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Crítica:JAZZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Buzo y astronauta

Los tiros en materia de músicas improvisadas modernas parecen ir por la integración cultural y la variedad de enfoques. Si es así, Pat Metheny encarna al músico ultramoderno y omnidireccional, telescópico y reversible, buzo y astronauta al mismo tiempo. Lleva ya más de dos décadas confeccionando discos de exultante pluralidad, aptos para toda situación, desde una fiesta de licenciatura de universitarios de familia bien a historias de cowboys de la era del todoterreno y aun a telefilmes de ciencia-ficción.Apareció con su característica camiseta de grumete y abrazó sin preámbulos la célebre guitarra modelo pikasso, un impresionante artefacto de 42 cuerdas y aspecto en verdad cubista, que recordó sus orígenes rurales y reafirmó su interés por lo exótico. Ya apoyado por su grupo de leales y eficientes compañeros, se extendió después un solo canónico ceñido a la escalística del jazz. La miscelánea sonora prosiguió con piezas de razonable efecto euforizante, cimentadas en arreglos siempre medidos, intercaladas entre estratégicos remansos de calma relativa. Incluso entonces, Methey recreció la intensidad hasta acabar en explosiones éticas bien guiado por su notable sentido del clímax, y dejó que pasara por sus manos todo un museo futurista de la guitarra. Sus hinchas se mostraban felices de verle tan entregado y cambiante, de modo que para no dejar ningún cabo suelto se dispuso a ilustrar su faceta intimista con la guitarra acústica: la delicada canción resultante sonó a reflexión nocturna de chico solitario.

Pat Metheny Group Pat Metheny (guitarras), Lyle Mays (teclados), Steve Rodby (contrabajo y bajo eléctrico), Paul Wertico (batería), Jeff Haynes (percusión), Mark Ledford y Philip Hamilton (varios)

La Riviera. Madrid, 22 de mayo.

Todo discurría por los cauces previstos hasta que, casi al final, un fallo en la amplificación rompió el férreo protocolo. Por una vez, Metheny no tenía guitarra alguna para salvar la contingencia, así que el nutrido departamento de percusión se vio forzado a tomar el mando. Paul Wertico, Mark Ledford y Jeff Haynes se enzarzaron en un entretenido combate rítmico, pero también a ellos se les acababan las pilas cuando Philip Hamilton se adelantó al borde del escenario y se erigió en oficiante del ancestral intercambio de llamadas y respuestas. El público coreó consignas musicales y hasta futbolísticas y dio palmas con entusiasmo; tan bien se lo estaba pasando que casi lamentó la vuelta a la normalidad. El ambiente lo pedía y Metheny cumplió las tres horas de concierto con un aire latino, una entrada reciente en su voluminoso diccionario de géneros y estilos.

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