¿Una catástrofe previsible?
La reciente catástrofe ambiental en Doñana refleja el comportamiento del hombre tecnológico, que se diría es antagónico al que ha caracterizado a los factores ecológicos a lo largo de la evolución de la biosfera, posibilitando su existencia. Éstos han puesto fuera de circulación los metales como consecuencia de procesos geoquímicos. Las explotaciones mineras alteran los ciclos de los elementos tóxicos, acumulándolos en los biotipos terrestres y acuáticos, a partir de los cuales muestran su toxicidad. El impacto, inicialmente, puede ser local, pero, a medida que avanza la explotación, sus efectos se dilatan en el espacio y en el tiempo: contaminación eólica sobre los suelos y aguas superficiales, aparición de nuevos productos químicos que, añadidos en el procesado, aumentan considerablemente el riesgo. Y, sobre todo, la enorme cantidad de residuos que generan. Finalizada la explotación (minerales de sulfuros), el drenaje ácido solubiliza los metales y puede durar decenas de años. Sus efectos se dejan sentir sobre todo en los ecosistemas acuáticos.La zona mineralizada que gravita sobre Doñana es una banda de sulfuros polimetálicos, en donde se explotan cinc, plomo y cobre, pero se liberan otros que forman parte de la mineralización -arseniopirita- o están acompañándolos sin formar mena -cadmio y mercurio, por ejemplo.
Doñana está a sólo 61 kilómetros de Aznalcóllar. Las aguas del río Agrio pasan por el Guadiamar y de éste al Guadalquivir, el flujo de metales en mayor o menor medida está establecido. La explotación es a cielo abierto, con cráteres de 300 metros de profundidad. Hay una gran movilización de tierras (piénsese, por ejemplo, que 10 gramos de oro mueven tres toneladas y media de tierras, sólo en la mina). De ahí la gran concentración de residuos. La balsa de estériles fue ubicada desafortunadamente junto al río. A esto añadamos la fabricación de ácido sulfúrico a partir de piritas (del orden de 240.000 toneladas por año).
Todo ello configura un panorama ensombrecedor a medio y largo plazo. Pero si además los lodos tóxicos se cifran en 10.000 millones de metros cúbicos, el plazo se acorta, esté o no reforzado adecuadamente el dique. Es lo que se suele llamar una bomba química de acción retardada.
La catástrofe de Doñana ha sensibilizado a la opinión pública. Gracias a los ecologistas y a los medios de comunicación. Los gobernantes han tratado de minimizarla. Quizá su reto empiece a partir de ahora, al saber que la mina Los Frailes tiene prevista, para los próximos 15 años, una extracción de materiales del orden de 41 millones de toneladas. A buen seguro que exigirán un emplazamiento adecuado para la futura balsa de estériles, control periódico, una inmovilización en función del volumen de lodos, la protección de sus recursos hídricos, la restauración a la par que su explotación... y tantos otros requisitos a la hora de dar licencias, que está reclamando una legislación medioambiental más acorde con las necesidades en la preservación del medio.
Igualmente, la Administración debe resolver cuanto antes el estado de las balsas de lodos tóxicos en otras explotaciones de nuestro país, aunque no afecten directamente a reservas especiales, ni veraneen en ellas personajes púbicos.-
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