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UN HOMBRE DEL SIGLO

Un narrador moderno

Siete años después de ganar el Cervantes, Francisco Ayala, más joven y burlador que nunca a sus 92 años de las restricciones del calendario, obtiene el Príncipe de Asturias. De este modo ha conseguido ya los mayores galardones institucionales de este país. Ignorado durante muchos años, como toda la literatura del destierro, desde su vuelta a España en los años sesenta el escritor granadino se ha venido imponiendo en nuestro ámbito literario. Ayala rompió, el primero, definitivamente con el olvido de la literatura del exilio. Ha sido editado profusamente, incluso en ediciones anotadas, y su narrativa completa ha visto la luz dos veces, la última de las cuales (Alianza, 1993) puede juzgarse definitiva.Fue en el destierro donde alumbró el escritor alguno de sus títulos esenciales, como las colecciones de relatos Los usurpadores y La cabeza del cordero, que no pudieron publicarse aquí en su momento; todavía poco antes de su primer regreso a España vio la luz en Argentina Muertes de perro, y allí apareció también la novela complementaria de ésta, El fondo del vaso. Con todo, no es Ayala un narrador forjado en la luz y el dolor de la España desterrada. Como Rosa Chacel o Benjamín Jarnés, perteneció, tras unos comienzos tradicionales, a la promoción de narradores que Ortega apoyó desde la "Revista de Occidente": El boxeador y un ángel y Cazador en el alba son dos muestras impecables de aquella narrativa que se apoyaba en el supuesto orteguiano, tan mal entendido, de la deshumanización del arte. Pero el destierro dio a Ayala la densidad conceptual, el temple humano y el equilibrio artístico necesarios para crear sus obras maduras, inspiradas directa o indirectamente por la guerra civil (ya cité Los usurpadores y La cabeza...). Después llegó la plenitud en Muertes... y El fondo..., que constituyen en puridad una sola obra, donde los mecanismos de la corrupción humana son iluminados con gravedad y pericia. Los elementos trágicos de los títulos anteriores han cedido ahora el testigo a lo grotesco, que el autor había abordado ya en sus Historias de macacos. El narrador mira el mundo con mirada ambigua, combinando el horror con el escepticismo, el espanto con el humor. Tocamos aquí la cumbre del arte ayaliano, sin perjuicio de otras aportaciones posteriores, donde la ironía se vuelve scherzo, como El jardín de las delicias y algunos otros títulos.

En el panorama narrativo español contemporáneo, representa Ayala la conjugación de las técnicas de la vanguardia con la tradición perspectivista y de canonización de lo grotesco que inaugura Cervantes.

La estilización de la prosa y la depuración de los materiales narrativos cristalizan en la obra de madurez en un producto artístico rigurosamente moderno, exento de las hipotecas del realismo y el costumbrismo que tan dañosamente gravitaron sobre algunos narradores de posguerra. Esta modernidad es característica de todo su pensamiento. Valgan sus memorias, tan ricas de sentido, y su aguda y abundante obra crítica y ensayística.

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