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Relevo de rostros

Desde que el cine escapó de la bulla de las ferias al sagrado silencio de las salas en penumbra y comenzó a ocurrir el rito íntimo, de condición hipnótica, del choque y la fusión de dos miradas, una viva en la penumbra y otra metafórica, atrapada en la luz de la pantalla y desde allí vivificadora, comenzó a explorarse el misterio de la fotogenia, esa rara cualidad de algunos rostros que, cuando son fijados por una cámara, escapan de sí mismos, dan suelta a un flujo de captura de los ritmos imaginarios de quienes los contemplan y articulan con ellos un lenguaje de alta pureza. El misterio de la fotogenia, por muchas averiguaciones que emprendan para esclarecerlo, persiste. Y, tras un siglo, la revelación de un rostro creador de cine tiene siempre algo de inexplicable.No hay lugar para indagar aquí por qué precisamente en este tiempo, pero lo cierto es que en España ocurre desde hace un par de décadas una explosión incesante de rostros donde anuda su lenguaje esa maga elocuencia. En otras parcelas, avanzamos a trompicones, desde hallazgos de algunos talentos que luego son acallados por tropiezos en la piedra de la mediocridad. Esta piedra amenaza sobre todo los territorios de la escritura, la producción y la dirección de películas, pero en cambio raro es el año que no se asoman a las pantallas unas cuantas caras desconocidas que revientan de cosas que decir. Es éste -la impresión de volver a ver un rostro que nunca se ha visto- el indicio por excelencia de que estamos ante una presencia creadora de cine.

Recitar nombre a nombre tal enganche de elocuencias llenaría esta página. Esta explosión de rostros tiene algo de epidemia alentadora, porque no puede ser casual, sino brote múltiple de alguna raíz soterrada de nuestra identidad, que empuja hacia arriba sus frutos. Y el suceso abarca presencias ya elaboradas palmo a palmo y que componen un conjunto de veteranos comediantes que ahora, tras su lenta forja en un par de décadas febriles, se han hecho rasgos imprescindibles de nuestra fisonomía imaginaria. Hablo (entre muchos) de Charo López, Carmen Maura, Antonio Resines, Pilar Bardem, Emma Suárez, Juan Luis Galiardo, Imanol Arias, Silvia Munt, Victoria Abril, Ángela Molina, José Sancho, Terele Pávez, Aitana Sánchez Gijón, Antonio Banderas. Y se añaden a éstos y sus sombras pequeñas oleadas que año tras año van fijando tan poderosas fotogenias como las de Ariadna Gil, Javier Bardem, Jordi Mollá, Karra Elejalde, Alex Angulo, Carmelo Gómez, Penélope Cruz, Silke, Santiago Segura, Candela Peña, Rosana Pastor y, casi ayer, Laia Marull, Manuel Manquiña, Gustavo Salmerón y decenas más que rompen convenciones y destapan empujes renovadores que se remueven en la fertilidad de donde proceden.

Los nombres dichos son parte de la parte visible del iceberg que se esconde bajo este juego de mecánica generacional. Estamos ante un brote de sangres que inunda nuestras pantallas con un vigor sin otro precedente que la genial escuela de las voces cascadas que apretaron la cima de su inmenso talento en los cincuenta. Porque hoy de nuevo vuelve a serles posible confeccionar repartos de tan altísima solvencia y variedad a los directores (por desgracia, no hay muchos tan sagaces) que se han enterado de que en la geometría del entramado de rostros que mueven una ficción cinematográfica es donde verdaderamente descansa el genio de ésta.

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