Autogestión y no «parches» para los centros difíciles
Santiago Molina, catedrático de Educación Especial de la Universidad de Zaragoza y presidente de la Fundación Aragonesa para la Prevención y el Tratamiento del Fracaso Escolar, considera que buena parte de las medidas reivindicadas una y otra vez para evitar la deserción de los escolares más reticentes no son sino «parches» que no resuelven el problema.Se refiere a la reducción del número de alumnos por aula, a los apoyos psicopedagógicos por parte de especialistas, a los programas de diversificación curricular, a las aulas especiales y al aumento de los presupuestos destinados a Educación, si éstos no superan un 4% del Presupuesto del Estado.
«Me parecen todas ellas medidas defendibles y necesarias, pero no dejan de ser pequeñas chapucillas, porque no acaban con el fracaso escolar», explica este catedrático. «Si uno tiene muchas goteras en casa es muy probable que la solución definitiva pase por cambiar el tejado, pero, mientras no lo hace, para no mojarse, puede ir poniendo pequeños parches que no le van a arreglar el problema de fondo, pero le van a mejorar su situación», añade.
«El problema no es que haya más o menos servicios de atención al fracaso escolar, sino cómo funcionan», matiza. «O el profesorado ordinario se implica o no hay solución alguna; para eso sería interesante que los maestros que llegan a estos centros con problemas lo hicieran por elección y no, como ahora, porque les toca por concurso de traslados», apostilla.
Molina cree que el fracaso escolar no es un problema que se pueda resolver sólo desde la escuela, porque tiene fuertes raíces sociales; por eso, según su criterio, sólo se puede cambiar a partir de movimientos ciudadanos de base. «A veces parece que existe el fracaso escolar igual que el paro estructural, como elementos necesarios para mantener este modelo de sociedad cada vez más neoliberal», asegura.
Para Molina, la solución exige dar la vuelta como un guante a los centros con mayores tasas de fracaso. «Se trata de cambiar el modelo de estas escuelas públicas, hacerlas menos funcionariales y permitir que sus riendas las tomen organizaciones sociales, políticas y sindicales del barrio donde están enclavadas, porque son las que mejor conocen lo que ocurre», afirma.
«Lo que proponemos es que nos dejen ensayar modelos autogestionarios en centros abocados al cierre, porque se están convirtiendo en guetos a los que sólo van chiquillos de minorías con dificultades de adaptación al modelo único de escuela», añade Molina. En ellas, a partir de unos contenidos básicos consensuados con las autoridades educativas y de una inspección periódica, debería existir una autonomía curricular total para permitir que la enseñanza se adapte a las necesidades reales de la zona.
¿Existe alguna experiencia de este tipo? Este catedrático asegura que, con todas las críticas que se puedan formular, hay una escuela que se acerca a lo que propone: O Pelouro, un centro concertado a siete kilómetros de Tuy, en Galicia, abierto desde los años setenta.
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