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Especial García Lorca

El rastro inventado

En Almería, el paso fugaz de Lorca palpita en escenarios imaginarios

Tereixa Constenla

Incluso allá donde no llegó, están grabadas sus huellas sobre el paisaje. Rastros que conducen hasta lugares de inconfundible esencia lorquiana que sólo visitó con la imaginación. Hay un caserón decrépito, varado como una nao fantasma sobre la tierra roja de los Campos de Níjar, que huele a Lorca desde varias leguas a la redonda. Ni siquiera un Clint Eastwood real, al cabalgar en El bueno, el feo y el malo, mitigó el olor con sus penetrantes vaharadas de tabaco. El artista nunca recorrió el Cortijo del Fraile, que se erige en el imaginario colectivo como el escenario más lorquiano que puede visitarse en Almería. Bastó con la incursión evocadora en la tragedia de dos amantes extemporáneos, convertida en quintaesencia del drama rural andaluz gracias a Bodas de sangre. Esa impregnación de Lorca, fruto de una recreación ficticia -e inspirada en sangre real: el crimen de Níjar reinó en las crónicas de sucesos el 25 de julio de 1928-, supera cualquier otra huella del poeta en Almería, incluidas las ciertas. No hay añagazas válidas para destapar la nostalgia. En el Cortijo del Fraile salta el resorte de forma automática, mientras que en la plazuela de Balmes sólo se activa la curiosidad ante el edificio donde residió Federico García Lorca cuando era un mocoso de ocho años. Frente a la casa de los Duendes -sede de la escuela del Hospicio- se colocó en 1993 un busto del artista, sustituto y recordatorio de sus pasadas correrías infantiles en el mismo patio. El poeta almeriense Juan José Ceba, que ha rastreado laboriosamente la pista del artista en Almería, reconstruida en el libro Sólo el misterio. Lorca y su maestro, fecha en 1904 la primera estancia pasajera del pequeño en la ciudad, aunque no se instalaría con carácter estable hasta dos años después, cuando sus padres le matriculan en la academia y residencia de Antonio Rodríguez Espinosa, amigo de la familia y maestro imbuido de nuevos métodos pedagógicos, para preparar e ingreso al Instituto. De aquella primera visita fugaz quedó una huella fotográfica, captada en el estudio de Victoriano Lucas en el Paseo. El niño Federico, repeinado y atildado, mira hacia la cámara con formalidad de adulto. En Almería tejió su primer poema, alentado por un doble sentimiento de dolor y jocosidad, un presagio del camino que recorrerá en el futuro aquel impúber de 11 años. Su primera creación -unas ocurrentes estrofas a costa de sí mismo- nace con Lorca postrado en la cama, con un tremendo flemón que le impide hablar y le provoca el primer encontronazo con la muerte. De su contemplación en un espejo saldrán versos satíricos donde compara su deformación con la figura obesa de Muley Hafid, el sultán de Marruecos. El día que Lorca se afanaba en superar divisiones y multiplicaciones de tres cifras en el Instituto de Almería para aprobar su examen de ingreso, la ciudad se replegaba dolorida, con lágrimas en la garganta, por la muerte en Pau (Francia) de Nicolás Salmerón, aquel presidente de la I República que dictó una magistral lección de ética al rubricar su dimisión. El político prefirió sacrificar el poder a la conciencia: se negó a firmar sentencias de muerte contra cantonalistas. A buen seguro, aquel niño de 10 años que azuzaba su memoria para salvar la prueba escolar, asistió como un testigo inocente y ajeno al duelo que conmovió la provincia natal de Salmerón el 21 de septiembre de 1908. A esas edades se atraviesa de puntillas por acontecimientos históricos y se graban a fuego las conquistas individuales ante nuevos trozos de realidad. Al niño Lorca, por ejemplo, debió marcarle el mar, aquella inmensidad extraña y caprichosa que contrastaba con el plácido horizonte rural en Fuente Vaqueros. Y la Feria de farolillos, tiovivos y regalices, que le hicieron perder la cabeza y quedarse dormido en un banco público hasta la una de la madrugada ante la desesperación de sus padres, que le visitaban en Almería. O el cinematógrafo, un recién nacido que transmitía magia por los pueblos, del teatro Apolo. Lorca regresó a Granada en 1909, cuando sus padres decidieron trasladarlo al caer enfermo. Escasean las referencias en la obra del artista a aquellos primeros años en Almería, a la que reservó luego como metáfora austera, pobre y trágica. Dirá de ella: "Almería tiene la aspereza y el polvo azafranado de Argel".

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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