echarles las culpas a los políticos, hacer invocaciones enfáticas de lesa patria literaria y que las diferentes administraciones -la municipal, la autonómica y la central- se pasen la pelota ante la dificultad de movimientos, será perder inexorablemente el tiempo. Madrid tiene suficientes déficit de equipamiento cultural para que nos obsesionemos con un problema muy específico. Aleixandre fue un gran poeta y es esto, sus poemas y sus escritos, lo que verdaderamente importa. Una institución pública está empeñada ahora mismo en la edición de su obra completa, sin que sus políticos se hayan mostrado desidiosos. Las desidias y dificultades han procedido de otras partes.

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